22- Rescate

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El amanecer rompió en Musutafu dejando asomar en el cielo los primeros rayos de un sol de mayo.

Las calles despertaron y la ciudad empezó a moverse retomando la rutina de su vida diaria.

Camiones de reparto, autobuses urbanos y automóviles particulares que llevaban a sus ocupantes a comenzar otra jornada laboral llenaban el aire de los ruidos típicos que conformaban cualquier ciudad. Mezclados entre ellos, el sonido de las sirenas de los coches de policía se imponía sobre el barullo de fondo de cada día. Varios de ellos cruzaban la avenida principal a toda velocidad haciendo destellar las luces de emergencia. Tras ellos, cuatro o cinco ambulancias se sumaban al sonido de sus alarmas creando una cacofonía que se extendía por el aire haciendo que todos los que lo percibían se dieran cuenta de que aquella mañana de mayo sería muy diferente a las demás.

Algo bastante gordo había ocurrido en Musutafu.

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Hiriko Yamagawa metió la llave en la nueva cerradura y abrió la farmacia.

El establecimiento estaba ya limpio y ordenado, las estanterías se encontraban en su lugar y todo aparecía como si no hubiera pasado nada allí pocos días antes. La compañía de seguros había sido bastante competente en lo referente a sus servicios.

Hiriko se acercó al interruptor y encendió los fluorescentes del techo.

Su tienda estaba en perfectas condiciones... llena de género, pero a la vez tristemente vacía.

Maiko entró tras ella y la miró con tristeza. La chica le dejó caer una mano a la espalda notando cómo Yamagawa sentía lo mismo que ella.

—Quizá tengamos noticias hoy... —dijo Maiko tratando de animarla.

Hiriko dibujó una sonrisa forzada en su cara.

Le había cogido cariño a la muchacha española. Vero había llegado allí, la había conocido, la había tratado, había dado todo lo que pudo para conseguir arrancar en un país muy distinto al suyo, demostrando una fuerza de voluntad y unas ganas de aprender, de vivir... se había convertido casi en parte de su familia, en la hija que nunca pudo tener... y de la noche a la mañana se la llevaron.

Y nadie sabía qué había pasado con ella.

Maiko encendió el ordenador del mostrador y la pantalla brilló mostrando la parafernalia del arranque. La chica se quedó viéndolo con la mirada perdida.

La echaba de menos.

Sus risas, sus ilusiones, sus enfados, su compañía...

Su amiga.

Intentaba ser optimista, sobre todo con la señora Yamagawa, pero cada hora que transcurría sin saber nada de ella se convertía en todo un año de espera.

Maiko movió la cabeza apesadumbrada.

—¿Dónde estás? —susurró frente al ordenador.

Maiko puso la mano sobre el ratón del ordenador y lo movió con lentitud para llevar el puntero hacia la aplicación sanitaria, como cada día. Hizo doble click y el programa se abrió mostrando la misma ventana blanca con franjas moradas en la parte superior.

Suspiró.

Levantó la vista de la pantalla y miró hacia el frente. La puerta automática de cristal se encontraba entreabierta. La señora Yamagawa la había atrancado con un cubo de fregar para que la tienda se ventilara un poco mientras ella adecentaba un poco la fachada. El escaparate de vidrio de seguridad, recién puesto hacia dos días, dejaba ver la calle desde detrás del mostrador pudiendo apreciar el tráfico que pasaba por la avenida y la gente que circulaba por sus aceras. La chica se quedó mirándolo pensativa.

Yakusoku - PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora