03: La masacre de las neuronas

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Se estima que en todo el mundo, 150 millones de personas están ebrias en este mismo momento. En aquel instante, yo traía entre mis brazos a una de ellas. Todo por producto de una ingestión descontrolada.

Pero no nos adelantemos, aún queda mucho antes de eso, regresemos en el tiempo unas horas antes, cuando yo aún estaba sentada en aquel sillón con la cabeza entre las manos.

Una llamada puede cambiar por completo tu estado de ánimo y ese era mi caso. Luego de un revolcón con la rubia me encontraba de buen humor y hasta con deseos de armar una tregua de al menos unas horas entre yo y Camila, sin embargo, la llamada que recibí era como un mensaje del destino diciéndome dos cosas, la primera: la única tregua que vería Camila es la que ya tenía con Shawn; en la cama y la segunda: tenía que regresar a Cuba.

El hecho era que cuando la voz de Taylor atravesó la línea imaginé que iba a contarme alguna de sus usuales historias de la universidad, una que otra pelea ridícula que tuvo Chris con su novia y ese tipo de cosas. Mi predicción no estaba muy alejada de la realidad hasta los precisos diez segundos antes de colgar en los que me comentó que nuestra abuela, desde el día en que me fui se sentía muy adolorida y fatigada. Si bien la matriarca no ostentaba de una salud perfecta a sus años de vida que siempre se negaba a enumerar, la mujer era toda una luchadora incansable y que estuviera padeciendo algún dolor y lo anunciara era ya un dato preocupante.

Pero mis pensamientos no iban ni siquiera en dirección a esa señora, algo, quizás más grande que yo misma, me estaba pidiendo a gritos que regresara, tenía total certeza. 

—Lauren— hundí mi cabeza más aún entre mis manos tratando de ignorar su obvia presencia, pensando el por qué debía tener esa sensación por tercera vez en mi vida.

Implicaba un cambio.

Esa explosión interna que me dejó paralizada mientras miles de pensamientos colisionaban entre sí a tal velocidad que resultaba imposible discernirlos no era nueva pero si aterradora, pasé la noche anterior preocupada al respecto ya que esa sensación solo aparecía anunciando el comienzo de algo demasiado grande, un cambio de dimensiones colosales: mi mudanza a Cuba, la muerte de mi padre y, ahora, estaba frente a algo desconocido y horriblemente prometedor.

—¿Pasa algo?¿Estás bien?— esa voz una vez más sacándome de mi desenfrenada elaboración de escenarios mentales no hizo más que presionar el gatillo.

—¡Maldita sea, deja de preguntar!— mi grito atravesó el poco espacio que nos separaba haciéndola sobresaltarse. Abrió los ojos a su máxima expresión solo por un segundo y luego se quedó justamente en su lugar, sin moverse ni un ápice y mirándome directamente a los ojos.

Y entonces fui yo la que estuve desconcertada.

¿Por qué seguía ahí?¿No huiría?.

Era lo que hacían todos.

La mayoría de las personas se sentían intimidadas por mis ojos o por mi presencia en general. Nadie nunca se quedaba cuando decidía escupir toda la rabia, y ella, siendo la persona que menos motivos tenía para quedarse, estaba ahí como si le importara una mierda que yo fuera el jodido cuarto reactor de Chernobyl.

Y entonces entendí que tenía algo que no había visto, ni vería nunca en otra persona.

—Perdón, no debí gritarte— era increíble como mi garganta hacía unos segundos producía un rugido estridente y luego parecía incapaz de producir un sonido audible.

—A veces gritar ayuda— me regaló una sonrisa a medias y una mirada comprensiva, en ese momento era quizás lo que más necesitaba, porque me sentí extrañamente aliviada— ¿Quieres una taza de chocolate?

Shameless (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora