Capítulo V: Un ángel.

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Carlos y Fernanda salían de su última clase del viernes cuando, finalmente, él se decidió a invitarla a comer ese mismo día.

–¿Qué? ¿Ahora? ­–dijo ella, sin disimular del todo su entusiasmo.

–Sí, bueno, podríamos hablar del trabajo del próximo miércoles...

–Yo pensaba que era una cita... –Fernanda hizo un mohín juguetón.

–Eh, sí, no sé, si quieres, si no quieres no pasa nada –respondió Carlos torpemente y con las orejas coloradas.

–A mí me gustaría tener una cita contigo, conocerte más –la hermosa joven se acercó a él hasta que sus rostros quedaron demasiado cerca–. Y conocerte en más sentidos. ¿Dónde dices que me vas a llevar?

Carlos intentó pensar un buen lugar, pero los nervios le habían dejado la mente en blanco y solo albergaba en su cabeza la cercanía de la joven y los labios de ella, peligrosamente disponibles.

–Ay, discúlpame, había olvidado que me dijiste que no eras de la ciudad. ¡Entonces tengo que buscar yo un buen restaurante! –Fernanda tomó la mano de Carlos y le llevó, como flotando, hasta el coche que la esperaba en el aparcamiento de la universidad–. Buenas tardes, Manuel, necesito que nos lleves al restaurante al que fuimos por el cumpleaños de mamá, ¿lo recuerdas? Vamos a comer allí hoy.

–Por supuesto, señorita, gran elección. ¿Quién es su acompañante?

–Ca...Carlos, señor. Soy Carlos. Soy compañero de clase de Fernanda.

–Me está ayudando mucho a entender las nuevas materias y quiero agradecerle con una comida. Mis papás me enseñaron a ser una mujer agradecida.

Los dos jóvenes se acomodaron en el asiento trasero y Carlos notó el calor del cuerpo de Fernanda, la cual se había sentado a su lado y rozaba sus curvas con el cuerpo del muchacho. Aquel día llevaba un vestido de falda ancha y sobre las rodillas y, al cruzar las piernas, su muslo quedó al descubierto como por descuido, y ella fingió no darse cuenta al tiempo que señalaba por la ventana de Carlos distintos lugares de la ciudad.

Al llegar a la ubicación, indicó a Manuel que les recogiera una hora más tarde y que comunicara a sus padres dónde y con quién estaba, asegurando a Carlos que no tenía secretos con ellos. El coche se alejó y entraron a un hermoso restaurante, eligieron una mesa discreta y se sentaron.

Una hora más tarde ambos tomaban un café con las sillas algo más juntas que cuando ocuparon la mesa. La conversación había girado en torno a sus estudios, sus aficiones que, sorprendentemente, eran similares, y sus familias. El camarero que les había atendido toda la comida y al cual Carlos miraba con cierta inquina por ser demasiado amistoso con Fernanda se acercó con una bandeja con dos vasitos de licor, invitación de la casa.

–Vamos a brindar, Carlos –dijo Fernanda dándole uno de los vasos–. Por un buen año escolar y por nosotros.

Apuraron el licor de un solo trago y, antes de que Carlos se hubiera recuperado del sabor amargo del alcohol, un nuevo sabor mucho más dulce le embriagó al probar los labios de Fernanda. El vello se le erizó al notar los dedos de ella acariciar su nuca y él, con su habitual torpeza, pasó sus manos por los hombros desnudos de la joven y acarició la piel de sus brazos. Cuando se separaron, Fernanda sonrió con timidez y se alejó un poco.

–Discúlpame, creo que me he dejado llevar.

–No, si ha estado muy bien, llevaba tiempo queriendo hacerlo yo...

Ambos simplemente empezaron a reír y Carlos le tomó la mano. Sin soltarla, Fernanda se puso en pie y se acomodó el vestido con la otra.

–Manuel debe estar ya estar esperando, le diré que te acerque a casa.

Rubí. ContinuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora