Capítulo 3: No somos amigos.

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9 de marzo, 1986.


Annie Kloss.


Es amargo el sentimiento de tener días limitados. Se hace amargo cuando sólo haces sufrir a las personas que más te quieren.

Tengo la sospecha de que mi madre ha llorado por días enteros, pero es una cara dura. No le gusta mostrarse vulnerable enfrente de mí. Siente la necesidad de ser el sostén más resistente de la familia, a pesar de estar quebrándose. Cada árbol debe tener un tronco.

Me gusta no hablar del tema, aunque en mi casa son fans de no seguir esto.

—¿Qué será de mí, cuando tú no estés?—pregunta ella, mientras lava los platos.

—Seguir con tu vida, así como ahora—respondo fácilmente —Desde el primer día que me diagnosticaron sabías que no lo lograría, ellos mismos te lo dijeron. Prácticamente te prepararon todo este tiempo para este momento, de dejarme ir.

Se detuvo, pero no se giró para mirarme.

—El problema es... Que te llevé nueve meses en mi barriga, aun sin tu nacer te imaginaba en futuros. Futuros eternos, te imaginé conmigo el resto de mi vida. Porque es el ciclo natural de la vida, ¿sabes? Así nos preparan. Esperamos que nuestros hijos se despidan de nosotros, pero no nosotros de nuestros hijos.

Mi mamá finalmente fue capaz de verme a los ojos, mis ojos cristalizados como los de ella.

—Yo te di la vida, ¿por qué esto tiene derecho a quitártela? No lo tiene... No...

Es razonable su dolor, y eso me hace sentir muy triste. Tan sólo pensar que mi mamá deje de vivir solo por mi muerte. Que deje su vida, que se encierre y se deprima... Me aterra.


(...)


—Piensa en lo bueno que debe ser—insiste Max. Siempre en tono feliz. Extremadamente feliz y optimista.

—Sí, lo más extremo de mi vida.

—Relajante.

—Esperé este momento toda mi vida. Que mi hermano mayor me lleve a mis primeras clases de pintura, oh sí. No puedo esperar más.

—¡Y lo mejor de todo es que el profesor soy yo!

Max es, el segundo hijo. El del medio que apenas me lleva tres años. Mi mamá no niveló emociones y nos dio proporciones desiguales a mis dos hermanos y a mí. A Max le tocó todo el optimismo y sentimentalismo del mundo.

—Mejor aún—reí.

—Verás que te gustará, es mágico. Así no sepas dibujar siquiera.

Llegamos al aula, un pequeño salón donde dicta sus clases, el cual estaba lleno. Todos dejaron lo que hacían a penas Max entró. Quién diría que mi hermano desastroso y rebelde de adolescente tendría sus propias clases donde todos le tienen tanto respeto como un profesor. Si es que a los profesores les tienen respeto.

—Siéntate donde gustes—indica

Miré cada esquina, cada puesto ocupado. Siéntate donde gustes, ¿en serio?

Al final de la última fila había un puesto vacío, el único en realidad. Tomé asiento, Max comenzó a hablar.

—Hoy haremos un paisaje, cualquiera que sea de su gusto. Alguno que los haya cautivado y siga en sus mentes. El de algún viaje, algún país, cual sea que les guste. Inspírense.

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