¡No Sos La Única!

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    No es la una todavía y el día ya duró bastante. Vuelvo a casa como un indigente a su lugar bajo el puente, pero en el portón me encuentro con otra sorpresa.

    Allegra, con su peor cara de amiga resentida, me está esperando. Hoy se celebra la Fiesta de las Emboscadas, parece.

    —Tranquila, que mi casa es un lío —digo con la manos hacia adelante.

    Esperaba calmarla, pero me equivoco. Obtengo el efecto opuesto.

    —¿No podés tener prendido ese celular se mierda?

    También deber ser el Día Nacional del Insulto Guarro. Si Allegra habla así es porque está fuera de quicio, pero yo no me siento en condiciones de ponerla en su lugar.

    —¿Te pensás que tengo ganas de hablar con alguien cuando apenas estoy en contacto conmigo misma?

    Ella monta en cólera.

    —Pedazo de egoísta, ¿no ves que los demás también podemos tener ganas de hablar con vos?

    Es un clásico de Allegra pasar de la bronca violenta al llanto explosivo y ahora tiene los ojos casi inundados.

    —Sos la persona con la que más hablo, ¿no te alcanza? Tengo unos problemitas que solucionar, no sé si te acordás.

    —De vez en cuando yo también tengo cosas para hablar, ¿y a quién se las voy a contar si no es a vos? ¿O los demás ya no tienen derecho a que los escuches?

    Respiro profundo, preparada para todo.

    —¿Qué pasa?

    —¡Viene Daniel de Venecia! —dice feliz, cambiando de cara.

    ¿Me río, lloro o estallo? Haría las tres cosas, pero me gustaría no terminar en el pabellón psiquiátrico donde me encerrarían al instante si hiciese todo eso junto...

    —¿Y me estás haciendo una escena de terror porque viene ese pibe?

    Allegra me agarra del brazo. Trato de oponer resistencia, pero al final cedo y me dejo guiar. ya sé cuál es la meta: la heladería de la esquina.

     —Perla , nos estamos equivocando. Yo, primero. Te acoso constantemente por el embarazo, pero ya sé que pensás en eso todo el día. ¿Y si te tomás un par de horas para distraerte? No va a cambiar nada si te relajás dos horitas. Por qué no venís conmigo mañana a buscar a Daniel a la estación y pasear con nosotros antes de que lo lleve a casa... Alguien tiene que esperar al plomero todos los días en ese departamento. ¡Es como si viviéramos en la Fontana di Trevi!

     Me quedo callada porque estoy indecisa. Por un lado Allegra tiene razón, pero yo necesito estar sola para pensar. Por el otro, Daniel no me parece tan divertido como para considerarlo una distracción.

     —Mirá —retoma ella—. Al principio, te agredí. Perdón. Pero, de veras, yo también estoy preocupada por tus problemas. Trato de imaginar cómo te sentís y quiero ayudarte, aunque no pueda hacer gran cosa —hace una pausa—. Bueno, ¿venís?

    ¿Puedo decir que no? ¡Para nada!

    —Sí, voy, obvio.

    Allegra se frena y me frena a mí también tirándome del codo. Me abraza y me estampa dos besos con brillo labial color durazno, que me esfuerzo por no limpiar enseguida con el dorso de la  mano.

    —¡Te quiero! —grita.

    No soy del tipo cursi, pero aún así no suelto el abrazo.

    —Yo también.

    —Perfecto. Después te digo a qué hora exacta llega Daniel a la Estación Central. Y nos ponemos lindas... ¿Entendido?

    Entonces sí me escapo de su abrazo y la tranquilizo:

    —Entendido.

    Allegra me vuelve a agarrar del brazo y me guía hacia la heladería, que ya está apenas a dos cuadras. No tengo hambre, pero un helado de chocolate... Mi imaginación se debate entre agregarle crema o caramelo, o crema y caramelo juntos, cuando Allegra pregunta:

    —Para vos, ¿el chichón es nene o nena?

    Para eso que tengo adentro del útero usamos siempre y únicamente la palabra "chichón". Respondo instintivamente.

    —Nena. No podría crear un nene jamás. Odio a todos los hombres.

    Ella se ríe.

   —¿Cómo la vamos a llamar?

    —No tengo ni idea de cómo la vamos a llamar —corto en seco.

    No cede.

    —¿Qué te parece Ginebra?¿Lavinia?¿Magdalena?

    Me adelanto un paso y giro de golpe para no dejarla avanzar.

    —De nombres no se habla, ¿está claro?

    Allegra me da un golpecito en el hombro.

    —¿Serena?¿Alicia?

    Me pican las manos y siento que la cara se me transforma en piedra.

    —¿Por qué insistís?

    —¿Querés que te diga la verdad verdadera?

    —Obvio.

    —Porque en cuanto le pongas un nombre, sé que no vas a abortar.

    Me podrían temblar las rodillas, pero me conformo con transpirar frío. No es fácil resistir a una afirmación que te llega directo al corazón. Pero sé que no puedo dejar que alguien decida mi futuro. No puedo dejarme influenciar por una afirmación patética.

    Se lo digo dulcemente:

    —Allegra, sos una amiga genial. Entiendo lo que querés que haga, pero así no me ayudás. Me hacés mal.

    Es de no creer, pero Allegra se pone a llorar de la emoción. Esta chica es una fuente de lágrimas sin fin: a este paso, se va a deshidratar.

    —Yo siempre voy a estar para vos y para el chichón.

    Las comisuras de mis labios forman una mueca hacia abajo.

    —Ya lo sé: no tengo ninguna duda. Pero, por favor, ¡lo que me pasa es algo mucho más grave que un nombre o un viaje de ida y vuelta entre la escuela y el jardín maternal! 

    Ahora soy yo la que está por dejar caer algunas lágrimas. Pero Allegra me tranquiliza:

    —Está bien, basta. Nos merecemos un helado doble. Por hoy es suficiente.

Una Delgada Línea Rosa - Annalisa StradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora