Capítulo I: Fin...?

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Esta es... Rubí. Tan bella como perversa.

¿Qué mujer no desearía ser bella?

¿Qué hombre permanece indiferente ante los encantos de una mujer hermosa?

Pero, cuidado.

A ti, mujer, que te sirva de ejemplo para evitar que la belleza física desvanezca la belleza de tu alma.

Y tú, hombre, conoce primero el alma de la mujer que has de amar...

Una joven universitaria levantaba las miradas de los hombres a su paso. Se acercaban a verla, a halagarla. Las mujeres de su alrededor la miraban con envidia o con admiración. A nadie dejaba indiferente. Ella solo sonreía, orgullosa y altiva, segura, y caminaba con paso firme, sabiéndose por encima de todos ellos. Sus rubios rizos danzaban en torno a su hermoso rostro, enmarcando sus bellos ojos verdes. Su ropa blanca y sus botas claras de tacón realzaban su figura, su color y sus curvas, y le daban un aire angelical que contrastaba con su fuerza y sagacidad, con sus artes de mujer y con sus propios pensamientos.

– Hola, Tania –saludó la hermosa joven a una compañera de clase, de pelo lacio castaño.

– ¿Ya viste? –dijo la anodina muchacha, girando la cabeza hacia un chico joven y apuesto de cabello oscuro y cuidado –. Está guapo, ¿no?

– Mmh... –murmuró la joven bella por toda respuesta, haciendo un gesto de indiferencia.

En ese preciso instante, el muchacho se giró hacia ellas y quedó visiblemente fascinado al ver a la angelical rubia. Se acercó con admiración, sin poder apartar los ojos de ella.

–Hola, eh... –titubeó el joven–. Acabo de entrar, me llamo Daniel Valencia.

Algo en la cabeza de la hermosa chica dio un pequeño chasquido.

–¿Eres algo de la familia Valencia, los que tienen las joyerías?

–Ah, sí –contestó él, riendo –. Mi papá es el dueño.

–Hola, yo soy Tania –se presentó ella, mientras la joven angelical mantenía una misteriosa sonrisa –. Y ella es...

–Rubí. Soy Rubí –cortó tajantemente, estrechando la mano del muchacho.

–Rubí –paladeó el chico–. En nuestras joyerías tenemos unos hermosos rubíes. Ojalá algún día puedas acompañarme para que los veas.

–Con mucho gusto –respondió la hermosa joven, con una bellísima y coqueta sonrisa.

–Bueno, pues nos vemos pronto –se despidió el fascinado Daniel, dando a la chica un beso en la mejilla antes de alejarse.

Una ignorada y molesta Tania se puso ante ella con el gesto torcido.

–Qué mentirosa, Fernanda. ¿Por qué le dijiste que te llamabas Rubí?

Con seriedad y mirada decidida, la angelical joven le respondió misteriosa:

–Porque a partir de hoy, quiero que me llamen así: Rubí.

Rubí se mordió el labio, sonriendo, y se alejó, dando la espalda a su amiga, que la observaba marchar con una mirada ojeriza.

Un joven golpeó con alegría la puerta abierta del dormitorio.

–Papá –llamó. El médico bajó su periódico y miró a su hijo ­–. Adivina de dónde vengo.

–Pues no lo sé –dijo el doctor, con voz fuerte, dándole cariñosamente en el brazo–. Apenas llegamos a México y saliste corriendo.

–Qué buena onda que mamá me guardó el secreto.

Rubí. ContinuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora