-Prólogo-

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Caminando lentamente me dirigí hacia la entrada de la habitación, por el pasillo pude observar un ventanal que ocupaba gran parte de la pared, lo único que pude ver eran las cuatro paredes que se dividían en dos, la parte superior es de color grisáceo y la inferior de un blanco hueso. Al entrar, vi que en el centro había una mesa metálica y dos sillas del mismo material en cada extremo; sobre la tabla había documentos, ya saben, informes y fotos.

El oficial me empujó tomándome la espalda, dándome a entender que debía sentarme en una de las sillas. Me coloqué sobre el metal frio y apoyé mis manos sobre mis rodillas. El sonido del metal era lo único que resonaba en toda la habitación, además de mi respiración calmada. Bruscamente, el uniformado me tomó de las muñecas para esposarme sobre un pequeño bulto que tenía un agujero en el centro que había en la mesa, perfecto para encajar una cadena en medio. Luego del procedimiento, solo me quedaba esperar a la llegada de quien me iba a interrogar.

No habrán pasado ni tres minutos cuando vi a un pelinegro ingresando a la sala, era un hombre alto con ojos grises, su expresión es seria y vestía un traje típico, saco, corbata y pantalones grises oscuros y una camisa blanca. Me dio una rápida mirada y se colocó en la silla sobrante, al frente mío, tomó aire y habló.

- Buenas tardes, mi nombre es Tachibana Naoto. Supongo que sabes por qué estás en este lugar ¿me dirías cómo llegaste a ese punto?

Me acomodé en mi lugar y lo miré con una sonrisa.

- Buenas tardes, detective Naoto. Póngase cómodo, porque esta historia es un poco larga.

Ángel || Kazutora HanemiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora