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Hace más de una semana Mayte y Manuel estaban viviendo juntos, aunque aquello podría mal interpretarse, mejor digamos que estaban viviendo en la misma casa. Nadie sabía que Manuel estaba ahí, ni siquiera Isabel, su hermana, ya que él le había pedido que no se lo dijera. Aun no se acostumbraba a la presencia de su amigo en su hogar, jamás se le pasó por la mente que algo así podría pasar.

Mayte se encontraba sentada en la alfombra de su habitación, tenia las piernas flexionadas, sus manos descansaban sobre sus rodillas, sus ojos estaban cerrados y su respiración era lenta. Meditar era algo que hacía a diario, y ahora que Mijares estaba en su casa, necesitaba hacerlo sin fallar para ordenar sus ideas. Su amigo estaba pasando un mal momento, y su sensibilidad le estaba jugando una mala pasada. Apenas él tenia unos cuantos días en su casa, y ya ella sentía que sus sentimientos hacia él estaban volviendo a florecer, y no es que lo estuviese buscando, pero estaba comenzando a confundirse.

— Buen día, Maytis. —dijo Manuel entrando de pronto a la habitación haciendo que ella saliese rápidamente del estado de relajación en el que se encontraba.

— ¡Manuel! —respiró hondo. — ¿Puedes tocar primero antes de entrar así?

— Lo siento. —rió.

— Un día de estos, me vas a encontrar desnuda y me voy a morir de la pena. —dijo levantándose. Él se acercó a ayudarle.

— No me molesto, eh. —bromeó.

— No seas payaso. —le dio un zape y se alejó de él con el pecho rojo. — ¿Necesitas algo?

— Sí, es que le di el día libre a Sarita...

— ¿Qué? —dijo interrumpiéndolo.

— No te preocupes, nos dejó de comer así que no vamos a morirnos de hambre. —bromeó.

— Qué gracioso. —fingió una sonrisa. — Ahora, ¿cual fue el motivo para darle el día libre a Sarita, señor Mijares?

— Quería que estuviésemos solos. —dijo haciendo que May lo mirase sin entender. ¿Para qué quería Manuel estar solo con ella? — No me mires así, no es lo que piensas. —rió.

— No he dicho nada, gordo. —se encogió de hombros.

— Lucero ya sabe que me estoy quedando aquí. —dijo de pronto, haciendo que ella abriera mucho los ojos. — Cree que la engañaba contigo.

— Te voy a matar, José Manuel Mijares Moran. —soltó molesta. — Quedamos en que nadie sabría, y lo primero que haces es decírselo. —negó suavemente.

— ¡Cálmate, Maria Teresa! —carcajeó.

— ¡No me digas así! —fulminó al hombre con la mirada.

— Ya, lo siento. No pensé que creería eso. —suspiró. — Le dije que traería a los niños y me lo impidió.

— Pero claro, si piensa que somos amantes Manuel. —May estaba histérica y no sabía si era porque Lucero pensó que eran amantes o porque Manuel estaba muy tranquilo.

— A estas alturas, ya no me importa lo que piense.

— A mí, sí. Todos van a pensar que te estas divorciando por mi culpa. —negó suavemente.

— Maytecita, tranquila. —colocó sus manos sobre los hombros de la mujer. — Ella sabe que entre tu y yo jamás pasaría algo así, solo está molesta porque estoy aquí.

May lo observó fijamente y sonrió triste al sentir como su corazón se arrugaba con las palabras de Manuel. Nunca pasaría nada, ella siempre viviría con ese amor que le tenia, guardado en su pecho.

Manuel Mijares era el amor de su vida, pero también era el hombre que jamás le correspondería ese tipo sentimientos, siempre lo supo, por ese motivo intentó olvidarse de él y llevar una vida normal pero ahora, todos los años que pensó haberlo hecho, se estaban yendo a la basura en unos cuantos días. Y no estaba segura de cuanto tiempo más podría seguir negándoselo.

Un mes juntos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora