Capítulo 49

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Alessandra

Abro los ojos y pestañeo varias veces, la luz me molesta. Pero no soy capaz de mover mis manos para intentar tapar la luz que me quema.

Intento incorporarme, pero un dolor fuerte aparece en mi costado, lo que me obliga a llevar mis dolorosas manos a esa zona.

Me concentro para mantener mi respiración tranquila, una vez que consigo estar estable alzo mi vista para observar donde me encuentro.

Es una habitación amplia, con colores marrones.

Esta no es mi casa.

Donde estoy.

Intento ponerme de pie, pero me duele todo el cuerpo lo que provoca que caiga de nuevo a la cama. Veo que tengo una aguja en mi mano que transporta a mis venas un liquido transparente.

No me lo pienso dos veces y tiro de la aguja, sacándola de golpe.

—Joder— digo tras un leve dolor.

Me levanto, pero esta vez me apoyo en la pared con todo mi peso pues me cuesta mantenerme. Observo que hay una ventana, me dirijo hacia ella despacio, en mi camino me encuentro que se abre la puerta de la habitación.

Una chica rubia con bata entra, y al verme de pie se queda sorprendida.

—¡No debería estar de pie! Avisaré al jefe.

Se marcha antes de que pueda preguntarla donde narices estoy.

Cuando por fin llego a mi destino, observo un gran patio, con guardas mirando a cada lado.

—Donde estoy...—digo susurrando.

La puerta se vuelve a abrir, pero yo sigo centrada en las vistas que tengo, pero detengo mi concentración cuando reconozco ese olor. Ese perfume, que hace que me tiemblen las piernas.

—Alessandra tienes que tumbarte.

Me giro quedándome de piedra, tiene la cara con golpes, algunos hematomas en sus brazos.

Y es en el momento donde le veo, que me doy cuenta de que los recuerdos que comienzan a inundar mi mente no son un simple sueño. Mis piernas no me funcionan y caigo al suelo, pero Iván me coge antes de que caiga entera.

Quedando los dos de rodillas, el intenta dejar sus manos en mis brazos, pero yo le empujo.

—No...—digo susurrando.

—Alessandra mírame.

Comienzo a llorar sin parar, mis manos van a mis ojos. Nunca me he sentido tan débil, tan vacía, no tengo nada, ni nadie. Todos me abandonan.

—Por favor— dice posando su mano en mi mentón.

Levanto la cabeza, para quedar a la misma altura, pero mis ojos permanecen cerrados incapaces de abrirse por las continuas lágrimas que caen por mis mejillas.

Las escenas se repiten una y otra vez en mi mente, noto como comienza a faltarme aire en los pulmones.

—Alessandra tranquilízate por favor.

El me mueve para estar en sus brazos, se que comienza a hablar con alguien pero no soy capaz de procesarlo.

—Nada te va a pasar, te lo prometo. —me susurra al oído.

Noto como una aguja entra en mi brazo e Iván me agarra más hacia su cuerpo, cada vez me cuesta mantenerme despierta.

Hasta que no puedo más y caigo en un sueño profundo.

InfiltradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora