Capitulo 8 (1/2)

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Segunda parte.

Narrado por Daniel Valencia

Creo que he sido un individualista empedernido.

He vuelto a leer mis cartas y me he dado cuenta de qué hablo tan personalmente de mi mismo, que por momentos llega a inquietarme la cantidad de cosas que ustedes ahora saben de mi. Agradezco profundamente que no conozco sus rostros, ni sus nombres y no lo digo porque ustedes no me importen, me importan de hecho. Pero es más fácil para mí escribir cartas a seres con los que no comparto ningún vínculo, y sobre todo seres sin rostros.

Cuando pienso en ustedes, pienso en un grupo de personas aglomeradas en un parque, él porque en un parque no se a que se deba. El punto es que el no sentir sus miradas directamente sobre mi y el no escuchar sus voces, hacen que no me sienta juzgado, que no me sienta observado. No me gusta que la gente pueda ver a través de mi. Así que al sentarme a escribir solo tengo que enfrentarme a mi mismo y a una hoja de papel, lo cual es bastante fácil y esto de escribir es nuevo para mi.

Sin embargo todo este ridículo preámbulo realmente no tiene relevancia en esta historia, solamente les comento esto porque no tengo muchos amigos, a pesar de ser tan seguro e imponente, mi carácter repele cualquier tipo de amistad que no esté directamente asociada con el trabajo. Al principio no me afectaba, siempre he funcionado muy bien solo, es decir, siempre pude valerme por mí mismo y encontré en la soledad del individualismo personal el tipo de vida ideal. Pero creo que confundí el estar solo con la soledad momentánea, no me gusta socializar, es decir, en general no me gusta la gente, no me gustan los lugares con muchas personas, me gusta mi espacio. Soy adicto al espacio personal y a la rutina. Detesto los imprevistos.

Pero con los años con la ausencia de Juliana empecé a sentir mi vida cada vez más vacía, me empecé a sentir verdaderamente solo, y no me gusta esa sensación. Me asfixia. Fue lento el proceso de darme cuenta de que yo queria a alguien a mi lado, yo queria que ese alguien fuese Juliana, aun cuando ella se fue, siempre quise tener un numero al que marcarle y no para sexo, sino para hablar de como me ido en el dia, para escuchar su linda voz y decirle que si queria ir a hacer copos de nieve conmigo en invierno. Si copos de nieve. Me gustan los copos, antes de que mi bella madre muriera me llevó un invierno a New York y juntitos los dos hicimos muchos copos, también comí tierra ese día pero esa es otra historia.

Tengo muchos lindos recuerdos con la nieve.

Siempre pensé que sería muy bonito llevar conmigo a la chica que más quisiera a hacer copitos de nieve, no importa si tengo noventa años, siempre voy a querer hacer y revivir los momentos en los que fui verdaderamente feliz. Y curiosamente el día en que empezó toda esa historia con Beatriz yo estaba pensando en copos de nieve.

Había salido de la casa de mis padres, pensando como siempre en la última vez que había visto a mi madre salir por la puerta, todavía puedo ver su espléndida sonrisa, su cabello castaño claro ondeando con el ritmo suave de la brisa. Todo sería tan diferente, si ella siguiera conmigo. Cuando vivíamos aquí este era un suburbio de clase alta bastante exclusivo con pocas casas, sigue siendo un lugar exclusivo pero un pueblo se ha alzado a unos veinte minutos de la colina central donde vivíamos, estacione mi auto, frustrado.

Compre un cafe negro en una pequeña tasca, saque una caja de cigarrillos de la guantera, agachado con mi caro traje rozando suavemente el cesped lo encendi dandole una larga bocanada, sintiendo el humo hacer un ligero recorrido por mis pulmones, me gusta la mezcla del cigarro y el cafe. Cerré mis ojos pensando en mis dos mujeres, en mis chicas especiales, Juliana y mi madre, sería tan feliz si tan solo pudiera salir con ellas a comer a un restaurante, sería tan feliz si pudiera tenerlas en mi vida. Si pudiéramos volver a hacer copos de nieve en alguna ciudad europea con Juliana de invitada.

Bajo el encanto de tu inteligencia-Daniel y BettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora