Capítulo nueve.

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Harry y yo tomamos como hermosa costumbre vernos todas las noches en la habitación y hacer el amor como si solo existiéramos él y yo, como si no estuviéramos actuando de una forma nefasta que estaba seguro de que nos traería consecuencias. Estabámos haciendo las cosas muy mal, yo lo sabía perfectamente, pero no podía hacer nada para pararlo. Era como una droga, una droga que sabía que me haría mucho daño pero que no podía dejar de tomar.

El jueves fue nochebuena. Cenamos todos en la casa, una velada cargada de buen ambiente, sonrisas y bromas, sobre todo dirigidas hacia la relación de amistad que manteníamos Harry y yo donde decían que éramos literamente un matrimonio. A mi no me hacía tanta gracia, me sentía aún más traidor. Después de cenar estuvimos en una pequeña fiesta con música a todo volumen, a pesar de eso me hizo mucha gracias que James se hubiera quedado dormido en los brazos de Harry. Era una estampa tan bonita verlo con su bebé en brazos acunándolo, tratándolo con un amor y con una delicadeza dignos de él.

Yo estuve bailando con Teddy, Ginny y Neville, aunque cada día, a cada segundo, me costaba más ser capaz de mirar a los ojos a mi novio y a Ginny, nunca había tenido un cargo de conciencia tan grande. Recordaba cómo vivía yo cuando mi padre tenía sus amantes y mi madre lo descubría, ellos siempre me explicaban que no me preocupara, que mi papá tenía necesidades que cumplir que a lo mejor mi mamá no podía satisfacer, pero siempre acababa pillando a mi madre llorando. Me prometí en ese momento que yo nunca haría nada parecido con mi novia —lo que yo creía en ese entonces— pero ahí estaba, metiéndome en un matrimonio, follándome al marido de la mujer que me había abierto las puertas de su casa y traicionando a mi novio.

Era cierto eso de que las personas nunca cambiaban. Yo siempre he sido escoria, una persona de mierda, fui mortífago, ¿qué se podía esperar de mí? Esa marca estaba en mi brazo y lo estaría toda la vida, la mueca de desagrado de Harry cada vez que la veía me recordaba que quien fue un mortífago lo sería para toda la vida, su calidad como persona nunca mejoraría. Eso me ocurría a mí, aunque me sentía demasiado mal. Siempre decía que pararía, que no volvería a acudir a esa habitación, pero en el momento que Harry me susurraba al oído que nos encontraramos allí y rozaba mis mulos por encima de los pantalones durante la cena, mi templanza y fuerza de voluntad de fundían como el hielo en la lava.

Decidí sentarme un rato ante la bajada de ánimo que abrazó mi cuerpo como un viejo amigo y me quedé apartado mirando a Ginny y Teddy bailar, pues Neville se estaba sirviendo una copa de whisky de fuego. Miré a Harry inconscientemente, se encontraba mirando a James con todo el amor del mundo mientras acariciaba su carita. Opté por sentarme al lado suya en un acto impulsivo nada digno de mí que no fui capaz de evitar.

- Es muy bonito.- Comenté mirando a James.

- Sí lo es.

- Se parece muchísimo a tí, pero tiene los ojos de Ginny.- Respiré hondo tras pronunciar esas palabras que tanto daño podían hacerme. Coloqué mi mano en su pelo y empecé a acariciarlo enrredando mis dedos. Mi autocontrol casi se me fue a dar un paseo cuando su mirada esmeralda se posó sobre mis labios. Aparté mi mano rápidamente al mismo tiempo que él apartaba su mirada.

La música se paró justo después de que hubieramos hecho eso, noté todas las miradas sobre nosotros dos y por unos instantes temí que hubieramos sido esta vez demasiado descarados, pero no nos miraban de una forma reproche, por lo que intuí que no tenía que ver con eso.

- Draco.- Me llamó Neville. Dí un pequeño salto al no esperármelo y haber estado pendiente de otras cosas. Escuché a Harry reírse y le pegué un manotazo en el brazo.

- Dime.- Respondí recomponiéndome. Neville se acercó a mí nervioso y ahí empecé a ponerme nervioso yo. Me ofreció la mano, la cual acepté y me levantó con suma facilidad para que ambos quedáramos de pie.

Recuérdame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora