2010. Pesadilla. Recuerdo olvidado

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2010. Pesadilla. Recuerdo olvidado

Louis era esa clase de persona que prefería el invierno al verano. Adoraba cuando la nieve llegaba a Chestnut Hills y Louis podía deslizarse en trineo por las delicadas colinas de las afueras de la ciudad, agarrado por la tripa de Harry, que siempre ponía la cabeza en su espalda. A Louis no le gustaba la ropa de verano, que le hacía sentir embutido, pero sobre todo no le gustaba el calor. Louis lo pasaba fatal con el calor.

Sentía que lo apresaba, que lo volvía tonto y no le dejaba hacer las cosas que quería hacer, y Louis no llevaba bien no poder hacer lo que quería. Había un par de cosas que querría hacer, pero no se atrevía, y con esas ya tenía bastantes.

Louis no quería hacer matemáticas. Pero lo estaba haciendo. Solía hacer el mínimo de las cosas que no quería hacer pero tenía que hacer, pero no era suficiente en algunos casos. Suspendía mates, y su padre le decía que en la vida uno no podía hacer solo las cosas que le gustaban, y Louis se preguntaba por qué. ¿Por qué? ¿No sería maravillosa la vida entonces?

Louis giró la cabeza hacia Harry, que atendía con esmero las explicaciones de la señorita Spencer. Estaba tan hermoso, con su pelo rizado acariciado por los rayos del sol y el ceño ligeramente fruncido. «No se va a girar» pensó Louis, sabiendo que su mejor amigo atendía en las clases como si le fuera la vida en ello. Pero se giró, y Louis pudo ver sus ojos verdes —los únicos ojos verdes que Louis había visto— y sonrió ante la amplia sonrisa que le dedicó. Luego Spencer le llamó la atención. Louis se incorporó en su asiento y cogió el bolígrafo para copiar la explicación de la profesora. Y allí es cuando empezó a tener calor.

Al principio casi no reparó en ello. Se aclaró la garganta y se arremangó el suéter. Pero luego empezó a notar varios ojos clavados en él. La escuela de Chestnut Hills era una escuela pequeña. En su clase, tan solo había ocho alumnos. Cuatro de esos estudiantes de octavo ya se habían presentado. Louis agradecía no haberlo hecho todavía, para no reparar en la peste que algún individuo de esos le daba que echaba.

Pero le estaban mirando. Y de repente, Louis tuvo mucho calor. Mucho, mucho calor. Tanto que empezó a sudar y tuvo que apoyar la cabeza en su mano. La profesora dejó de hablar. Louis miró a Harry, que parecía asustado. ¿Por qué todos parecían mirarle?

—Louis, ven aquí —escuchó que decía la profesora —. Te estás presentando como omega, ven.

Y en ese momento, Louis notó el dolor. Un dolor que le recorría entero, y gritó, doblándose sobre sí mismo cuando intentó levantarse. La profesora le rodeó con los brazos, y Louis se preguntó por qué lo hacía si lo que quería era arrancarse la ropa, aliviar el calor y el dolor. Escuchó sillas arrastrarse por el suelo. Varias personas se habían levantado. La profesora exclamó algo que Louis no entendió. Y le llevó fuera del aula. Lo último que vio antes de cerrar los ojos fue a Harry, de pie, con los puños cerrados y la expresión más seria que le había visto en todos esos años.

Louis no entendía nada de lo que la señorita Spencer le decía. El aula estaba vacía, y Louis no lo pudo soportar más y entre lágrimas ardientes y gemidos de dolor se desnudó. Pero seguía haciendo calor. Lloraba, gritaba, y cuando la puerta del aula volvió a abrirse, Louis se desmayó.

🌼

Despertó en su cama. En sus sábanas blancas. Con un calor que supo iría en aumento. Húmedo y anhelante, dispuesto a someterse al primer alfa que abriera esa puerta. Louis lanzó un grito de dolor, las lágrimas deslizándose por sus mejillas, huyendo de él como había huido su libertad. A partir de ese momento no era solo Louis. A partir de ese momento era omega.

Alguien trucó a su ventana. Harry. Louis miró a su alrededor. Miró la comida que había en su mesilla de noche y miró la nota escrita con la caligrafía de su madre, y la leyó.

«Mi dulce niño.

Solo serán unos días de dolor. Papá y yo te queremos. Bebe mucha agua y no te olvides de comer. Pasaré a cambiar las sábanas por la noche.»

No sabía qué hora era, pero sus padres debían de estar trabajando. Siempre trabajaban, hasta tarde. Louis miró a Harry, que le miraba con los ojos brillantes y una tímida sonrisa en el rostro. ¿Debía abrir la ventana? El calor empezaba a subir. La abrió, porque quería verle. Entonces le olió.

—Harry...

—No digas nada.

Harry aterrizó en su cama y le tocó el brazo. Louis quería agarrar con los dedos los rizos de su amigo.

—Pídemelo, Louis, y lo haré.

Louis recordó el dolor. Y recordó las noches en vela pensando en los labios de Harry rozar los suyos. Recordó las veces que, ensimismado, le había contemplado, y las margaritas que le había dado, que Harry tomaba con emoción, y la forma en que su corazón parecía saltar cuando le llamaba «Lou».

—Lou.

—No me beses.

—No lo haré.

Y con trece años, Louis obtuvo de Harry lo que no se atrevía ni a imaginar. Louis descubrió un sentimiento para el que no estaba preparado. Louis abrió el corazón demasiado pronto, demasiado joven.

atávico ; lsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora