3- Esto Es Un Atraco

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El jueves se presentó bastante movido.

Antes de abrir la persiana metálica de la puerta de cristal ya había clientes esperando afuera. No eran muchos, dos o tres personas, pero justo después de tomar nuestros puestos en la tienda llegaron algunos más.

-Qué extraño, parece fin de semana-le comenté a la señora Yamagawa de pasada-. ¿Es algún día festivo?

La dueña de la farmacia me habló mientras abría uno de los cajones que estaban detrás de nosotras.

-Son excursiones turísticas. Cada cierto tiempo llegan autobuses de muchas partes de Japón para visitar Musutafu en días laborables. Todos van a la UA para ver si pueden cazar autógrafos aprovechando la entrada y salida de los sensei(3). Si pasas hoy por allí verás vallas de contención colocadas por las autoridades, que también estarán vigilando la zona.

-¿Y los turistas se pasan allí todo el día?

-No-sacó del cajón una caja de dimenhidrinato(4)-. La academia cierra el portón del muro a cal y canto cuando héroes y estudiantes han entrado a clase y entonces los guías de los autobuses se llevan a los turistas a visitar la ciudad hasta que llega la hora de salir y de nuevo abren el portón. Es en ese momento cuando tienen más posibilidades de hablar con alguien, ya que acabaron las prisas en la UA.

-Vaya... -sonaba lógico. La UA era famosa mundialmente y el turismo que atraía dejaba bastante dinero en Musutafu. De ahí que la policía permitiera aquel barullo ocasional.

Por eso había visto tanto movimiento de gente desde mi casa al trabajo aquella mañana.

La señora Yamagawa despachó a la pareja que estaba atendiendo y miró la hora en su reloj de pulsera. Esperó unos segundos a que yo terminara de guardar unos documentos en un portafolio y me pidió en voz baja que la siguiera a un rincón.

Le vi en la expresión algo distinto a lo acostumbrado. ¿Qué había hecho mal?

-Hoy hay mucho trasiego de gente, como puedes ver-me susurró.

Asentí.

-Es en días como este cuando debemos estar alertas ante cualquier gesto extraño. Viene toda clase de personas y entre ellas, a veces, también hay delincuentes .

Ya sabía por dónde iba. Éramos tres mujeres al frente de un negocio y ninguna teníamos dones defensivos.

-Supongo que recuerdas lo que te explicó Maiko acerca del botón de emergencias.

Asentí de nuevo en el más absoluto silencio.

Había un botón protegido con una carcasa transparente bajo el mostrador entre las dos cajas registradoras. En caso de atraco o problemas, jamás había que llevar la contraria al atracador ni demostrar resistencia. Le dabas lo que te exigiera y con disimulo bajabas la mano, levantabas la tapa de plástico y pulsabas varias veces. Esa llamada conectaba directamente con la policía.

-Sí, señora-contesté, y tragué saliva. Recé mentalmente por un día sin incidencias. Aún no. Era demasiado pronto.

Hiriko relajó su expresión y me regaló una sonrisa cálida.

-Voy a la trastienda a desayunar ahora que se han marchado todos. Os quedáis Maiko y tú atendiendo hasta que yo termine y luego desayunáis vosotras, ¿de acuerdo?

-De acuerdo-suspiré.

-Relájate, Vero-san.

Durante el resto de la mañana el establecimiento se mantuvo más tranquilo. Los clientes habituales iban y venían, eran caras conocidas que compraban casi siempre lo mismo y de vez en cuando se quedaban un poco a hablar conmigo. Me preguntaban cosas de España, cómo era la comida, enviaban saludos para mis padres e incluso algunos quisieron saber si traeríamos jamón serrano para venderlo en la farmacia.

Yakusoku - PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora