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—Es todo —le dice Carlos Bermúdez a Manuel y a Martín, a la vez que se vuelve a colocar sus lentes oscuros—. Si se deciden solo llámenme al número que está aquí. —Le entrega una tarjeta a Manuel.

Carlos camina hacia la camioneta donde lo espera su esposa, la atractiva mujer castaña. Ambos suben al vehículo y en la calle solo quedan las marcas de las llantas al arrancar.

—Vaya —deja salir Martín con un gran suspiro—. No dudo que lo que dijo ese tipo sea mentira, lo que nos pasó en el bosque y ahora es una gran evidencia. Esto parece una película: la ciudad está en peligro y si no se hace nada...

—Ya cállate.

—Manuel, debemos hacer algo, debemos ayudar. Esto es mucho más importante que ser los asesinos de un mafioso.

—Y también es más peligroso, idiota —replica Manuel.

—Lo sé, pero si nosotros que conocemos la existencia de esos demonios no hacemos nada...

—¿Ahora te crees un héroe? ¿Qué mierda te está pasando?

—No quiero que mi familia sea atacada o... o asesinada por esos demonios —dice Martín con miedo en su voz, no quiere imaginarse tal escena.

—Entonces usa el dinero que nos acaban de dar y lárgate con tu familia de esta ciudad.

—Tendría que convencerlas, y dudo que me crean tal historia.

—Vayamos a tomar unos tragos, por aquí hay un buen bar —propone Manuel a la vez que comienza a caminar por el andén.

En el callejón donde fue atacada la mujer no queda rastro del demonio ni de su sangre, los de las camionetas se encargaron de no dejar nada.

***

Claudia camina hacia a las escaleras, empieza a subir y sus nietos la siguen. Los golpes contra el campo de energía no cesan y las paredes junto con el piso continúan vibrando. Cada escalón que sube aumenta el miedo que siente, el temor abraza su ser con más fuerza, no quiere pensar en cómo podrá terminar todo esto. Llega a la segunda planta y se dirige a su alcoba. Su mano derecha se extiende hacia la manija de la puerta negra de madera, gira y entra con pasos ligeros, con destino a su closet.

De uno de los cubículos del guardarropa comienza a sacar todas las vestimentas que se hallan ahí. David y Daniel observan en silencio, tratando de mantenerse serenos, intentando ocultar la ira que recorre sus cuerpos.

Al fondo del cubículo se muestra una pequeña puerta cuadrada, de aproximadamente veinte centímetros de ancho. Los hermanos Bermúdez se miran y asienten, concluyendo que falta poco para enfrentar a los demonios que rodean la casa, la incertidumbre ronda en ellos, no están seguros si podrán acabar con los seis drokotos y proxo. Claudia abre una gaveta del ropero, busca una pequeña caja donde guarda sus joyas, algunas son de plata con símbolos raros, del fondo saca una llave.

Las paredes retumban con más intensidad y esta vez cae una fotografía que se halla en el cuarto, una donde está Claudia sonriendo con su amado Santiago. Ella se estremece al escuchar el impacto.

—Tranquila, mamá —le dice su nieto menor a la vez que coloca una mano en su hombro—. Te prometo que todo saldrá bien.

—Te lo prometemos —confirma David.

Claudia introduce la llave en la cerradura y abre la puerta, detrás se encuentran más de sesenta tubos con líquidos que se asemejan al color del petróleo, incluso algunos tienen el mismo tono. También hay cinco jeringas vacías y cinco agujas hipodérmicas, esperando ser usadas.

—Asumo que los más oscuros le pertenecen al maldito que asesinó a papá Santiago —infiere David con palabras llenas de odio.

Su abuela se limita a asentir con la cabeza.

—Entonces esa usaremos —dice el castaño y se acerca al cubículo.

Daniel toma dos tubos del fluido más oscuro junto con un par de jeringas y de agujas.

***

—No se contengan —le dice la chillona voz de proxo a los seis drokotos—. Golpeen todos al tiempo y con todas sus fuerzas. ¡Qué se abra la tierra! Pronto tendrán que salir esos malditos Bermúdez. El golpe final se los debo dar yo, recuérdenlo.

Las criaturas cuernudas obedecen y con sus manos de seis dedos impactan el campo de energía, los golpes continúan y el suelo comienza a agrietarse. Parte de un árbol de almendra que está cerca de los seres demoniacos es despojado de la tierra, algunas de sus raíces salen a la superficie. Los temblores siguen, y finalmente empieza a generar daños en la infraestructura de la casa, aparecen fisuras en las esquinas de las ventanas del primer piso y de la puerta.

Luego de unos segundos tres figuras aparecen en la entrada de la blanca puerta. Proxo muestra su horrible sonrisa al ver que los hermanos Bermúdez al fin han decidido salir, los drokotos dejan de golpear el campo de energía y observan a las tres figuras que están ante ellos, solo siete metros los separan. Los siete demonios miran las jeringas que sostienen David y Daniel, los dos jóvenes se inyectan el líquido que estas contienen, y a la vez Claudia que se halla unos pasos atrás de ellos carga una escopeta con cartuchos de plata.

—Malditos Bermúdez, hoy morirán —les grita Proxo—. Solo con nuestra sangre son capaces de enfrentarnos, cobardes. Pagarás lo que me hiciste en el bosque —le asegura a David mientras con su gran ojo amarillo le dedica una mirada penetrante y llena de maldad.

Bosque Sandam (Cazadores de demonios/Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora