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Mayte no podía creer lo que estaba escuchando, se sentía aturdida y todo le daba vueltas, tal vez aquello era producto de todo el alcohol que ingirió esa noche y realmente no estaba pasando.

— Quise hablar contigo y pedirte que no lo hicieras, iba a proponerte que nos escapáramos juntos. —sonrió recordando aquel momento. — Pero cuando te vi vestida de blanco, con esa sonrisa en tu rostro y la mirada llena de ilusión, entendí que mi momento había terminado mucho antes de ese día.

— ¿Por qué me estás diciendo todo esto? —logró preguntar en medio de toda su confusión.

— Porque quiero que entiendas que las cosas no son como piensas. —dijo sinceramente. — No hay nada en ti que no me guste, porque todo me encanta. Fui un estúpido, y sigo siéndolo porque no quiero lastimarte. Tu mereces más de lo que yo te ofrezco.

— Gordo. —suspiró. — Quiero vomitar. —hizo una mueca y apareció una arcada. Manuel rápidamente la tomó por la cintura y se acercó con ella a un arbusto, le sujetó el cabello mientras ella vaciaba su estómago.

— Tomaste demasiado Maytis, tu no estas acostumbrada a eso. —le acarició la espalda.

— Es tu culpa. —dijo incorporándose.

— Yo no te obligue. —rió.

— Pero me hiciste enfurecer coqueteando con esa. —le lanzó una mirada fulminante y el sonrió.

— ¿Ves que sí estabas celosa? —le guiñó el ojo y abrió el auto sacando una botella de agua para entregársela.

— Sí, ¿y qué? —se enjuagó la boca y bebió un poco.

— Te ves hermosa cuando estas celosa. —sonrió mirándola fijo. — Tus pupilas se dilatan y el pecho se te pone rojito.

— Ya cállate y vámonos. —sonrió por fin.

Manuel le ayudó a subir al auto para luego ir a su lugar, encendió el motor y tomó rumbo a la casa de May. Eran más de las 3 am, las calles de la ciudad estaban vacías. Bajó las ventanillas permitiendo que el aire frío de la madrugada entrase; acercó su mano tomando la de Mayte para dejar un beso suave, ella observó su acción y se acomodó recostando la cabeza en su hombro. Cualquiera que los observase podría darse cuenta del mar de sentimientos que los inundaba, estaban hechos el uno para el otro y no se percataban de ello.
Por más que sus caminos tomaran rumbos diferentes, siempre había algo que los unía nuevamente.

Al llegar, observó que la rubia se había quedado dormida en su hombro. Bajó del auto y la tomó suavemente en brazos, no le era muy difícil llevarla así. May se acomodó un poco y sonrió, parecía una niña. Subió al elevador, y cinco minutos después ya estaban dentro del departamento.

— Gordo. —susurró.

— Dime Maytecita —la depositó en la cama y se alejó quitándole los zapatos.

— Quédate. —volteó a verlo y se movió haciéndole un espacio junto a ella.

— ¿Segura? —se sentó tomando su mano, ella asintió suavemente.

— Quiero abrazarte. —Manuel sonrió y se acostó junto a ella.

— Mi May, mi May. —suspiró atrayéndola a su cuerpo. Mayte colocó su brazo alrededor de su cuerpo, subió su pierna sobre la de él y cerró los ojos sonriendo. No pasaron ni dos minutos cuando ya estaba dormida, Manuel observó todo el proceso fascinado, acarició su cabello y dejó un beso en su frente. Por primera vez en mucho tiempo se sentía en paz, y eso era gracias a la mujer que tenia en brazos.

Los rayos del sol que entraban por la ventana chocaron contra los cuerpos de la pareja que se encontraba en la cama. May despertó y sintió la presencia de Manuel, él la tenia abrazada por la cintura y su respiración chocaba en el cuello de ella, sonrió colocando la mano sobre el brazo de él y lo acarició suavemente.

— Buenos días, Maytis. —escuchó la voz ronca de él en su oído.

— Buenos días, gordito. —susurró volteando a verlo, le colocó la mano en la mejilla y él se acercó dejando un beso suave en sus labios.

Un mes juntos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora