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—¿Alguna vez te has preguntado lo inmenso que es el mundo para una hormiga, y cómo lo perciben ellas? —cuestiona un tipo rubio que observa al pequeño animal caminar entre hojas secas del arcilloso suelo.

—¿Qué? —exclama extrañado un hombre de cabello negro y una cruz en su oreja derecha como zarcillo.

—Si alguna vez...

—¡Mierda, Martín!, deja de preguntar tanta mierda.

Martín sonríe con diversión y levanta la mirada hacia los árboles de cedro del bosque. Luego posa sus verdes ojos sobre su compañero que luce una chaqueta negra y un jean azul.

—Han pasado diez minutos —le dice a Martín—. Vayamos a ver si dejó de patalear.

Los dos caminan entre la inmensidad de árboles y a su paso van quebrando las hojas secas con sus botas. Luego de recorrer treinta metros llegan a un viejo árbol que se encuentra en un claro. Ahí está el cuerpo de un hombre colgado de una soga.

—Morir quemado, ahogado o ahorcado, son maneras en las que no quisiera que acabara mi vida. ¡Cielos!, pienso en ello y me desespero —dice Martín frotándose los brazos—. El señor Alejandro suele ser muy cruel, con un disparo en el corazón o en el cráneo bastaba...

—¡Quién carajos te crees para cuestionar las decisiones del jefe! —replica el otro hombre, sus negros ojos reflejan su repentino enojo.

—Cálmate, Manuel. Es nuestro jefe, no nuestro dios. Lo que haga siempre no será lo correcto o lo mejor.

—¿Dios? No creo en esas estupideces. Todo eso no es más que un negocio. Mejor ve y corta la soga, no lo dejaremos que se pudra ahí, lo tiraremos al lago.

—Sí, y salgamos lo más pronto de aquí. Falta media hora para las seis y ya sabes lo que dicen de este bosque.

—¡Ja! Veo que crees en todo tipo de mierda —gruñe Manuel.

***

4:37 de la tarde. Ciudad de Monteblanco.

Por una de las calles del centro de la ciudad van dos hermanos de veinte y diecinueve años. Caminan con prisa, como el resto de los peatones. Una ligera brisa azota sus cabellos, el de menor edad tiene una melena castaña, el otro es de cabello negro y más corto.

—Daniel, Laura está preocupada. Dice que últimamente se ven muy pocos y ya yo estoy cansado de inventarme excusas. Dile la verdad, dile en que andas metido, o la vas a terminar perdiendo.

—¿Escuchas lo que estás diciendo? —exclama con enfado e incrédulo—. ¿Crees que me creerá semejante historia? ¡Por Dios, David!, dirá que enloquecí.

—¿Entonces qué harás?

Quedan en silencio y unos metros después se detienen frente a la carretera junto con otras personas. A su alrededor se imponen grandes y hermosos edificios, asombrosas infraestructuras, es una ciudad que progresa muy rápido.

—No lo sé —responde con un suspiro mientras mira el semáforo en rojo.

David no responde.

Segundos más tarde los autos, buses y camiones se detienen. Y los hermanos junto con la multitud atraviesan la vía.

—La abuela quiere verte. El mes pasado fui a visitarla por unos días, y como siempre pregunta por ti. Ya es tiempo que vayas a verla. Además, conocerás a su nueva mascota, se llama Tommy, es un lindo perro.

—¿Qué? ¿otro perro? ¿No le basta con Sultán?

—Sultán murió, fue hace seis meses. El veterinario dijo que fue un infarto...

Bosque Sandam (Cazadores de demonios/Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora