Capítulo X: Regreso

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El taxi la dejó en la puerta de su casa, a pesar de sus falsas buenas intenciones de que si la llevaba hasta la esquina de una calle cercana era suficiente. A Carlos le había llegado de repente la caballerosidad que no había tenido antes y se negó a que el taxi se fuera sin verla atravesar la puerta. Y estaba aún bebida, tenía frío y su vestido estaba mojado, no lo pensó más cuando dio finalmente su dirección al taxista. Ya se arrepentiría mañana. Ahora su preocupación era llegar a casa antes que sus padres, quitarse ese vestido y meterse en la cama a dormir tres días seguidos, a ser posible. Solo quería descansar.

Salió con los tacones en la mano y el vestido pegado a su cuerpo. Carlos la despidió con un cálido beso en la mano, manteniendo algo de distancia tras lo sucedido. El joven dijo adiós en voz baja, mascullando quizá una disculpa, pero ella no le entendió. Le respondió con una sonrisa y un dulce "buenas noches" al tiempo que acariciaba su rostro por la ventanilla del coche. Abrió la puerta del jardín y despidió el taxi con la mano. El vehículo arrancó, ella cerró la puerta y fue a la casa dando saltitos por el camino empedrado. Secó los zapatos con un poco de papel de cocina y los guardó en el armario, pero cuando iba a quitarse el vestido se dio cuenta de que no sabía qué hacer con él. Miró el reloj, calculó que aún faltaría un buen rato para que llegaran sus padres y se metió en el baño.

Dejó correr agua hasta que salió caliente y se desnudó debajo de la cascada, dejando que el vestido se mojara del todo. Lo escurrió y dejó colgado en la percha del albornoz mientras se quitaba los restos de perfume del cuerpo y de alcohol de la mente. Cerró el grifo antes de lo deseado y envolvió su cabello, su cuerpo y el vestido en respectivas toallas antes de volver a su habitación. Se secó el pelo hasta que apenas estaba húmedo y se puso el pijama al tiempo que escuchó abrirse la puerta de la calle, un suave "tsk" y los tacones de Cristina. Colgó el vestido aún húmedo en una percha del armario, escondido dentro de un abrigo, y dejó la puerta de este abierta para que pudiera secarse durante la noche. Dejó las toallas sobre la silla del escritorio mientras escuchaba los pasos por las escaleras, y se metió en la cama, apagó la luz y se tapó con las mantas.

Aún tenía la respiración agitada cuando se abrió ligeramente la puerta de su dormitorio durante un instante, mientras Cristina comprobaba que su hija no se había despertado con su llegada. Cuando cerró la puerta sin hacer ruido, vio a Marco meterse en el aseo de su dormitorio y echar el pestillo. Eso significa que va a tardar. Sin ganas de esperar, fue al baño de esa planta para acomodarse. Abrió el cajón del lavabo, cogió unas bolas de algodón y un limpiador y empezó a quitarse el maquillaje cuando se percató de que el espejo del baño tenía vaho en las esquinas. Limpió un poco la niebla con el dedo, para confirmarlo, y frunció el ceño. Se acercó al borde de la bañera y contempló las gotas que quedaban en las paredes de esta. También vio que faltaban toallas en el armario.

–Fernanda se ha vuelto a dar un baño –comentó con Marco cuando se metió en la cama.

–¿Y qué me quieres decir con eso, querida? ¿Que nuestra hija es demasiado limpia?

No lo sabía, no sabía qué significaba ni qué quería pensar sobre ello. Solo sabía que algo no le parecía normal, o lógico. Algo no funcionaba, pero era incapaz de saber qué.

–Solo digo que está un poco extraña, Marco. Sé que tiene algo.

–Será el novio, Cristina. Está en edad –rodeó a su mujer con un brazo y alargó el otro para apagar la luz del dormitorio–. Y ahora a dormir.

El despertador de su mesita marcaba que había dormido un buen número de horas cuando Fernanda por fin se dignó a mirarlo. Sin embargo, seguía notando pesadez y la cabeza embotada cuando apartó las sábanas. Haberse acostado con el pelo aún algo húmedo la había enfriado más de lo que esperaba, y se horrorizó cuando se vio en el espejo del tocador, con el cabello enredado, las mejillas pálidas y los ojos rodeados de un cerco oscuro. Utilizó su cepillo especial para rizos para domarlos como pudo y empezaba a buscar ropa bonita en su armario cuando lo pensó mejor. Miró su reflejo una vez más, viéndose el aspecto ligeramente demacrado a la luz del día, y se puso ropa cómoda y confortable: unos pantalones sencillos y un jersey holgado. No estaba tan hermosa como de costumbre, pero ni siquiera ese mal despertar estropeaba su belleza.

Rubí. ContinuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora