Tres camionetas negras y de vidrios oscuros están sobre una de las calles de un pueblo desolado. Uno que hace menos de un día estaba lleno de vida, vivían más de quinientos habitantes. Solo cinco sobrevivieron, los testigos de una trágica y horrible masacre. Extrañas criaturas los atacaron y devoraron, seres demoniacos que se comieron sus cuerpos y almas.
—Los testigos aseguran que sus atacantes vinieron de aquella montaña —señala un tipo delgado de lentes oscuros y chaqueta negra. Todos visten de negro.
—Allá debe estar el hueco —dice una atractiva castaña mirando la gran montaña.
—Vayamos a comprobarlo —propone un hombre de cabello negro que está a la derecha de la mujer.
—Es obvio que sí, mi amor. En esta zona está uno de los seiscientos sesenta y seis huecos del infierno que hay en el planeta. Exactamente el ciento treinta y nueve.
Los tres caminan hacia el gigantesco montón de tierra que se muestra imponente, intentando tocar las nubes más bajas del cielo. Dejan atrás al resto del equipo que toma muestras y fotografías del lugar. El buen estado físico que tienen les permite ascender con facilidad sobre el complicado terreno. Cada uno lleva una pistola en su mano, atentos a cualquier anomalía.
Luego de más de una hora logran ver un claro donde se alcanza a apreciar un orificio no mayor a un metro de diámetro, y al lado de este se halla una extraña criatura sentada sobre una roca. Posee más de tres metros de altura, es delgada y de extremidades largas con garras muy filosas. En una de sus manos sostiene los restos de un cráneo humano que devora con mucho placer, el fluido rojo corre por su gran boca llena de puntiagudos colmillos, todos sus ojos están enfocados en su comida.
El trio se aterra ante la desagradable escena, sin embargo, se acercan con gran sigilo. Sus armas apuntan hacia el horrible ser.
La alta figura se levanta y deja caer los restos de la cabeza que le pertenecieron a un hombre, muestra una sonrisa roja y toma una gran bocanada de aire. Exhala y todo a su alrededor es cubierto por una energía densa y oscura, desesperante.
—Huelo la maldita sangre Bermúdez —expresa con odio en sus frías palabras—. Sal y acércate junto con tus compañeros. Ven, Carlos Bermúdez, ven a ver como mi garra derecha sigue manchada con la sangre de tu maldito padre. Aún puedo escuchar los latidos de su corazón instantes antes de que se lo destrozara.
El hombre de cabello negro sale y le dispara, la mujer y el tipo delgado lo apoyan. Una bala logra herir al maligno ser que esquivaba los tiros.
—Balas de plata —susurra con desprecio mientras se toca su muslo izquierdo, donde emana un líquido oscuro, similar al petróleo—. ¡Sígueme! —le grita a Carlos y corre hacia la cima de la montaña.
Vuelven a cargar las pistolas e intentan que sus proyectiles toquen a la criatura que se pierde entre los árboles de roble. Menos Carlos que saca de su bolsillo una jeringa que contiene un fluido azul oscuro. La mujer se percata y logra evitar que se inyecte.
—Amor, no te dejes provocar. —Sujeta la mano con la que Carlos sostiene la jeringa—. Recuerda la misión. Venimos a recolectar información. —Sus palabras calman la ira que corre por el cuerpo de su amado.
—Los hilos de plata no están —anuncia el otro sujeto viendo el agujero sin fondo, donde sale una energía similar a la del demonio que se fue—. Hasta donde tengo entendido los de su especie no pueden remover los hilos en cruz que protegen los huecos.
—Pero hay algo que pueden usar —informa la castaña—. La Daga del Diablo. El regalo que el mismo Satanás le otorgó a esta especie de demonios. Se supone que había sido destruida hace más de un siglo.
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Bosque Sandam (Cazadores de demonios/Libro 1)
FantasyLa mayoría de la humanidad desconoce la existencia de criaturas o razas que habitan junto con ellas en este planeta. Tal vez una parte prefiere no saber nada, no conocerlas, le temen a lo desconocido. Algunos conocen de su existencia y de igual form...