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Aquel acto la tomó por sorpresa, ¿qué debía hacer? Su mente se nubló por completo y terminó correspondiendo a aquel beso que anhelaba desde hacia muchísimo tiempo. No podía negar que los besos de Manuel eran los más bonitos y ricos que alguien pudo haberle dado, y volver a sentir sus labios la estaban haciendo delirar. Se colgó de su cuello y él la apretó contra su cuerpo.

Sus lenguas danzaban al mismo ritmo y la temperatura de sus cuerpos estaba subiendo, se separaron un poco para tomar aire, Manuel aprovechó para tirar de su labio inferior haciendo que ella soltase un gemido.

— Moría por besarte. —susurró en sus labios aun sin soltar su cuerpo.

— Estas loco, gordo. —dijo juntando sus frentes.

— Por ti, pero claro que sí. —acarició su cintura.

— No Manuel, no está bien. —intentó alejarse.

— ¿Por qué no? —la observó fijamente.

— Porque sigues casado. —suspiró. — Porque solo buscas quitarte el despecho y no será conmigo.

— May, no es así. —le acarició la mejilla.

— Manuel, yo no pienso permitir que vuelvas a lastimarme como cuando éramos jóvenes. Ni tu ni yo estamos para eso. —terminó de alejarse.

— Maytis, quiero esto ¿tu no? —preguntó mirándola fijo.

— Buenas noches gordito, duerme bien. —dijo esquivando la pregunta y cerró la puerta dejándolo ahí. Claro que quería estar con él, moría por estarlo. Pero su estabilidad emocional estaba en juego, y no iba a dejarse doblegar por él sin estar segura de que realmente seria libre para escogerla.

Pasó toda la noche dando vueltas en la cama sin poder dormir bien, en su mente se repetía una y mil veces ese beso, que con solo recordarlo le aceleraba el pulso.

A la mañana siguiente, lo primero que hizo fue enviarle un mensaje a Alejandro, por suerte aun estaba en el país. Lo invitó a su casa, y le pidió que le ayudase a descubrir que pasaba con Manuel. Se dió un baño y se arregló, al salir de la habitación se encontró con la mesa perfectamente arreglada y con el desayuno servido, cosa que la extrañó.

— ¿Sarita? —preguntó pensando que su empleada había llegado, pero se le hacía raro, nunca hacía aquello por petición de ella. 

— Le di el día libre. —dijo Manuel saliendo con una jarra de jugo de naranja recién exprimido.

— Tu te estas acostumbrando a darle el día libre cuando te da la gana. —dijo cruzándose de brazos. 

— Tranquila, lo voy a compensar. —dejó la jarra sobre la mesa y se acercó a ella. — Amaneciste muy bonita hoy, ¿vas a salir?

— No, tengo visita en un rato, de hecho que bueno que hiciste el desayuno gordo. Porque justo le iba a decir a Sarita que lo hiciera, invité a Alejandro. —dijo sonriendo. Manuel tensó su mandíbula.

— Dile que no venga. —la miró fijo.

— ¿Qué? —rió. — No lo haré, quiero que venga. —en ese momento se escuchó el timbre. — Mm, de hecho, ahí está.

Caminó rápidamente a la puerta y Manuel fue detrás de ella, la observó abrir y sintió ganas de golpear al tal Alejandro cuando lo observó tomarla de la cintura y depositar un beso en sus labios que ella felizmente correspondió. Maldita sea, lo odiaba desde el día que se enteró de su existencia.

Carraspeó haciéndolos separarse.

— Ay, perdón gordo. —sonrió. El hombre la tenía tomada firmemente. — Amor, el es Manuel. —dijo sin apartase de su cuerpo.

— Qué gusto conocerte, May me ha hablado mucho de ti, siento mucho lo de tu matrimonio. —¿Quien diablos se creía? Tenia ganas de romperle la cara.

— Qué lastima no poder decir lo mismo. —dijo seco. — Espero disfruten el desayuno. —tomó sus cosas.

— ¿Como? —preguntó May observándolo. — ¿No vas a desayunar con nosotros?

— No gracias, tengo cosas que hacer y prefiero darles privacidad. Hasta luego. —salió rápidamente del lugar antes de borrarle la sonrisa estúpida que tenia el idiota ese.

No podía creer que realmente Mayte tenia una relación con ese tipo. Ella lo amaba a él, ¿por qué no lo aceptaba?

Un mes juntos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora