Niños y Demonios

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Los ojos de Daniel se abrieron lentamente. Estaba cubierto de moretones, su cuerpo totalmente herido y por suerte no tenía de milagro algún hueso roto. El carruaje estaba hecho en base a restos destrozados los cuales estaban esparcidos por él lugar, despertando sobre el cojín que quedó de aquel, su espalda en el risco donde este se desprendió y en frente de él yacía una especie de río que entre la borrosidad de su reciente consciencia no podía discernir del todo bien, poco a poco haciendo el intento de visualizarlo mejor entre la sobriedad que tomaba con el correr de los minutos.

En este río pudo ver dos cosas que le dejaron petrificado: el cadáver flotante de su madre y a pocos pasos entre los escombros cercanos, el de su padre. Había cuchillas en forma de luna que eran de la lanza que había destruido aquel carruaje.

—¡Darren! —gritó desesperadamente—. ¡Darren! ¡¿Dónde estás?! —El aire escaseaba de sus pulmones, comenzaba a estar realmente lleno de miedo.

Aturdido de la situación, miró alrededor en busca de su hermano menor. No tuvo éxito alguno en ello.

—Estoy solo... —millones de posibilidades catastróficas respecto al menor rondaban su mente, las piernas comenzaron a flaquearle a Daniel hasta que en un punto simplemente cedieron, cayendo de rodillas—. Darren... —de manera inclemente, lágrimas comenzaron a deslizar sus mejillas.

El silencio era roto por su llanto desgarrador.

—¿Qué voy a hacer? —preguntó para sí mismo.

—¿Qué tal hacer un trato?

Una gélida brisa recorrió a Daniel en ese momento ante aquella voz, la cual era tan profundamente grave que le heló la sangre. Giró su cabeza y espalda, apoyado en las rocas del risco donde se encontraba.

Era aquel, ese cuervo enorme de tres patas que anteriormente su hermano Darren había visto al salir del castillo del rey.

Lo pensó. Una, dos. tres veces y para él todo aquello seguía sin tener un sentido u orden alguno dentro de su mente, estaba apunto de colapsar y por un segundo Daniel consideró haber perdido la cabeza perfectamente.

—¿Quién anda ahí? —cuestionó con recelo.

—No has perdido la cabeza, niño. —afirmó aquella "cosa" casi como si le hubiera leído la mente al chiquillo.

—¡¿Un cuervo de tres patas que habla?! —Su tono era alterado y alto al hablar, cayendo sentado por la sorpresa—. S-Sabía que existían dragones, ogros, muchos tipos de bestia pero... ¿animales que hablan? —titubeó.

—Existen, por supuesto. Pero no soy uno de ellos. —Recalcó con total fastidio.

—Entonces... ¿qué eres? —dudó con miedo.

—Un demonio. —Soltó aquel cuervo con total tranquilidad, entretanto el niño de cabellos oscuros se quedaba totalmente helado del miedo—. Tranquilízate, Daniel. No pienso hacerte daño.

¿Cómo sabía su nombre?

—¡¿Qué pretendes hacer conmigo?! —Exclamó mientras se incorporaba para tomar los restos de aquella lanza entre lo que quedaba de la carreta. Sin embargo cuando los tomó, se partieron en dos dejando atrás solo escombros de las cuchillas con forma de luna, quedando como una lanza normal en apariencia.

—Quiero hacer dos tratos. Como el que hice con la persona a la que entregué esa lanza.

—Fuiste tú... —Lleno de furia, se lanzó impulsivamente con la lanza en mano al cuervo de tres patas.

Este en su defensa no hizo más que un gesto moviendo un poco el ala y una onda de viento oscuro envió de nuevo a Daniel al suelo, lanzando la lanza al otro lado del río, cayendo clavada en la tierra.

Los cuervos de la Luna: Los Dos hermanos(Libro I) (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora