DIECISIETE

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-Soy un imbécil.- Dijo Temo. Tomó un gran sorbo del café con medio sobre de azúcar que había comprado en la escuela mientras era observado por su mejor amigo.

Diego suspiró.

-Ya, Temo… deja de insultarte.- Aconsejó mirándolo preocupado. -Eso no va a arreglar nada.

El aspecto del castaño era diferente al habitual. No había podido dormir casi nada, así que se despertó tarde, con dos prominentes ojeras bajo sus ojos, tampoco tuvo tiempo cepillar su cabello, apenas y pudo alcanzar a lavarse los dientes.

En la primera clase le costó mucho aparentar que no se estaba muriendo de sueño, recargaba su mano sobre su mejilla para que su cabeza no se golpeara con el pupitre cuando se estuviera casi durmiendo.

Aristóteles estaba igual o peor porque ni siquiera tuvo ánimos para levantarse, Diego tocó a su puerta para decirle que se les estaba haciendo tarde pero se encontró con el rizado moviéndose debajo de las cobijas. Diego le preguntó si iría ese día a la universidad a lo que Aristóteles solamente negó con la cabeza.

Mely llegó a la mesa donde estaban Temo y Diego, se detuvo en seco en cuanto vio el estado de su amigo. Involuntariamente hizo una discreta mueca de disgusto.

-Te-Temo ¿estás bien?.- Preguntó con angustia. Él la miró y asintió.

-¿No se nota?.

Sus dos amigos se miraron sin saber cómo decirle que no. Luego la rubia decidió sentarse junto a Temo.

-Estás… diferente.- Miró sus ojeras. -No dormiste ¿verdad?

-No sé, no importa.- Dijo restándole importancia. Esa mañana no se aguantaba a él mismo, se repitió tantos adjetivos hirientes durante la madrugada que empezaba a creérselos.

Mely, con ayuda de sus manos comenzó a peinar el cabello de Temo.

-No lo merezco.- Dijo de repente en un tono triste. Parecía que se hablaba a sí mismo.

La rubia volteó a ver a Diego, este cerró sus ojos un instante.

-Ay… no digas eso.- Contestó Mely hacia Temo. Le preocupaba ver de esa forma a su amigo. -Ustedes son la pareja perfecta, cualquiera podría darse cuenta.

-No me hables como si ayer no hubiera pasado nada.- Pidió. -Soy un monstruo, lastimé a Aristóteles y eso jamás me lo voy a perdonar.

-¿Y qué piensas hacer?.- Preguntó Mely.

-Amigo, él te ama, sólo está esperando un poco de amor… Demuéstraselo.- Ese fue Diego. -Y sabes que aquí nos tienes para lo que sea.

Mely concordó con las palabras del chico.

Temo los miró con una pizca de esperanza. La voz negativa que había estado habitando en su interior parecía hacerse a un lado.

-No nos gusta verlos de esta forma.

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Aristóteles estaba sentado en el suelo de su habitación tocando “Juegos de amor” en su teclado. Su rostro reflejaba un gesto triste y serio, era la melodía quien esta vez hablaba por él.

Ese instrumento siempre le transmitía paz porque era por medio del teclado que podía expresarse sin palabras, así que esta vez, lo tomó buscando un poco de libertad.

Al terminar la canción se quedó mirando un punto fijo de la habitación, los recuerdos de la noche anterior regresaban a su mente, volver a ese desastroso final de domingo provocó que sus ojos se humedecieran, pero hasta ahí, porque no se permitió llorar, ,ya había soltado muchas lágrimas y no quería hacerlo más. Sin embargo no podía dejar de preguntarse si había algo mal en él, si en algún momento hizo algo que lo convirtiera en merecedor de un amor tan complicado.

UNA CANCIÓN || Aristemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora