4. Set fire to the rain.

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¡Hola mis bonitos lectores! Debo ser la peor autora del mundo actualizando solo un fic y dejando los demás de lado, ya ahora sí me pongo a trabajar en otro pero me subí por el chorro terrible con este, es que tengo tantos planes en mi cabeza para ellos. Muchas gracias a las personas que se toman el cariño para leer.

¡Espero que les guste!

Eiji lo reconoció al instante

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Eiji lo reconoció al instante. Él no olvidaría ese rostro apacible ni en un millón de años, esas sonrisas formadas a partir de la misma luz que las estrellas desprendían, esos ojos intensamente expresivos que sostuvieron su mano cuando la oscuridad lo devoró. Esos repletos de palabras no dichas e injusticias no transcritas. Esos a los que él se aferraba bajo la lluvia de cenizas, solo que ahora estos se encontraban cubiertos por una ligera capa de agotamiento, atornillados por un pánico que no pudo identificar como felicidad o nervios y por algunas heridas faciales junto a una mal afeitada barba. Fue instintivo correr hacia sus brazos, y permitir que él lo alzase, sus feromonas seguían siendo igual de cándidas, sus toques afectuosos. Aunque había pasado casi una década, no parecía haber cambiado nada.

—¡Griff! —No supo qué tan fuerte lo abrazó hasta que un aroma realmente desagradable inundó la habitación. El nombrado lo bajó, su yukata seguía siendo un desastre pero no le importó—. No puedo creer que seas tú.

—Yo tampoco. —Una sonrisa genuina fue esbozada, una de mejillas regordetas y muchos dientes, una bonita—. Has crecido bastante. —La pandilla se quedó estática frente a dicha interacción, ellos parecían estar debatiendo mentalmente si intervenir, escapar o suplicar piedad.

—¡Ejem! —Ese carraspeo molesto lo arrastró de regreso a la realidad—. No es momento para esto. —Ash lució lo suficientemente prepotente para hacer que le hirviese la sangre, pero no lo suficiente para que frunciese el ceño, él impresionó tan...¿herido?

—Tienes razón, primero a lo que vine. —El omega no pudo evitar fijarse en esos detalles—. Necesitamos hablar, Aslan. —A veces le recordaba a un depredador voraz con su imponente personalidad, otras se asemejaba a un crisantemo por su fragilidad. ¿Cuál de los dos era? O quizás solo necesitaba un consuelo para hacer más amena su prisión.

—¿Camaroncito? —Cualquiera que fuese la respuesta—. Vamos, necesitas descansar.

No cambiaba el objetivo de su misión.

El escondrijo del lince de Nueva York le recordaba a su hogar. No a esa reminiscencia fantasma que atesoraba de Izumo, sino a ese que se encontraba en América, donde lo arrastraron sin su permiso. ¿Permiso? ¿Siquiera existía eso para los de su género? La imagen era digna de la realeza: gigantescas paredes pálidas adornadas con bordados dorados, ventanas cuidadosamente ornamentadas cubiertas por las cortinas más costosas que él se pudiese imaginar, dos pisos repletos de elegancia y excesos, salones atiborrados con curiosidades y manuscritos viejos, una cocina de último modelo, lámparas que parecían candelabros y un jardín que lo remontaba al Edén. Eiji no era religioso pero se imaginaba que de esa manera fulguraría si existiese. Todo era brillante, nuevo e increíblemente genérico. Falso, esta era la casa de alguien más, fue fácil atar los cabos sueltos, hasta la pandilla lucía incómoda quedándose acá. ¿Entonces por qué permanecían en esta casa de muñecas?

Bird cage.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora