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Escucho, aunque lejano y casi imperceptible, el sonido de las gaviotas. Primero no logro hilar nada, lo único que sé es que me encuentro cómoda sobre un colchón, con el pecho contra él, las manos bajo la almohada y un sabor metálico en la boca. Los labios los tengo pegados y no entiendo por qué.

Me abro paso por ellos con la lengua y me doy cuenta de que lo tengo abierto y que es gracias a la sangre que se han pegado; me dan cosquillas en la nariz y estornudo, al hacerlo me duele el pecho y las costillas, entonces abro los ojos y me doy cuenta de que me encuentro en un camarote pequeño, de cama compacta y una ventana redonda que me dice que es de día.

Me paso la lengua de nuevo por los labios y me limpio la sangre que puedo, me subo la playera que no reconozco como mía y veo que tengo moretones. Fuera de eso, nada más me duele, aunque, lo que no me deja en paz ahora que caigo en cuenta, es el zumbido que tengo en el oído.

Con ello me llega como un puñetazo todo lo sucedido. Y me pregunto ¿Cuánto tiempo dormí? Me levanto con dificultad, siento las piernas pesadas y no encuentro mis botas por ningún lado, me siento mareada, aunque sin náuseas. Al abrir la puerta me pega la resolana en los ojos y me los lastima, me cubro con ambos brazos porque en cuanto estoy afuera, siento mucho frío.

No sé dónde estoy y no sé dónde están los demás, subo la mirada y veo las gaviotas volando por encima de mí, escucho un murmullo de todo y asumo que es porque tengo el oído (o ambos oídos) lastimado.

Me veo los nudillos raspados, y a juzgar por la coloración de las costras apuesto a que tienen un par de días. Estoy en un bote mediano, muy parecido al que mi padre solía navegar cuando íbamos de vacaciones a Cape Code. En cubierta no hay nadie y volteo hacia mi izquierda donde veo tierra. No hay nadie moviéndose tampoco.

Voy hacia adentro de nuevo y camino por otras puertas, la cocina tiene latas abiertas y vacías, por el olor detecto que están frescas, abiertas apenas en la mañana, veo un vaso medio lleno con agua y me la bebo de un sorbo, tengo la boca tan seca y una sed como de resaca.

Abro otra puerta y veo a Kat, dormida, respirando tranquila y visiblemente repuesta pero no por eso completamente sana, las mejillas se le notan más rosadas y las ojeras menos marcadas. Me recorre un escalofrío y me sobo los brazos, no sé si despertarla, al menos saberla ahí me da indicios de que me encuentro a salvo y que fueron mis amigos los que me trajeron para acá; veo un sweater en un sillón gastado, camino lentamente hacia él y me lo pongo tratando de hacer el menor ruido posible.

No la despierto, sigo con mi recorrido por este bote, probablemente encuentre a alguien más que me diga qué es lo que ha pasado, cómo hemos llegado hasta aquí.

Voy caminando por un pasillito cuando de pronto un ruido me sobresalta y hace que me palpite el corazón como loco, lo siento punzándome en las sienes y, débil como me estoy, me parece molesto y me falta el aire.

Veo a Jennie.

-Lisa-. Dice mi nombre con tanta sorpresa y alivio que puedo pensar que no cabe de la felicidad de verme despierta y caminando.

Viene rápidamente hacia mí y me abraza, lo hace fuerte y me duelen las costillas, me quejo.

-Perdón, perdón; ah, qué gusto verte despierta, me tenías preocupada-. Traga saliva y me mira con adoración.

No entiendo nada, pero me dan muchas ganas de besarla.

Tomo su cara entre mis manos y la beso, la sigo besando y luego un poco más, hasta que su espalda esta contra la pared y mi pecho pegado al suyo. Me separo dejando mi frente contra la suya.

-Vaya forma de despertar-. Sonrío, la escucho apenas, pero saber que la escucho me gusta. De pronto el silencio me parecía que era más bien que de verdad, había casi perdido el oído. Me giro hacia la izquierda, para poder escucharla mejor, es mi oído sano.

El Amor En Tiempos Del Fin MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora