Capítulo X

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Un sueño compartido

Rodaric comenzó a quedarse dormido, apenas se acostó y eso sorprendió a Moliac, Afortunadamente Sarat se durmió antes gracias al té relajante que tomó.

Ambos compartieron el sueño y comenzaron a ver la misma escena que se encontraba en medio del bosque en una cueva donde un joven dormía.

Rodaric sabía quién era. Pero Sarat lo ignoró; estaba fascinado. No podía ver su cuerpo, pero sí moverse con libertad, notó el camino cercano y se asombró al sentir los olores de la tierra húmeda entre la niebla.

Yata despertó muy alterado, quizá había tenido una pesadilla. Pensó Rodaric al sentir el miedo y preocupación en Yata. Sarat, por otro lado, no lo percibía, se preguntaba quién era ese muchacho, creyó que podría ser Rodaric. Sin embargo, le extrañaba más por qué razón, el joven despertaba siendo de noche, pero no lo era, él no sabía que se encontraba en la era, a pesar de que no podía verse la luz del sol.

Yata miró su cuerpo, lo largo de sus piernas y brazos, su nueva altura, era difícil asimilarlo, seguro tardaría en acostumbrarse. Tomó el arco, las flechas y la daga de su padre para continuar por el sendero del bosque esperando encontrar pronto un lugar mejor.

Caminó durante medio día y por fin salió de la espesa niebla, la vegetación escaseaba cada vez más a la vez que comenzaba a verse más seca.

Finalmente, todo se convirtió en un largo prado cubierto de nieve; cuando notó sus huellas había un pasto seco y marrón debajo de ella, enseguida se percató en dónde se encontraba. No lo reconoció porque esa zona era diferente. Pues era un paraje que solía ser demasiado caliente, seco y desértico, con una hierva alta en algunas zonas.

Lo sabía porque ya había salido con su padre a cazar Carinoes en ese mismo prado, solo recordarlo lo puso muy sentimental. Seguramente la nieve se debía a esas nubes espesas que cubrían el sol.

Poco después un ruido lo alertó, intentó buscar a su alrededor la fuente del sonido, pero no veía nada. Pensó en activar los sentidos agudizados. Sin embargo, no hizo falta, algo volvió a escucharse justo frente a él.

Un montículo muy alto de nieve se movía, y el sonido era de un animal grande. Yata comenzó a bordearlo sin perderle la vista cuando por fin pudo revelar el misterio.

Era un caballo que no lograba levantarse, todavía tenía mucha energía, debió ser reciente, se acercó y comenzó a retirar toda la nieve hasta que pudo liberar un poco su cuerpo, pero el caballo aún seguía sin poder levantarse.

Cuando se colocó del otro lado pisó algo grande. Yata limpió el piso para luego casi resbalarse del susto al ver el cadáver de un soldado que estaba congelado.

El horror lo invadió tan repentinamente que por un instante la cara del cadáver y la de él eran iguales, no quería seguir viéndolo, y el caballo estaba más alterado con su presencia. Tomó aire por un momento; volvió a tapar al guerrero con la nieve. Luego se dio cuenta que el guerrero sujetaba un garrote con una cadena, al otro extremo una pesada bola de metal con picos y entre la cadena estaba la correa del caballo con la que el jinete dirige.

Era un Corcel muy hermoso, negro y de pelaje brillante, solo debía lograr que el guerrero lo soltara, pero no fue fácil abrir su mano tiesa y congelada.

Tras unos minutos forcejeando lo logró, el caballo se levantó y comenzó a correr. Yata intentó tomarlo por la correa porque sabía que esa sería su salida rápida del lugar. Pero por desgracia el corcel fue muy veloz y no pudo alcanzarlo.

Desanimado se dejó caer de rodillas en la nieve, la carga emocional comenzaba a sobrepasarlo, los de recuerdos de su pasado trágico se mezclaban con los más felices que vivió.

Courband: La Noche EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora