Capítulo 01
Un minuto más
Pensar en algo se encuentra entre las cosas más cotidianas en la vida. De hecho, uno vive pensando, literalmente, y creo que sin pensar no habría vida. “Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar.” Eso había dicho Hipatia de Alejandría. Incluso en los tiempos de antes habían personas que defendían el pensamiento, y tal vez, claro, no era tan fuerte como ahora, pero al menos se nota la evolución que se tuvo respecto a ello.
Hipatia de Alejandría y parte de sus frases fueron mi motor del día a día para sobrellevar todo desde que tengo once años. Digamos que mi madre se empeñó mucho en enseñarme todo lo que ella había adquirido con el tiempo, eso incluía a las personas que influyeron en su pensar. Sí, Hipatia fue una de ellas.
Desde que tengo seis años me la he pasado merodeando de libro en libro —aprendí a leer dos semanas antes de cumplir los seis—, de historia e incluso ciencia. Obviamente que a los seis años recién cumplidos no empecé a leer historia y ciencia, no, a los seis años conocí maléfica, y a todos los personajes de Disney, villano o no, que puedo asegurar que les tengo mucho cariño, por medio de un libro, pequeño pero era un libro.
A los diez conocí al famosísimo Sherlock Holmes y tanto fue mi fascinación por él y otras novelas de investigación que leí, que me creía una e investigaba hasta las desapariciones de los calcetines. Ya tenía a mi mamá calva de tantas teorías que salían de la linda cabecita de su hermosa princesa… o villana, dependiendo del momento, qué estaba haciendo yo y cuáles eran mis emociones.
Llevé una cucharada de corn flakes a mi boca mientras observaba la noticia sin prestarle realmente atención. Dirigí mi mirada al reloj llevándome otra cucharada a la boca, sin embargo el contenido nunca llegó debido a que lo tiré de regreso al plato.
Me levanté con prisa de la silla y corrí a mi habitación. Encendí la computadora de manera rápida, y fue cuando más tardó en entrar a la aplicación.
Vamos, vamos, solo falta un minuto.
Seguí intentando y de pronto la computadora se apagó y unas enormes letras adornaron la pantalla, o al menos para mí las letras eran grandes.
Se está actualizando el puto sistema de la computadora.
¡JODER!.
Agarré mi celular y entré a la aplicación para ingresar a la clase. Esperé sin paciencia a que me admitieran y me di cuenta de que ya habían pasado mi nombre en la lista.
¡NOOOOOOO!.
Mi mamá iba a matarme. Quería gritar y se me ocurrió una maravillosa idea para usar como excusa. Creí que era lo más creíble que podía dar justo en el momento.
—Profesor, disculpe que lo interrumpa, pero es que mi mamá acaba de salir y tuve que correr a ver a mi hermano pequeño. En serio lo siento mucho por interrumpirlo, pero ¿ya me llamó?. —esperé pacientemente su respuesta mordiéndome las uñas.
—No me ha dicho su nombre, ¿cómo quiere que le ponga asistencia si no me dice su nota?. —preguntó casi gritando.
Mierda. Solo me faltaba una regañada para conseguir tener más de cincuenta regaños en menos de una semana. Si sigo así tendré un millón a final de año.
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IRAM
Ficção AdolescenteDespués de la cuarentena Irma Ramos regresa a la escuela. Luego de tener tantas malas calificaciones y casi no pasar el año tiene claras sus metas: 1- Recuperar su lugar. 2- Demostrar que puede más que todos. 3- No permitir que nadie le gane. Ya...