El príncipe Vahid estaba sentado descansando en su salón de relajación, las 30 concubinas alrededor suyo hacían hasta lo imposible por hacerlo sentir cómodo y tranquilo. Había pasado las últimas dos semanas ocupado con asuntos de estado y había tenido que viajar al Oeste a ver a su hermano mayor, el segundo príncipe Jahan.
Ahora finalmente estaba de regreso y tenía deseos de ver a Elaheh. Se había ido sin despedirse de ella por las prisas y quería compensárselo. Además de que llevaba todo ese tiempo pensando en ella.
—Alyssa— se dirigió amablemente a la muchacha que estaba más cerca de él sentada leyendo—¿Dónde está Elaheh? Todas deberías estar aquí. Entiendo que ella no es muy de seguir las normas, pero…—Vahid calló al ver las expresiones de terror, asombro y repudio de todas sus concubinas.
—Nosotras…— inició su respuesta la joven— pensábamos que usted lo sabía.
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Elaheh llevaba dos semanas en el palacio de Irad. Se sentía extraña y fuera de lugar, las ropas eran diferentes. Irad solo la dejaba usar saris y la hacía comer a la derecha de él siempre. Se había ganado la antipatía de las concubinas que eran fieles a él, aunque estas no eran muchas gracias al maltrato al que las exponía todo el tiempo Irad. Como ella siempre era amable, tanto con las demás mujeres del harem como con los empleados, la mayor parte del palacio le había cogido cariño.
—Ruti— le hablaba a la menor integrante del harem, una joven de 16 años muy asustadiza que se había hecho amiga de ella, aunque siempre estaba defendiendo a Irad pese a sus malos tratos— me he dado cuenta de algo.
—¿De qué?— el único defecto que Elaheh le había encontrado a Ruti y que no podía atribuir a su edad era la curiosidad que esta tenía.
—A ti te gusta el príncipe Irad, ¿no es cierto?— Elaheh mantenía la mirada en el paisaje que veía a través de la ventana, daba vista al jardín y le hacía recordar al palacio interior del príncipe Vahid.
—…—Ruti guardó silencio unos minutos— sí. Pero no es cómo crees. Nunca justificaría su forma de actuar, pero…
—Él no es lo más malo que te ha pasado.
No era una pregunta, Elaheh había visto las marcas en la muñecas, tobillos y cuello. Esta chica no provenía del mismo pasado de las demás.
—Mi padre era un noble de la provincia del este. Siempre quiso tener varones pero su esposa legal, mi madre, solo pudo darme a mí a luz— una penumbra cubrió el rostro de la chica— Las leyes dicen que puedes cambiar de título a tus mujeres si quieres que un varón herede con todo el poder, pero mi madre le había sido dada por el que en ese entonces era el Consejero Real.
Este era su padre y quien le otorgó el título a mi padre que le dio poder suficiente como para convertirse en General de Guerra del Este. La condición era sencilla, mi madre tenía que ser su esposa legal siempre.— Elaheh empezaba a notar como las piezas encajaban—radiante de ira mi padre decidió castigarme a mí en lugar de a mi madre, de esa manera nadie podría ver las marcas ya que yo no tenía permitido asistir a ningún baile ni evento social.—¿Por qué no?—Elaheh conocía muchas costumbres del país de Jaldra, pero ella venía de Valghar. Las leyes eran distintas, solo las siete que incluían a las concubinas eran iguales entre los diferentes países.
—Solo las concubinas o esposas pueden. Una vez que una chica sangra por primera vez ya no se considera niña, por tanto solo podrá volver a aparecer en público cuando pertenezca a un hombre— explicó Ruti.
Elaheh no quiso hacer comentario alguno, aquella ley era estúpida pero ella no podría cambiarla. Si existía había sido implantada por un rey en algún momento.
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Encadenada al Desierto
Fiksi SejarahEn el Oriente del mundo las mujeres son el objeto de lujo de los hombres ricos, por eso mientras más riqueza más grande era el harem que poseían. Elaheh llega a Jaldra huyendo de su antiguo amo, de quien había sido esclava durante toda su vida. Odi...