Capítulo 13

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Eleanor estaba de mini vacaciones, bien se dice que esto en su profesión es imposible, pero después de un inesperado valle de pacientes decidió cerrar por una semana el consultorio.
Terminó de leer por completo su libro, y estiró su cuerpo cuál gato luego de una siesta, miró por la ventana y a su alrededor, en ocasiones la "realidad" no parecía real. Había veces que por su mente cruzaba la idea de que sus viejos recuerdos eran un sueño, verse en el espejo ya no la afectaba y no lograba recordar como se veía antes. El funcionamiento del cerebro es uno de los grandes misterios, el olvido es una manera de la mente para conservar un cierto equilibrio, aunque Eleanor por difícil que fuese prefería mantener todos sus recuerdos a su disposición cuándo quisiera.

Se deslizó hacia la cocina por algo para comer. Algo que disfrutaba de su hogar era su abundancia, tal vez no fuera así para otros, pero para ella poder comer lo que quisiera era genial, comparada con su vida anterior estás cortesías de la actual vida eran apreciadas.
- ¿Ocupada? - dijo Severus ingresando para servirse una taza de té.
El mago notó que ella solo vestía una camisola larga y shorts.
Eleanor sonrió avergonzada luego de saborear su cucharada de postre de vainilla al que había agregado chips de chocolate y trozos de galletas que rompió con las manos.
- No sabía que estabas, creí que estabas jugando al científico loco en tu laboratorio de pociones.
- Qué divertida - contestó con ironía el mago - Tengo una poción en proceso, debe estar sobre fuego por unas horas. Alfred quedó vigilando mientras venía por una taza de té.
- Alfred pudo llevártela.
- Sí, pero necesitaba la distracción. Y quería elegir qué infusión tomar - dijo Severus tomando el pequeño bowl con el postre de ella, tomó una cuchara y comió un poco aprobando el sabor.

Eleanor esperó y recuperó su postre, terminando en 2 cucharadas el mismo.
- Come fruta, es más sano y no engorda - dijo Severus retirándose con su taza y una gran galleta de avena.
- ¡Oye! No estoy gorda, todavía puedo atarme los cordones de las zapatillas - afirmó Eleanor siguiéndolo.
Severus sonrió ante su reacción, le gustaba provocarla con bromas. Dejó su taza y demás sobre la mesa, con ella frente a él no pudo evitar que viera su expresión divertida.
- Una gran hazaña - declaró besando la comisura de su boca.
- Bueno, tu tampoco eres delgado ahora, al menos no cómo cuando nos casamos. Antes eras un palo de escoba, yo te hice hombre - expresó Eleanor respondiendo al desafío.
Severus la abrazó y susurró a su oído: «Y yo te hice mujer»
- ¡Eres imposible! - recriminó Eleanor para diversión del mago.
Ese día era uno de los tranquilos, sin prisas, sin obligaciones. Su relación de pareja resultó ser buena, en ocasiones como está jugaban y se desenvolvía como "recién casados", en otras ocasiones funcionaban como compañeros distribuyendo las responsabilidades, pero rara vez discutían, quizás porque ambos tenían en claro que conversando se llegaba a un acuerdo, algo que Eleanor aclaró desde un principio a su marido: «uno no se casa para estar peleando». Además, Severus no quería una relación conflictiva como la de sus padres, y tal vez por eso también puso todo de sí para construir una buena relación, sin mencionar que ambos estaban realmente enamorados.

Los niños estaban en clase, Remus pasaría por ellos a la salida de la escuela y los llevaría a su casa, tendrían una pijamada. La pareja de Sirius y Remus había decidido hace tiempo mudarse cerca de la escuela de Harry, la renta no era problema, los fines de semana y luna llena lo pasaban en su cabaña del bosque.
Severus se quedó un rato con su esposa, hablando de todo y nada en específico, comentando cosas rutinarias como cuándo ella fue comprar con los niños y se rompió la bolsa de las compras, obviamente pudo resolverlo con un movimiento mágico de dedos, pero eso no quitaba que se quejara por la mala calidad de la bolsa.

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«Un joven visitó un día a un sabio maestro. Necesitaba entender por qué se sentía tan poco valorado.
- Maestro - le dijo - siento que no valgo nada, que nadie me valora. Siento que soy un auténtico inútil en la vida.
El maestro se incorporó y respondió:
- Cuánto lo siento, muchacho... pero antes de ayudarte, necesito resolver un problema y tú puedes ayudarme. Después, te ayudaré a ti.
El joven volvió a sentirse mal. De nuevo postergaban su problema... se sentía menos valorado aún, pero no podía negarse a ayudar al maestro.
- De acuerdo - le dijo.
Entonces, el sabio se quitó un anillo pequeño que llevaba en el dedo meñique y se lo dio, diciendo:
- Toma este anillo. Necesito que lo vendas en el pueblo. Puedes usar mi caballo para llegar antes. Pero no lo vendas por menos de una moneda de oro.
El joven hizo lo que el maestro le pidió: cabalgó hasta el pueblo e intentó vender el anillo en el mercado. Pero todos se reían de él.
- ¿Una moneda de oro por esto? ¡Vamos, muchacho, que el oro vale mucho y tu anillo no debe costar más de una moneda de plata...como mucho!
Un anciano se apiadó de él y le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre a cambio, pero la consigna era clara, y no quiso vender el anillo por menos de una moneda de oro. Al final del día, desesperanzado, regresó a la casa del maestro con el anillo.
- Lo siento... nadie quiso darme una moneda de oro por él.
Y el sabio le dijo:
- Vaya, no importa... Tal vez primero debamos saber cuánto vale en realidad, ¿no crees? Así sabremos qué pedir por él. Toma el anillo de nuevo y visita al joyero del pueblo. Que te diga cuánto pagaría por él. Es experto en oro y sabrá con exactitud lo que vale este anillo. Pero no se lo vendas. Vuelve para contarme qué te dijo...
El muchacho hizo lo que el maestro le pidió. El joyero sacó su lupa y estuvo observando el anillo con detenimiento. Después, levantó la cabeza y dijo:
- Dile a tu maestro, que le daré 57 monedas de oro por él...
- ¡57 monedas de oro! - exclamó el joven entusiasmado.
- Sí, sé que es poco... con el tiempo podríamos sacar hasta 70 monedas de oro, pero si tiene prisa por venderlo, es lo que le puedo dar.
El joven regresó muy contento a la casa del maestro y al llegar le dijo:
- ¡Maestro! ¡El anillo vale muchísimo! ¡57 monedas de oro!
Y el sabio asintió sonriendo. Luego le dijo:
- Lo mismo sucede contigo. No todos van a valorar lo que realmente vales. Solo aquellos que puedan verte de verdad, aquellos que como el joyero, sepan valorar. No le des importancia a lo que piense el resto.
La moraleja de esta historia es: "no todos sabrán valorarte. solo aquellos que realmente te conozcan"»

Vida en caleidoscopio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora