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La habitación estaba llena de monitores de diferentes tamaños, sin embargo en el centro, en una mesa resaltaba un holograma de un mapamundi que mostraba los países afectados por la oleada de zombies (o infectados) nadie lograba ponerse de acuerdo en cómo catalogarlos aún.

Las luces LED rojas avisaban los que estaban ya, prácticamente destruidos, si existían humanos, eran pocos y no había quien diera parte de eso. Los que estaban en azul eran los que habían sido destruidos para contener la infección.

La contención había empezado en los países Europeos y unos cuantos Asiáticos, sin embargo eso no pasaba aún en América, más específicamente: Los Estados Unidos. Cada vez había menos humanos y más zombies; las aves comenzaron a mostrar signos del virus, los animales que están en un contacto más directo con las personas, etc.

Todo se puede poner jodido en un santiamén; en unos días la infección se había propagado a niveles críticos, en una semana los humanos mermaron de forma considerable, en semana y media los zombies comenzaron a comerse unos a otros; quien siguiera vivo tendría la desagradable escena de verlos arrastrarse lentamente por el piso. En dos semanas se creía que no había ya, quien pudiera haber sobrevivido.

Los que vivían en el sur del país o habían cruzado la frontera con México –Solo para encontrarse que la situación era más o menos la misma- o habían emprendido el viaje al norte sin llegar siquiera a la mitad.

Los que vivían en el norte habían tenido la suerte de cruzar más bien la frontera con Canadá, que había abierto sus puertas un par de días, para luego ponerse difícil y aclarar que Canadá no era un refugio pues ahí el virus también se había propagado ya.

Acordando dar asilo a canadienses en suelo estadounidense -como lo es Alaska- abrieron al tercer día la frontera de nuevo para que quien se aventurara a llegar a la zona de contención, pudiera pasar y hacer una travesía casi absurda para llegar a su destino.

Así pues, no era de sorprenderse que del centro de Estados Unidos, hasta el sur de América, estuvieran en focos rojos. Los LEDS parpadeaban siniestramente señalando el daño en el mundo entero.

Había zombies en las ciudades, caminando por las calles como pobres diablos sin alma, arrastrándose en busca de comida que no iba a llegar, nadie se aventuraría a quedarse en la ciudad sabiendo la cantidad de ellos. Uno contra cientos es suicidio.

Así que los sobrevivientes preferían rodear, si bien hubiera podido ser mejor atravesar ciudades para acortar el camino, evitar entrar era lo más sensato aunque fuera más tardado.

Los chicos no se habían encontrado con ningún ser vivo desde hacía un día y medio, estaban cansados y hambrientos y soportaron así con dos pequeñas latas de frijoles para cada uno; dos latas en día y medio, vaya dieta! Estaban de mal humor por el hambre, se sentían débiles y el frío estaba arreciando.

Cuando llegaron a Fort St. John se detuvieron al ver una granja a medio kilómetro de distancia, podrían entrar y descansar, buscar comida y rezar porque hubiera agua.

Roger venía de nuevo en el asiento trasero, su turno de manejar había terminado una hora antes y quien venía al volante era Jennie, vio la mano de BamBam haciendo señales de que bajaran la velocidad, puso intermitentes y avisó a Jisoo por el walkie-talkie, sacando la mano por el único agujero que tenía la reja que le habían soldado a la Hummer a la ventana en su estadía en la mansión en Regina. Poco a poco los autos fueron disminuyendo su velocidad hasta que hicieron un alto total y ésta vez, todos bajaron de ellos.

Samantha había estado acompañando a BamBam en el último día y medio, ambos se acercaron a los demás con escopeta o rifle en mano y señalaron la casa de madera que estaba entre el molino y una torreta que almacenaba agua. Agua! Dijeron todos, esperando encontrarla casi llena o en otro caso: decentemente vacía.

El Amor En Tiempos Del Fin MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora