Capítulo I: "Kindergarten"

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~3 años de edad~

Otro otoño se abrió paso a la ciudad portuaria de Yokohama con sus cálidos colores. Ya se podía percibir la frescura del viento que corría de ahí para allá, provocando así que las hojas secas cayeran de los árboles. De esas, el pequeño Masaki Nakahara-Dazai tenía armado un hermoso collage en toda su ropa debido a sus travesías de una tarde en el parque. Osamu sólo se limitó a lloriquear dramático al verlo llegar al penthouse, en compañía de Kouyou, ensuciando todo a su paso.

—¡Acabé de barreeer!~— Dejándose caer en el sillón, se quejó el pobre detective con pereza.

—Eres tan vago que dan ganas de matarte.— Le dijo la pelirroja de kimono.

—Eso no cuenta, todos me quieren matar hasta cuando respirooo~

El niño ahora de tres añitos, elevó las comisuras de sus labios en una amplia sonrisa, inocente y risueño. A torpes pasos, se acercó hasta su madre para recostarse sobre su delgado cuerpo de forma juguetona. Con sus grandes ojos azules brillando como dos diamantes en su rostro, lo miró sin dejar de reír.

—¡To badadé po ti!— Pronunció él como cualquier infante de su edad.

El ex mafioso era capaz de convertirse en un ser de piedra y resistir miles de balas atravesadas en su cuerpo si el momento lo ameritaba. Sin embargo, la ternura que poseía su pequeño hijo era el arma más letal de la que jamás había logrado salir ileso. Con sólo una mirada, Osamu quedaba rendido en el suelo; era por eso que le fue totalmente imposible no derretirse de ternura. Restándole total importancia que le ensuciara, lo envolvió con sus brazos y besó su frente con amor.

El menor rio ante el gesto y se lo devolvió besando su mejilla. Luego, como el culo inquieto que era desde siempre, volvió a la mujer dando saltitos, nuevamente dejando restos de hojas y tierra en cada movimiento.

—¡Tía Kouyou, tía Kouyou! ¡Idé al kínder!

—¿Ah sí?~— Le preguntó riendo. Ella no tenía palabras para describir cuánto doraba a ese niño. De alguna forma le recordaba a Chuuya, con ese fervor a la vida misma y las ganas de vivirla a lo máximo cada día. Sintió que su corazón era capaz de amar al cien por ciento en ese mismo instante al ver a Masaki en la incubadora. Se prometió, entonces, ser la tía que él se merecía.

—¡Tiii!~— Extendiendo sus brazos hacia arriba, Masaki volvió a dar saltitos. —Voy a jugad con mutos niños~

Levantándose del mueble, Dazai lo oía con una gran sonrisa. Sabiendo que su hijo estaba teniendo una infancia tan feliz y normal como cualquier niño, sin ninguna mafia que lo afectara, hacía que su interior desbordara de un amor que no podía ponerlo en palabras. Cada vez que lo observaba, no podía evitar retroceder al pasado, a aquellos momentos de desespero de despedirse del mundo que lo rodeaba; y, de la oscura noche a una soleada mañana, ese revoltoso infante le dio las ganas de vivir un segundo más que el otro.

"Árbol que florece" era lo que el nombre de Masaki significaba; y el árbol era símbolo de la vida, la generación y la regeneración. Chuuya y Osamu sentían que su hijo les había reconstruido sus vidas con el sólo hecho de sonreírles por primera vez, enseñándoles entonces lo que era el verdadero amor de una familia y la pureza misma en sus ojitos. Con cada juego y risa, Masaki colmaba alegría por todas partes, como si fueran hojitas cayendo al suelo cuando un árbol danzaba feliz con el ritmo del viento. Él era su pequeño arbolito, ese por el que perderían el oxígeno si estuviera ausente.

—¡Papi!— Exclamó felizmente "Chibi" en el proceso de correr hasta el pelirrojo recién llegado.

—Hola, campeón~— Recibiéndolo entre sus brazos, Chuuya lo alzó y le quitó la hojita que descansaba sobre su cabeza. —¿Pero qué te pasó?

Masaki | SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora