Capítulo II: Brillante cual esmeralda.

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Se vuelve repetitivo y nunca recuerdo como termina. Todo era blanco a mi alrededor, tenía de frente una gran compuerta tallada en piedra, era lo único que no era blanco. Empieza a abrirse y no alcanzo a ver nada, un profundo y negro vacío del cual aparto la mirada y... y... es de madrugada... pensé que la pesadilla había pasado... creí que ya estaba en casa.

...

Han pasado varios días desde el incidente del conformatorio, días monótonos en los que el par de inadaptados pasaron dentro del refugio invirtiendo su tiempo a su manera.

Ángel invertía ese tiempo en explorar los textos de la biblioteca de la resguardada guarida, mientras que Val concentraba el setenta por ciento de su tiempo en reconciliarse con las sábanas.

En los pocos dormitorios del aislado refugio, Noche pasó de casualidad frente a la puerta semi abierta de la habitación de Val, solo para cerciorarse de una adormilada gata peli-morado arropada de pies a cabeza, que desde hace horas debería estar levantada. Para su evidente disgusto, el gato se da la molestia de intentar despertarla.

–Zzzz...*sonidos intangibles*...zzz- estando profundamente dormida, esto es lo único que se alcanza a escuchar de su parte.

Caminando sobre peluches, otras sábanas y entre más pertenencias de Val, Noche llega hasta la noqueada gata en el suelo, arrimando suavemente su cabeza en un intento por hacerla reaccionar.

–Mmm cinco minutos...zzz- demandó inconscientemente para seguir en su labor.

El gato tenía que hacerle entender una importante noticia y no podía dársela en este estado. Tomando con los colmillos la sábana, Noche se vio en la molesta tarea de arrastrar la cómoda tela con todo y Val, paseando su inconsciente ser hasta la sala.

Ya sobre la alfombra de la sala y después de golpear intencionalmente algunos muebles con el cuerpo inconsciente de la muchacha, la joven no reacciona de ninguna manera, por lo que el felino tapó con su pata la nariz de la sobresaliente cabeza de Val.

– ¡Mmm! ¡¿Qué?!... ¡Oh, por...!– apunto de reclamarle al gato como de costumbre, su irritación pasó a una turbia sorpresa al percatarse del estado de la sala. Los libros que deberían estar en los estantes yacen en el suelo casi al azar y los muebles no están en su lugar – ¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Cómo?! ¡¿Nos robó?! – preocupada y confundida, miró a todas direcciones pensando inmediatamente en lo peor.

Para estar segura y no equivocarse, corrió a la cocina a verificar las repisas y estantes, los cuales abrió sin titubear uno tras otro. El no encontrar absolutamente nada, solo alimentó su inquietud y confirmó sus sospechas.

– ¡Nos robó! ¡¿Por qué no hiciste nada?! – le reclamó al gato mientras se maldecía el haber confiado ciegamente en un extraño, después de todo, el raro peli blanco le robó a una vendedora de taza humilde en su primer día en Huesosburgo.

Sin más poder hacer, volvió furiosa a la sala para asegurarse que no se halla llevado nada más importante que comida, cuando se escucha el desliz del muro de piedra, la única entrada y salida del refugio de gatos, la cual Ángel atravesó con una leve y repentina falta de equilibrio.

–Ahg, eso sigue mareando– dijo recuperando el sentido antes de percatarse de que le atravesaba una furibunda mirada de parte de su compañera de techo –Ah, "a estirar las piernas holgazán" ya era hora de que despertaras– citó burlón a una gata que no estaba de humor para bromas.

– ¡¿Qué fue lo que...!?– dio un pesado suspiro, asimilando su llegada – ¿Qué hiciste? – quiso exigirle un sin número de cosas, pero si estaba presente es porque una explicación debe tener.

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