Capítulo I: Mi hogar.

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Volvió a pasar lo mismo, estaba en un lugar que nunca conocí. Era... tranquilo... pero no me atrevía a abrir los ojos. Tenía la sensación de que ya había pasado antes, pero quería estar seguro de encontrarte. Cuando alcé la mirada, me preocupó no saber de dónde provenía esa luz. Difícil era moverme y aún peor respirar, me desesperaba y ni podía gritar. Fue cuando algo tiró de mi hombro y me arrastró a despertar... no estoy en mi cuarto, me duele la cabeza... juro que tenía algo que decirte... ¿Dónde estoy?

...

En lo profundo de los espirales pasillos del conformatorio, un ambiente carente de cualquier indicio de luz o esperanza. Injustamente encerrados, yace en cada celda un prisionero con un sueño, una peculiaridad o un diferente punto de vista acerca del mundo. Celda tras celda, estas palabras se vuelven sinónimos que muren lentamente tras esos barrotes.

–¡No es hora de la siesta escoria!– exclamó un guardia durante su ronda de rutina, mientras golpea repetidas veces una celda.

-Sí, sí, ya sé... –con la voz temblorosa, contestó la joven de la celda que golpeó el guardia. Recostada en el suelo contra una pared de su oscuro calabozo, donde solo se alcanzan a ver los harapos que ella viste.

Mientras que mucho más adelante, un guardia lleva a un prisionero que no opone resistencia alguna. Un joven de pelo y tez blanca; con orejas puntiagudas y una vestimenta particular: una camiseta negra que recubre hasta la cintura; pantalones cortos de los cuales cuelga una cadena; botas altas de lluvia y un defectuoso reloj digital en su mano izquierda, el cual el guardia no le dio ni la más mínima importancia.

–Pasarás un largo tiempo aquí, basura– dijo el guardia mientras accionaba una palanca a un lado de la celda, abriendo así la compuerta.

–Solo para que los sepas, mi intelectualmente primitivo opresor, no he hecho nada que estuviera fuera de la...– dijo frívolamente el joven antes de recibir el brusco empujón del guardia, tirándolo de cara contra el sucio suelo.

–Todos dicen lo mismo- le dice el guardia mientras cierra la compuerta de la celda, dándole un mísero valor a lo que tenía que decir el joven prisionero.

–Pues eso es más triste que estar aquí dentro– dijo el joven en el suelo frotando su frente por el golpe. Pero su temporal frustración se convirtió en duda, seguido de un miedo silente, al percatarse de una extraña figura en la oscuridad de la celda.

–Eeh ¡oigan!, ¿¡que no era un prisionero por celda!?– exclamó el joven a la espera de una respuesta que nunca llegó.

Mientras que la pequeña figura de cuatro patas se acercaba lentamente al joven en el suelo, con la espalda contra la compuerta, el infortunado adolecente intenta mantener la calma esperando lo peor.

Su turbación cayó a un vergonzoso alivio cuando al salir de la oscuridad, la figura resulta ser un gato blanco con capa y una negra luna creciente en el pelaje de su frente.

–Como si no fuera lo más extraño que vi hoy– dijo el joven con una notable falta de emoción en sus palabras, asumiendo que pudo haber entrado por el único, tétrico y maltrecho tragaluz de la celda.

El gato pasa a un lado del joven, dejando caer un pequeño trozo de papel que tenía en su capa, solo para eventualmente pasar entre los barrotes de la celda.

–No es como si yo pudiera hacer lo mismo– dijo con el mismo tono, mientras levantó el trozo de papel del suelo.

–¿Y esto?– nota que una cara del papel tiene un símbolo que se asemeja a un puño con un rayo intercalado –¿Cómo para que será?– se preguntaba entre susurros.

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