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La fría brisa mecía suavemente las hojas de los árboles, las cuales, caían bailando  una perfecta sincronía, haciendo casi imperceptible,  los tranquilos pasos de un joven de 16 años de edad, de cabello negro, tez blanca y profundos ojos azules.

El chico avanzaba lentamente por el irregular camino de tierra que se dirigía al pueblo, aún le quedaban unos 7 kilómetros para llegar a su destino, su respiración era agitada y sus mejillas estaban enrojecidas, quizás por el ambiente frío, o quizás solo era porque llevaba más de 2 horas prácticamente  corriendo, hasta que decidió aminorar el paso, "estúpido Iván", se dijo mentalmente, "estúpido Alón", "¿Por qué de todos los lugares en donde nos veríamos sería justamente la biblioteca del pueblo?" , "como si en casa no tuviéramos suficientes libros". La mansión Lébidiev tenía una colección de libros mucho mayor a cualquier librería cercana, sin contar con los innumerables ejemplares, que su padre traía como parte de sus obsequios de sus viajes para sus 3 hijos.

Quizás si le hubiesen avisado con anticipación de esta salida, no estaría tan enfadado con sus hermanos, pero la situación era complicada, quizás era solo el universo conspirando para que este chico no pudiese llegar a su destino. Lo cierto es que las energías cósmicas, el universo  o Dios, o como quieran llamarle le habían dado suficientes señales al joven Erick, para simplemente olvidar la nota que sus hermanos habían dejado en el velador y disfrutar de su tercer día de vacaciones.
Lo cierto es que, si este ingenuo joven hubiese sabido lo que pasaría, quizás ni siquiera habría optado por levantarse esa mañana.

Erick cansado de caminar se apoyó contra un árbol susurrando improperios en los 7 idiomas que conocía, comenzó a abotonar su abrigo azul marino, el cual, había abierto mientras corría, sacó la bufanda negra de su bolso y la envolvió en su cuello, hace algún tiempo que su respiración se había estabilizado y el calor que sintió por su ardua carrera se había esfumado, dando espacio al frío. Sacó sus guantes de piel color café oscuro, pero antes de colocárselos ahuecó sus manos soplando su cálido aliento en ellas para calentarlas.

De pronto vio bajar un pequeño copo de nieve, el cual, tomó en su mano derritiéndose lentamente, "Genial, perfecto, maravilloso" pensó sarcásticamente, "va a nevar", iba a continuar su monologo de improperios contra sus hermanos, cuando de pronto un fuerte estruendo se escuchó en el otro lado del camino y una bala atravesó el aire rápidamente, quedando incrustada en el árbol, justo en el lugar en donde segundos antes había estado la cabeza de Erick, quien al ver lo ocurrido en lugar de asustarse o entrar en pánico, solo pensó " ¡Mierda!"....

Los sirvientes del HuérfanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora