Conociendo a Harry Potter

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Me levanto sintiendo el cansancio aplastarme, no son suficientes las horas para dormir, es más, ni siquiera logro descansar del todo, ya que llego muy adolorido del trabajo: debo cortar, cargar y apinar madera todos los días. Yo no elegí el trabajo, claro, pero cuando el hambre es más grande que la razón aceptas absolutamente todo.
Me alivia pensar en que esta rutina se detiene, al menos por unos meses, porque debo asistir a la escuela y no es la humilde escuela del distrito, sino que un castillo inmenso llamado "Hogwarts", especial para la educación de magia y hechicería, en donde tengo tres comidas al día, ropa limpia y no tengo trabajos forzosos.

Había leído en algún libro, que contenía información de antaño, que antes los alumnos debían ir a una estación de tren y pasar a través de una pared para subir al expreso que los llevaría al gran castillo, obviamente todo eso cambió con las guerras muggles y actualmente nos envían un traslador que nos deja directamente en el lugar.

-Harry!

Es mi madre quien me llama desde la cocina. Me pongo los zapatos y llego a su encuentro, mira con el ceño fruncido una ración de aceite y cereales que descansa sobre la mesa.

-¿¡Qué te he dicho sobre pedir teselas!?- grita con los ojos vidriosos.

Ella me prohibió pedir teselas (significa una ración de comida a cambio de que tu nombre entre una vez más en el sorteo de los juegos del hambre) mamá se esfuerza mucho para que no me falte que comer, sin embargo a veces el esfuerzo no es suficiente y debemos pasar días con el estomago vacío. Es eso lo que el capitolio quiere: darnos un tiempo de bonanza, para después dejarnos sin nada y vernos obligados a pedir su misericordia.

Mamá quita de golpe su semblante enojado y me abraza con fuerza mientras acaricia mi desordenado cabello negro azabache- no quiero perderte a ti también- musita mojándome el hombro con sus lagrimas, siempre me trata de esta manera y repite lo mismo cada vez que llegamos a esta fecha: el día de la cosecha. Una vez me contó sobre los juegos del hambre y me hablo de él.

Mi padre James Potter, un chico de dieciocho años cuando murió o mejor dicho fue asesinado. Él fue elegido para participar en los juegos, el digamos reality, en el cual seleccionan a través de un sorteo a un chico y una chica de cada distrito de entre doce a dieciocho años para que peleen a muerte en un espacio desconocido, hasta que solo uno se declara vencedor o sobreviviente. Mi padre se fue dejando a mi madre que en ese entonces tenia tres meses de embarazo, ella lo vió morir en la pantalla grande del edificio de justicia, el volvió en una caja de madera tan frío como un tempano de hielo, totalmente ausente. A pesar de los años ella sigue teniendo esa cara de tristeza, de dolor, me admira que siga luchando.

Es por eso que ella no quiere que pida teselas, cree que tendré el mismo destino que mi padre y que quedará sola, sin nada porque luchar.

Mamá prepara el desayuno y hace todo lo que puede para convertir esos cereales rancios en algo sabroso y lo mejor es que siempre lo logra.

-Come despacio o te dolerá el estomago- aconseja sirviéndome agua hervida con manzanilla- espero que el trabajo no este pesado esta vez, te ves muy cansado hijo- me palmea suavemente la mejilla.

-Tiene su lado bueno, hoy me pagan -digo levantándome y poniéndome uno de las chaquetas de mi padre. Me despido de mamá y corro al bosque.

-Potter llegas tarde, la próxima vez te largas de aquí -reprocha el agente de la paz encargado de mandar a todos, de hecho fue a él a quien le rogué que me diera el trabajo, ya que para comenzar en el bosque hay que tener una mínima edad de diecisiete y yo el otro año podre cumplir con ese requisito.

Nadie me saluda, solo me dan un hacha para que corte, me quito la chaqueta y la camisa cuadrille.

Es irónico como aquí soy alguien sin importancia, considerado un niñato flacucho, al cual todos pueden mangonear, mientras que en Hogwarts muchas personas me felicitan y me admiran por el solo hecho de ser el tatara, tatara, tatara (y no se cuantos más) nieto de Harry Potter, el elegido, el que sobrevivió a la maldición asesina siendo tan solo un bebé. Una leyenda entre todos los magos y brujas, el que terminó con los días oscuros dos veces. El profesor Dumbledore (el cuadro de él en el despacho del director) me dijo una vez, que tenia un parecido impresionante con aquella leyenda (claro que sin los anteojos y la cicatriz en la frente) también me contó del imán que tienen los Potter con los problemas.

El calor se hace insoportable y termino sacándome la remera sin mangas, las gotas de sudor caen por mi cara y mi torso desnudo, cargo un pesado tronco en el hombro para dejarlo en una ordenada columna de estos. Oigo la campana que anuncia el termino de la jornada, que es más corta de lo normal, solo por que es el día de la cosecha y debemos prepararnos y comprar lo necesario para la "celebración". A mi madre y a mi no nos gusta llamarle así, ya que celebrar porque salió otra persona en vez de ti, es un tanto cruel, así que preferimos decirle "cena en honor a los tributos de este año" eso suena mejor.

Después de recoger mis monedas me aventuro a encontrar algo decente para cenar. Termino comprando unas pocas verduras y un pedazo de carne. Comemos así, unas dos veces al año dependiendo que no tengamos otra necesidad importante.

Mi madre de seguro tiene un cerro de ropa que lavar y coser, así que, yo haré la comida, no es por presumir, pero la cocina se me da tan fácil como la clase de defensa contra las artes oscuras o las pociones que son mi fuerte. Desde pequeño me enseñaron como cocinar, mamá siempre dice que saber cocinar es muy importante para disfrutar la comida o para no enfermarse o para...bueno miles de cosas. Para mis dieciséis años se muchas cosas útiles desde encontrar plantas comestibles hasta conocer perfectamente la madera para un buen fuego.

Llego a casa y encuentro a mamá estresada con una aguja y una camisa en las manos. Tiene a su lado una fotografía de papá. Me paro detrás de ella y con mis manos comienzo a hacerle un masaje en los hombros.

-Recuéstate un rato, yo terminaré todo -propongo.

-Solo me queda esta por hoy, no te preocupes.

-Entonces dejaré lista la cena.

Al terminar voy al cuarto en donde tenemos el baño, para quitarme toda esa desagradable sudoración. Mamá me preparó el agua. Me duele la espalda y el agua no hace mucho para quitarme el dolor.

Salgo y veo sobre la cama una camisa azul, suave, nueva y los pantalones negros de papá.

-Mira que apuesto eres -comenta mamá mientras pone un viejo espejo frente a mi. En el veo a un joven de unos ojos verde esmeralda intensos, tez bronceada por el sol y una expresión preocupada, cansada.

-¿Porqué debemos vestirnos así para ellos? -pregunto arqueando las cejas- lo único que hacemos es el ridículo.

-No me gusta que hables así -replica, arreglándome el cuello de la camisa.

Escruto sus manos maltratadas por el jabón y el agua fría- sabes que esto fue un gasto innecesario -digo molesto, señalando la camisa con un gesto. Ella se limita a aplastarme el cabello para que no esté tan alborotado.

Al cruzar la puerta el miedo se apodera de ambos, aunque quisiera que no me importara, es inevitable no hacerlo.

Mago y tributoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora