Capítulo III: Planes

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– Buenas tardes, tía.

– Hola, querida. ¿Traes noticias?

– Ya lo creo, tía –la joven se sentó delante de la sombra de aquella mujer–. Le he conocido. He visto a Alejandro, y puedes estar segura de que le voy a volver loco por Rubí.

– Lo estoy, sobrina. Te he enseñado bien cómo ganarte el favor de un hombre. ¿Has pensado en cómo seducir a su hijo?

– Al hijo aún no lo he visto, pero no te preocupes. Si el padre ha sido tan fácil, el hijo lo será más.

– Fernanda, cariño, llegas tarde –le dijo una preocupada mujer de cabello lacio y cara de preocupación cuando entró en la casa.

– Lo siento, mami. De verdad que he estado algo liada con las clases y he querido pasar algo de tiempo en la biblioteca.

– Podrías haber llamado, para eso te compramos un teléfono móvil.

– De verdad que lo intenté, pero me he quedado sin saldo. Voy a cambiarme de ropa y bajo a poner la mesa, ¿cenamos en el comedor o en el patio trasero, mamá?

La voz de la mujer se perdió en la planta baja según Fernanda subía a su dormitorio y cerraba la puerta. Se puso un vestido blanco y simple que odiaba secretamente al no realzar en absoluto su figura y unas sandalias. Su tía le había enseñado que, en casa de su madre, debía mostrarse siempre humilde y sin pretensiones, y ella había aprendido a aparentar ser la mujer más sencilla que su madre conociera. Todas sus joyas y vestidos caros se limitaban a apenas dos o tres piezas para grandes ocasiones, y ella se conformaba, pues con su belleza era suficiente, pero a veces escondía en un rincón de su dormitorio algún collar o falda corta.

Bajó al gran salón de su casa y saludó a su padre Marco con un beso en la mejilla. Por el rabillo del ojo vio a su madre entrando a la sala y posó un beso sobre la fotografía de su padre Cayetano que había en un mueble en un rincón de la estancia. Aquel gesto siempre conmovía el corazón de Cristina.

– Me ha dicho tu mamá que has vuelto a llegar tarde a casa, Fernanda.

– Sí, papá, quise quedarme en la biblioteca avanzando unas tareas y se me hizo tarde, pero terminé todo lo que tenía pendiente de las clases.

– Y se quedó sin saldo en el teléfono para llamar, Marco –dijo Cristina, sentándose junto a su marido y cogiéndole la mano–. Quizá deberíamos ampliar el presupuesto para sus llamadas, me sentiría más segura por ella si pudiera llamarnos siempre que lo necesite.

– No sé, Cristina. Las notas de Fernanda en la universidad han bajado últimamente.

– Y por ello me estoy quedando hasta más tarde en la biblioteca, papá. Este curso intentaré que se me dé mejor. Sabéis que estoy algo desencantada con la especialidad que escogí...

– De momento, si quieres quedarte en la biblioteca a estudiar me parece bien, pero irá el chofer a recogerte antes de cenar y así tu mamá estará tranquila. Si tus notas mejoran, te pondré saldo ilimitado, ¿os parece bien?

– Yo creo que es un trato justo, Fernandita –accedió Cristina.

– Supongo que lo es, mamá –concluyó Fernanda con resignación.

Aquella pequeña batalla perdida iba a dificultar las visitas a su tía, tendría que buscar un modo de escapar de la universidad sin que el chofer de sus padres la viera y regresar del mismo modo. Había salidas repartidas por la biblioteca, pero volver a entrar... Fernanda se encontraba absorta en todo esto, dando vueltas a la comida con el tenedor y sin prestar atención a nada más cuando un nombre en medio de la conversación de sus padres la hizo alzar la cabeza como un resorte.

Rubí. ContinuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora