¿Una Mamá Con Quien Hablar?

536 14 0
                                    

    Allegra es insistente como la mordida de un perro guardián: si te pone los dientes encima, no afloja hasta que te arrastra exactamente adonde quiere. A veces es una virtud, a veces...

    Silvia, alias la señora Bertarelli, alias la mamá de Allegra, es la mamá que mejor cotiza en el mercado de madres de nuestra ciudad. Tiene un verdadero club de fans. De todas las madres existentes sobre la faz de la Tierra desde la creación del mundo, es una de las pocas que pueden recibir la noticia de un embarazo sin sufrir un infarto (cosa improbable para la mayoría de las otras progenitoras). Pero de ahí a soltarle esa noticia tremenda, hay un trecho.

    Cuando las llaves giraron en la cerradura, Allegra me insistió:

    —¡Tenemos que decírselo a ella al menos!

    Yo no cedí ni un milímetro:

    —Está descartado.

    El pote (vacío) de helado llevaba en la basura más de diez minutos.

    —¿Cómo hacemos para no decir nada? —se desesperó Allegra.

    —¡Nos quedamos calladas! —le señalé. Ya se oían los ruidos de pasos en la entrada y Geyser ladraba de felicidad. Le lancé una mirada a Allegra y dije—: Callada, ¿me lo prometés?

    Si alguien no te responde cuando le preguntás "¿me lo prometés?" es porque no tiene la más mínima intención de hacerte caso. Tengo esa certeza desde que estaba en segundo grado.

    La cena fue llevadera solamente porque Geyser y Ben, el hermanito de Allegra, hacen tanto lío que no es necesario decir nada. Además, mucho no podía decir: el estrés me dió un hambre de león y tuve la boca llena casi todo el tiempo.

    ¿Suficiente para zafar? Por desgracia, no.

    Hay adultos con sensores listos para captar los síntomas de "malestar adolescente agudo", o sea, el mío. Entre estos adultos están los dos señores Bertarelli, Silvia y marido (que se llama -que el cielo perdone a sus padres- Sócrates).

    Un par de miradas cómplices (¡me encantaría tener a alguien que me entendiera a simple vista!) Y, después de que levantamos la mesa, el padre, el hijo y el perro se preparan para dar un paseo vespertino que los mantendría lejos hasta que los volvieran a invitar a la casa con una llamada de celular. Los señores Bertarelli apenas susurraron el plan, pero yo tengo un oído agudísimo. ¡Felicitaciones por la organización!

    Cuando se cerró la puerta me sentí como un prisionero frente al pelotón de fusilamiento. Pensé en disimular un ataque de narcolepsia y refugiarme en la cama, con la cabeza bajo la sábana o incluso bajo la almohada. Pero como recién estaba anocheciendo era más o menos como esconderse detrás de un dedo, y yo, o me escondo detrás de una montaña o no me escondo para nada. En conclusión, no pude escapar.

    Silvia se sentó frente a mí. Solo nos separaba la canasta de fruta que estaba en medio de la mesa. De esconderme detrás de una pila de duraznos y bananas, ni hablar.

     Allegra estaba a mi derecha y comía frutillas de la canastita de plástico como si quisiera batir un récord. Si hubiera tenido una reacción alérgica, me habría echado la culpa, lo sé.

    Silvia sonrió insegura:

    —¿Pasaron la tarde en casa?

    Allegra se quedó en silencio, concentrada en las frutillas. Me tocaba a mí:

    —Salimos un ratito...

    En el momento menos oportuno, como por arte de magia, Allegra perdió el interés en la fruta:

Una Delgada Línea Rosa - Annalisa StradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora