23- Alma Liberada

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—Hola, dormilona—dijo Maiko a mi lado.

Estaba sonriéndome feliz. Pude distinguir su silueta sentada junto a mi cama en la habitación del hospital donde me habían traído.

Una mascarilla transparente me cubría la cara y se oía el silbido del oxígeno fresco que entraba por mi boca y mi nariz.

—Hola—le respondí. Aún sentía los efectos del sedante, todavía no podía enfocar bien la vista, se me nublaba intermitentemente y me notaba atontada y torpe al hablar. Pero la escuchaba perfectamente.

—Los médicos dicen que todo está bien—me explicó —. Te darán el alta mañana seguramente si todo sigue igual.

—Ahm... bien, bien—respondí sin enterarme casi de nada.

—Hola—alguien se acercó también y me buscó una mano bajo las sábanas que me cubrían. Sentí la piel suave de su palma acariciándomela.

—Señora Yamagawa... —susurré al reconocer su voz—.

La mujer sonrió.

—Sí, estamos aquí las dos—dijo ella apretando mi mano—. Te he echado mucho de menos, cariño, no sabes cuánto.

La mujer pestañeó y dejó caer unas lágrimas de sus ojos.

Y Maiko también sorbió la nariz.

—Estoy bien—le dije a Hiriko —. Gracias a las dos...por estar aquí.

—Hemos intentado averiguar el número de teléfono de tus padres—me dijo Maiko restregándose la nariz—, pero no sabemos cómo encontrarlo. En tu ficha no viene más que el tuyo.

—El mío se perdió —recordé con una punzada de dolor—. Me lo quitó él.

Cerré los ojos rememorando varias escenas dolorosas y sentí un nudo en la garganta que me hizo tragar saliva.

—Lo siento—me dijo Yamagawa. Ya se había puesto al tanto de todo—. Fue un error lamentable, pero no fue culpa tuya no poder ver a tiempo a quien tenías al lado. Esa persona era despreciable, un embustero de doble cara y son los que se aprovechan de las personas que son buenas como tú.

Negué con la cabeza.

—De las que somos estúpidas...

—No, cariño, no eres estúpida—dijo apresuradamente —, sólo eres como deberíamos ser todos. Él era un parásito.

El nudo de la garganta me apretó aún más y se me encogió el alma.

—Quiero irme... —le dije a Hiriko empezando a llorar.

La mujer me apretó de nuevo la mano.

—Shhh, tranquila —me susurró en mi cara acariciándome el pelo—. Ahora tienes que descansar y mañana te llevaremos a casa.

—No... —dije casi sin poder hablar—quiero... quiero irme de aquí, quiero ver a mis padres, quiero... volver a mi casa...

Maiko y Yamagawa se miraron las dos entristecidas.

Comprendían perfectamente lo que les estaba diciendo. Llevaba poco más de un mes en Japón, prácticamente sola, sin mi familia... y en aquel poquísimo tiempo había vivido tres vidas enteras.

Era normal que quisiera huir de allí.

—Quiero irme a casa—repetí.

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—Está fuera de peligro —dijo el neumólogo—. Ha tenido mucha suerte, podría haber colapsado el pulmón y complicarse mucho el asunto.

Aizawa lo miró sin mucho interés.

Yakusoku - PromesasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora