Salvaje.

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Tirada en el tibio suelo de la habitación que dejaba el fogón de la cocina, ubicada inteligentemente en la planta baja pero cerca del cuarto principal para aprovechar el calor y dar calefacción al piso superior donde estaba el lecho del señor de la casa, renegando una y otra vez sus agresivos pero atribulados pensamientos que hablaban de desgracia y muerte a un lado de la ancha cama que se suponía ella debió haber compartido con su ahora fallecido esposo desde la primera noche de estar juntos en el sur, todavía no lo podía aceptar. Ella no lo creería hasta ver el cuerpo de Korra, cerciorarse con sus propios ojos que era verdad que él estaba muerto, porque eso no podía ser posible ¿Korra muerto? No, no, no. Su excepcional y atrevido guerrero del sur no. Por favor, él no podía estarlo.
Reconocer y asumir eso posible por palabras de terceros le hacía doler insoportablemente el corazón y sollozar en silencio tapándose la boca con una de sus manos. Llanto que había aguantado frente Senna todo lo posible luego de la fatídica noticia para darle fuerzas a la mujer con un cerebro en conmoción que se negaba a asimilar la validez del informe enviado por el Jefe del sur. Hasta que Katara había tenido que ser traída por algunos guardias para medicar a la Omega madre, tranquilizarla y poder trasladarla a su hogar totalmente dopada, fatal panorama que por fin la había orillado a la realidad de todo lo que acontecía con miradas llenas de pena y lástima hacía ella, de entrometidos de la servidumbre que habían osado a acercarse y fisgonear al escuchar el alboroto dentro de la amplia morada, rompiendo así su serenidad y escepticismo con su falta de disimuló.

Obligándola a subir rápido las escaleras de la casa en la primera oportunidad que tuvo de salir de la sala sin que nadie la persiguiera para tratar de consolar con fingida lástima a la nueva viuda del sur y muerto príncipe, encerrándose en su habitación con sus manos y piernas aún temblorosas, para desplomarse sobre sus rodillas sin demora. En un silenció y una calma tan contradictoria que solo podían ser predecesoras a una gran tormenta de recuerdos y emociones que ni ella misma sabía que existían en su interior hasta sentir la pérdida de un amor sembrado a través de los años y una melancolía por el naufragio en el mar de lo intangible del alma de su ser querido al cual no vería ni una vez más. Mientras posiblemente Noatak custodiaba los alrededores y Mako estaba siendo llevado devuelta a la mazmorra en contra de su voluntad por varios guardias, en espera a que ella se retractara de su acusación de llamarlo traidor y lo salvará de caer otra vez en esa putrefacta prisión. De ser castigado cruelmente por la autoridad y leyes del sur.

Suerte que probablemente también tocaría a su puerta. Pero, lo que ocurriría con ella sin Korra a su lado por parte de los ancianos era algo que no le importaba, le daba igual, su mente no le servía para mucho en esos momentos, no podía sentir miedo de su futuro cuando la rabia y el sufrimiento de imaginar a su Alfa asesinado la inundaba. Pero, ¿rabia de qué? ¿Rabia con la vida por arrebatarle a su mejor amigo y amado esposo? ¿Rabia del maldito bárbaro que se había atrevido a matarlo? ¿Rabia de perderlo en medio de una pelea de poderes absurda pero necesaria o, rabia de si misma por permitirle a Korra partir sin decir lo mucho que ella lo quería? Haberlo tratado mal, desahogado su frustración con él tirándole insultos que realmente no quiso decir, deseándole la muerte que finalmente lo alcanzó y despidiéndolo de una forma tan atroz que al recordarlo la desgarraba. Era eso, eso último en específico era lo que más la estaba carcomiendo, la hacía desear golpearse así misma, incrementar su dolor y llorar.

No era cierto, no podía ser que los espíritus la hubieran escuchado y ahora Korra estuviera muerto por su culpa. El solo pensarlo la hizo morderse su labio inferior con ahínco hasta hacerlo sangrar en una gota carmesí que se deslizó hasta la punta de su quijada, jalar la sábana del colchón con el suficiente exceso como para partirse algunas puntas de sus uñas, chocar con dureza sus puños hacía la cama sin evitar sus orillas de madera queriendo infligirse un dolor que la hiciera sentir castigada. Porque la realidad era que no había sido su verdadera intención que él no volviera, fuera herido y falleciera. Aunque con esas mismas palabras se lo había dicho ella a Korra en el calor y la cólera de haber sido maltratada por el príncipe. Dicho pero no deseado realmente. Sin embargo los espíritus ahora se burlaban de ella llevándose a su amado Alfa lejos. A un plano fuera del mundo de los vivos e inalcanzable para el peso de la carne, los huesos y la lógica de los sesos.

La Bestia del SurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora