ADHARA
La arena infinita, aún cálida por haber estado expuesta al radiante sol del desierto, me rodeaba, mientras la tela de mi vestido se agitaba con violencia al igual que las hebras de mi oscura melena. El ocaso frente a mis ojos ya no se contemplaba majestuoso, me faltaba él.
Unos dedos recorrieron mi brazo, y mi piel lo reconoció de inmediato, su tacto, su calor, seguido por su aroma se fueron apropiando de cada uno de mis sentidos. Cerré los ojos disfrutando este momento y de su compañía, lo necesitaba, aunque no podía recordar la razón, mi cuerpo y mi espíritu lo aclamaban.
Fue rodeando mi cintura y repartiendo besos por mi cuello, sabía que era él, no necesitaba verlo, nadie más podría despertar esas sensaciones en mí. Le pertenecía al igual que él me pertenecía desde la vez que nos fundimos en las sabanas de nuestro sincero amor.
Ahora volvía a observar el atardecer, y todo era más bello, la majestuosidad del sol escondiéndose tras el horizonte mientras las primeras estrellas hacían su aparición. Me fijé bien en esos seres luminosos, qué misterios ocultaban y cuántas historias habrían sido creadas por ellas.
De repente, así como llegó dejé de sentir su presencia, fue como si me lo arrancaran, y por más que intentase retenerlo no podía encontrarlo, la noche era tan oscura que ni siquiera era capaz de ver la luna, pues una niebla espesa se había posicionado, cubriendo el extenso cielo.
Lo llamé una y otra vez, grité con desesperación su nombre, pero no había respuesta.
Las lágrimas brotaron de mis ojos incontenibles, corría incapaz de llegar a ningún lado, puesto que mis ojos eran incapaces de ver tan siquiera dos pasos más adelante.
Una inmensa desesperación se adueñó de mi cuando comprendí que ese era mi destino de ahora en adelante, pues ya no lo tenía a mi lado, y no lo volvería a ver, solo me quedaban sus recuerdos y la añoranza de que algún día volviésemos a estar juntos.
Volví a gritar en un eco desesperado de mi inconsciente al percibir su realidad.
No estaba en el desierto, la arena no calentaba mi cuerpo, la brisa no agitaba mis cabellos, no veía el sol, ni mucho menos las estrellas, no lo sentía a él, mis sueños se tornaron oscuros porque era todo lo que podía ver en mi celda: oscuridad.
Postrada como estaba, débil, sin fuerzas y con la voluntad casi quebrantada, tenía delirios cada tanto.
La sed y el hambre no me permitían pensar con claridad, y las breves alucinaciones que tenía con él eran mis únicos momentos de paz.
Me había cansado de invocarlo con el pensamiento, de llamarlo con mis lágrimas.
Escuché el sonido estridente de las bisagras de mi celda al ser abiertas y me preparé para lo que venía reuniendo lo último que quedaba de mis fuerzas.
-¡Come! -Gritó aquel ser repugnante mientras me agitaba.
-No -Dije en apenas un susurro casi inentendible, sintiendo cómo mis labios secos temblaban.
-Te gusta que sea por la fuerza -Dijo mientras me soltaba y dejaba que cayese.
Débil como estaba ya nada me importaba, si mi cuerpo se lastimaba o no, puesto que todo ya de por sí dolía.
De manera repentina me tomó de la quijada, obligándome a levantar la cabeza, para clavarme una copa en los labios y obligarme a beber el agua, si intentaba resistirme hacía presión forzándome a abrir la boca y a tragar ante el reflejo de ahogo.
Lo mismo sucedía con la comida, me embutía todo lo que pudiese hasta casi sofocarme, haciendo que deba ingerir los alimentos por la presión.
Así había sido desde el tercer día, o eso creía, ya que no podía saber a ciencia cierta cuánto tiempo ya había pasado desde mi encierro.
ESTÁS LEYENDO
AKRAM: ¿Un Príncipe árabe puede enamorarse?
RomanceEn las lejanas tierras árabes Adhara sueña con historias de amor y recuerdos de una época en la que la abundancia y buena fortuna acompañaban a su familia. Los tiempos de bonanza pasaron, ahora no es más que una esclava, y la esperanza de amar y ser...