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     Los hermanos Bermúdez están en el cuarto que era de su padre y en el cual ellos dormían cuando venían a pasar sus vacaciones. Una de las camas se encuentra cerca de la ventana, ahí se halla David con su mirada perdida hacia el cielo que poco a poco se va oscureciendo, anunciando la llegada de la noche. En su cabeza aparecen los recuerdos del enfrentamiento contra Proxo y luego con los cuarnarios, pero los que más se repiten son los del encuentro con las dos chicas y sobre todo el rostro de Diana. La belleza de la chica castaña le dibuja una sonrisa que no puede ocultar, recuerda cómo movía sus labios al hablarle y lo amable que ella fue...

Daniel tiene su cabeza sobre una cómoda almohada de algodón mientras lee el libro favorito de su niñez, el que siempre leía cuando llegaba a la casa de sus abuelos, es una historia sobre un heroico espadachín que luchó contra monstruos. Sin embargo, ahora no cree que sea solo una historia de fantasía. Lo que se le hace más curioso es que el nombre del autor de la obra no aparezca por ninguna parte.

Su abuela Claudia está en el piso de abajo terminando de hacer la cena. En su mano sostiene el salero, luego de agregarle un poco a las chuletas de cerdo lo vuelve a colocar en la alacena y revuelve el caldero donde prepara una salsa.

Las paredes del frente de la casa comienzan a vibrar, las laterales lo hacen con menos intensidad. A los pocos segundos el recipiente con sal cae en las baldosas de la cocina y se parte en pedazos. Los muros continúan temblando y uno de los cuadros que están en el pasillo después de subir las escaleras choca con el piso. Claudia se alarma y camina hacia una de las ventanas principales.

Los jóvenes Bermúdez son interrumpidos por la vibración y por el sonido que hizo el cristal del retrato al quebrarse en incontables partes. Se miran entre sí.

—¡Mis hijos! —grita Claudia con terror en su voz— ¡Vengan de inmediato, por favor!

Daniel deja su libro a un lado y se levanta de un salto, David lo emita y rápidamente salen de la habitación. Al bajar las escaleras ven a su abuela sentada en el sofá con las manos temblorosas cubriendo su rostro.

—¿Qué pasó, mamá? —pide saber Daniel con su ceño fruncido.

Las paredes vuelven a retumbar, esta vez con más fuerza.

—Uno de esos demonios está afuera con otros más —responde a la vez que señala con su mano derecha hacia la ventana, sus dedos no dejan de temblar.

Dolor, nostalgia y odio son las emociones que se mezclan en la cabeza de Claudia al ver a Proxo, su mente se traslada a aquel momento en que su esposo Santiago es asesinado por uno de los compañeros del ser peludo. Recuerda cómo un demonio de más de tres metros y de múltiples ojos le atraviesa el corazón a su amado con una de sus garras.

David camina con prisa hacia los cristales mientras su hermano trata de calmar a su abuela. Levanta la cortina y ve a seis criaturas de cuerpo humanoide con grandes músculos y dos cuernos en sus cabezas, similares a los de un toro, que golpean sin cansancio un campo de energía. «Ese maldito de nuevo», se dice así mismo cuando ve a Proxo detrás de los otros demonios.

—Algo les impide entrar, una barrera, y las vibraciones de las paredes son causadas cuando ellos lo golpean —le dice a Daniel mientras mira a los cuernudos seres golpear la esfera que los protege.

—Es un escudo mágico que desde hace siglos protege este lugar —les revela Claudia con un tono en su voz más calmado—. Sus ancestros lo crearon con ayuda de algunos de sus aliados en aquel entonces.

—Ahora entiendo por qué no temías estar aquí sola —menciona Daniel—. Si siguen golpeando con tanta fuerza van a terminar dañando la casa, es lo que quieren los malditos. —Empuña su mano izquierda mientras con la otra acaricia el cabello de su amada abuela—. Quieren derrumbar la casa y que nos caiga encima.

—En realidad quieren hacernos salir —aclara su hermano mayor a la vez que les dedica una mirada llena de odio a los siete demonios. Proxo lo nota y muestra una horrible sonrisa con sus puntiagudos dientes.

—No tenemos suficientes balas —reconoce el castaño.

—La escopeta del abuelo, estoy seguro de que debe tener bastantes municiones. Pero...

—No sería suficiente para enfrentarlos. —Termina de decir Daniel mientras ambos se miran con seriedad y asienten—. Mamá Claudia, necesitamos que nos digas dónde escondía Papá Santiago las jeringas con la sangre.

Claudia levanta la vista hacia su nieto menor. Guarda silencio por un instante y luego concluye:

—Creo que es la única alternativa. —Sus palabras expresan angustia y dolor, teme lo que pueda ocurrir, teme por la vida de sus preciados nietos—. Síganme.

Se levanta del mueble.

Bosque Sandam (Cazadores de demonios/Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora