Líneas Color Rosa.

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    Qué desastre, me gasté la mitad de la plata que tenía...

    Un antipirético, un analgésico, una cajita de apósitos, dos vendas, un antiséptico y después esta cosa que te mira fijo: un test de embarazo.

    —Podríamos no haber comprado el resto de las cosas... si nos hubiéramos animado.

    La que habla así es Allegra. Un nombre que es una realidad: no existe una persona con mejor actitud frente al mundo. ¿Se le derrumba la casa sobre la cabeza? Se encoge de hombros, se ríe y piensa: vamos a construir una más linda. Claro, diciendo esto doy por sentado que "alegre" y "optimista" son sinónimos. Así están las cosas dentro de mi cabeza.

    Igual, Allegra es mi mejor amiga, y estoy feliz de tenerla al lado mío en este momento de porquería. La miro con cara de susto y le hago una pregunta que, si pensara con claridad, me parecería de las más estúpidas de la tarde:

    —¿Se habrá dado cuenta de que lo único que nos interesaba en serio era esto?

    A Allegra le causa gracia y se ríe a carcajadas (en demostración de lo que dije antes). No es que ella pierda de vista la situación; al contrario, me golpea enseguida con la puntería infalible de su cinismo:

    —No sé que habrá pensado de nosotras el farmacéutico: lo único que le interesaba a él era la cuenta que se alargaba. —Y después, con su encantadora bestialidad, apunta al meollo de la situación—: Bueno, ¿ya estás lista para hacer pis?

    Con solo pensar en hacer pis encima de ese palito rosa y blanco, me quedo sin aliento. El mismo efecto que una patada en el pecho. Y eso que yo sé aguantar. Soy deportista. Para tener el mejor tiempo provincial en los 1.500 metros hay que ser capaz de soportar sin darse por vencido. Para ir al gimnasio todo el invierno a practicar kick boxing hay que ser capaz de recibir golpes aparte de darlos.

    Pero no hay nada que hacer: la sola idea de que un par de células se hayan unido dentro de mi útero decididas a multiplicarse basta para cortarme la respiración, apuñalarme por la espalda y dejarme fuera de combate. Todo en un par de segundos.

    Hasta me largaría a llorar, pero ¿Cómo hago para llorar si Allegra me mira fijo a la cara, su perro ladra detrás de la puerta del baño y sé que dentro de unas horas sus padres y su hermanito vuelven de la playa? Su voz y mi cerebro me lo ordenan: "¡Llená la vejiga! ¡Vacía la vejiga!".

    Hago un esfuerzo:

    —Pasáme el agua otra vez y, por favor, ¡decile a tu perro que se calle!

    Allegra se levanta del bidet, me pasa la botella de agua que está sobre el estante del espejo y abre la puerta del baño para gritar:

    —¡Basta, Geyser!

    El gran terranova aúlla y trata de empujar la puerta con el hocico, pero Allegra lo mantiene afuera apoyándole la rodilla contra la nariz. Geyser la mira con ternura, pero, viendo que ella no cede, se bate en retirada con la cola entre las patas. La enorme masa de pelos se aleja en dirección a la terraza. Por más que estoy como pegada al borde de la bañadera, alcanzo a adivinar el mar que resplandece bajo el sol de la tarde.

    Tomo del pico de la botella y la vacío, mientras Allegra me atormenta:

    —¿Y, Perla, estás lista?

    —Dame un vaso —le digo, con el tono del condenado que pide un último deseo.

    —¿Querés más agua? ¿Pero qué tenés en la panza? ¿Una cisterna?

    La miro mal, porque los nervios empiezan a tomar la delantera ahora que el momento de la verdad se acerca.

    —Quiero hacer pis.

    En medio de una complicación como esta ni siquiera Allegra encuentra un pretexto para reírse. Es más, se indigna:

    —No me digas que querés hacer pis en un vaso de la cocina.

    —¿Ya viste esto? —digo, y mientras hablo, con la voz dos tonos más arriba de lo necesario, empuño el palito y se lo agito delante de la nariz—. Estoy inquieta y no estoy segura de poder apuntar bien para ponerlo bajo el chorro. No sé si me explico... —ya perdí la cabeza y no puedo parar. Con la voz más chillona todavía, insisto—: ¿Y querés saber más? Tampoco estoy segura de poder hacer suficiente pis, así que prefiero usar el vaso y después meter el palito adentro. ¿Te queda claro?

    Como siempre que me vuelvo loca, Allegra trata de ponerse en el papel de la racional:

    —¡Tranquila, tranquila! Me parece que te estresaste porque no entendiste bien las instrucciones...

    Extiendo las dos manos para que no siga hablando. Leer las instrucciones del test fue una de las experiencias más frustrantes de mi vida. A pesar de que pasé el cuarto año de la secundaria con notas excelentes, cuanto más leía menos entendía. Empecé a perder confianza en mi inteligencia. Creo que hace falta un título en medicina y uno en ingeniería para entender esas instrucciones. Al final, Allegra las leyó y después me las explicado mostrándome las ilustraciones. Para mí que tengo las hormonas alteradas y no me dejan pensar bien. Pero no puedo estar embarazada. ¡Embarazada, no! Mejor dicho, "encinta", para usar esa palabra horrible que aparece en el folleto ilustrativo. Igualmente, estoy por aclarar este punto. Entre la verdad y yo solo hay un pis de distancia.

    —¿No tendrás uno de plástico? —le pregunto conciliadora, deseando todavía un vaso.

    —Hubiésemos comprado... —suspira Allegra—. Pero tendrías que confiar más en tu puntería: ¿Por qué no tratás?

    —Para vos es fácil decirlo, ¡total es mi test!

    —Escuchame, Perla, hace una hora que lo venís retrasando, ¡pero tarde o temprano vas a tener que hacerlo!

    Suspiro por enésima vez, me bajo los shorts de toalla, me siento en el inodoro y miro la cortina. Qué esfuerzo...
Me giro hacia Allegra:

    —¿Podés salir, por favor?

    —¡Ah, bueno, pero cuántas vueltas! Fuimos juntas al baño mil veces.

    —Sí, pero esta vez es distinto: ¡si me mirás, no puedo! Te llamo ni bien termino.

    La voz me vibra como una cuerda de violín, pero desafinada.

    Allegra resopla, sale y oigo que se queda ahí con la oreja parada y el hocico de Geyser en la mano. Después de treinta segundos, grito:

    —¡Listo!

    No fue fácil y no estaba segura de poder lograrlo, pero tuve buena puntería e hice bastante pis. Dejo que el palito escurra y lo apoyo sobre el lavatorio. Miro fijo la ventanita grande y la chiquita también, como si pudiera controlar el resultado con la fuerza de mi pensamiento, y me preparo para dejar correr los tres minutos más largos de toda mi vida.

   Después de un minuto y cincuenta segundos algo empieza a dibujarse y yo me tapo los ojos con las manos, como cuando era chiquita y había disparos en las películas de la tele. El poco valor que me queda se disuelve, como la nieve al sol. Quiero hablar, pero suplico:

    —¡Mirá vos!

    Saliva de Allegra traga; la escucho respirar (tiene la nariz tapada). Me aprieta la mano, o mejor dicho, me estruja los dedos:

    —Creo que es una línea rosa bien nítida y al lado una crucecita también rosa.

    Tengo la garganta seca.

    —¿Entonces?

    —Entonces... —busca las palabras para decirlo—. Sí, amiga, dieron en el blanco.

    Dicen que en ojo del huracán la calma es absoluta y el tiempo se detiene. Me siento como si estuviera ahí adentro. El mundo se desmorona a mi alrededor y mis pensamientos avanzan en cámara lenta:

    —¿Estoy embarazada?

    Allegra tiene los ojos húmedos.

    —Según el folleto ilustrativo, con una exactitud del noventa y nueve porciento.

    No sé por qué, a mí no me dan ganas de llorar. Tengo frío, como si me hubiera olvidado el cuerpo en la heladera.

Una Delgada Línea Rosa - Annalisa StradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora