Capítulo XVII: Escuchar.

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Fernanda se quitó la odiosa camisa y la guardó en su bolso. Aún era temprano y, al salir por la puerta de la biblioteca en dirección a su facultad, notó el frío de la mañana en la piel desnuda. Aceleró el paso, intentando llegar antes al edificio, cuando oyó su nombre tras ella. Carlos la saluda al tiempo que la alcanza, con una sonrisa a medias y un debate en su mirada. No sabe si pedirme disculpas o hacerse el tonto, ¿en serio, Carlos? Fernanda se limita a devolver el saludo, fingiendo su mejor sonrisa, y un breve escalofrío la traiciona.

–Permíteme –Carlos se quita su camisa, quedando con una camiseta negra de manga corta, y la coloca con cuidado sobre los hombros de Fernanda–. Cómo han bajado las temperaturas de repente, ¿verdad? –añadió, con una risa torpe.

–Pues... Sí, supongo. Me he quedado helada de camino. Gracias –contestó, asiéndose a la camisa con los dedos para cubrirse un poco más y forzar otro poco la sonrisa. Coqueta, sexy, hazle sentir que te tiene–. He tenido suerte de que aparecieras. ¿Subimos?

Fernanda hizo amago de seguir caminando hacia la facultad, pero Carlos la detuvo tomando su brazo con suavidad.

–Espera, por favor. ¿Podemos perder esta hora? Luego te dejo apuntes, lo juro. Pero necesito hablar contigo –Ella dudó un instante, pero antes de que pudiera balbucear una excusa, Carlos insistió con una sonrisita ladeada–. Te invito a un café. Conozco una cafetería que te va a encantar. Te lo debo.

Carlos soltó su brazo y le tendió la mano, que ella cogió con fingida dulzura. Se alejaban por el pasillo central, esquivando a los estudiantes que llegaban y cuyas miradas inevitablemente iban tras la pareja. Entre ellos, uno les observó de forma distinta hasta que desaparecieron tras una esquina.

–Bueno, y ¿a dónde vas a llevarme? ¿Está lejos?

–Un poco, pero no te preocupes. ¡Taxi!

El taxi les dejó en las puertas de cristal de un gran centro comercial a las afueras de la ciudad.

–Parece raro, pero el mejor café de la ciudad está en un rincón de este sitio.

La condujo de la mano por los largos pasillos llenos de tiendas, entre la multitud cargada de bolsas con logos de grandes marcas. Aquello atrajo demasiado la atención de la hermosa joven, quien no había llegado a pisar antes el centro comercial. Mamá no quiere que vista con ropa cara y bonita, nunca me ha traído aquí, podría aprovechar...

–Mira, aquí es –habían alcanzado una pequeña cafetería, escondida tras una esquina y unas escaleras. Apenas había un pequeño grupo de gente dentro. La cafetería olía maravillosamente a café, especias y miel, y unas relucientes vitrinas llenas de delicias. Fernanda se quedó mirando unos pasteles. Su aspecto le resultó increíble, pero lo que le abrió los ojos fueron los carteles de los precios. ¿Están hechos de chocolate o de oro? Se sentaron a una mesita en un rincón, junto a un gran ventanal desde el que se veía la ciudad. Carlos tomó la carta que había sobre la mesa y se la tendió a Fernanda–. ¿Qué te apetece? Pide lo que quieras.

Ella tomó el papel, acariciando sutilmente los dedos de Carlos con los suyos, sonriendo ante el color sonrosado que subía al rostro del joven. Lo que quiera... Muy bien. Tomaré todo lo que quiera. Una camarera joven y repeinada se les acercó para anotar sus pedidos y regresó tras unos cuantos minutos, mientras Carlos ponía orden en su cabeza y Fernanda disimulaba admirando el paisaje y señalando algún que otro edificio reconocido para matar el tiempo. Ante ellos se dispuso un par de humeantes tazas de café y una bandeja de pasteles; ella se había limitado a pedir dos –el más caro y el más apetecible– y él a pedir otros cuatro más. Qué cómodo es vivir con tarjeta de crédito.

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⏰ Última actualización: Aug 08, 2023 ⏰

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