4. Unidos como familia

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Dos lunas pasaron, dos lunas desde que Midoriya se había encerrado en su habitación, saliendo solo para comer o para ir a la escuela. Su mente divagaba por los astros de la noche mientras trataba de procesar aquella respuesta, aquella revelación que el mismo había pedido. Aquella respuesta que había buscado desde sus cuatro años fue aquella que le hizo odiarse así mismo.

Miró su mano constantemente, cuestionándose si de verdad quería volver a transformarla en aquella forma robótica oscura y maldita... Pero, ¿ese era él? Se cuestionaba, dudando de aquello que ocultaba su sangre. No podía ser parte de aquellas máquinas de muerte y destrucción llamadas Decepticon... Él era alguien de bien, no de maldad.

Entonces por qué, por qué tenía miedo de convertirse en algo que sabía que nunca llegaría a ser... ¿O sí llegaría?

Soltó un suspiro, exasperado de sí mismo, necesitando el consejo de alguien; el apoyo de una mujer que siempre le había apoyado en las buenas y en las malas: Inko Midoriya.

Que, aunque no fuese su madre, le ayudaba no importaba las dudas ni el peligro...

Aun sabiendo el peligro que tomaba el criar a un humano con cualidades y pensamiento Decepticon, Inko lo arropo bajo su ala y lo crío como si fuese su propio hijo.

Pero por qué, se preguntaba... Por qué no podía ser hijo de sangre de aquella maravillosa mujer que la tomó como una verdadera madre.

Esa mañana de sábado, esa misma mañana donde Inko Midoriya se encontraba cocinando para sí y para su hijo, que probablemente se la volvería a llevar a su habitación, aislándose de cualquier contacto con ella. Una gota de agua cayó en el sartén hirviente, sacándole una sorpresa la mujer. Miro a todos lados: No era una gotera, no estaba sudando... Estaba llorando.

La tomó por sorpresa durante unos segundos, pero luego comprendió: Le dolía ver a su hijo encerrado y aislado, evitando incluso respirar frente a la mujer. Se sentía cabizbaja y conmocionada, siendo emociones que había sentido constantemente en su estadía como madre del "mestizo".

Escuchó como la puerta de la habitación de su hijo se abría y sus pasos en dirección a la cocina, agarrando una mesa y sentándose en aquella, esperando a que su madre terminara de hacer el desayuno y se lo entregase, mientras movía los pies debajo de la mesa y mantenía la mirada baja.

Inko se movió un poco más rápido y termino de prepararle el desayuno a su hijo, para luego dárselo en su plato y colocar el suyo para que ella comenzase a comer, esperando a que su hijo se fuera como anteriormente lo había hecho...

Nadie dijo nada, y para sorpresa de Inko, Midoriya había comenzado a comer junto a ella, en vez de dejarla a comer sola como los dos anteriores días. Se sorprendió a tal punto que casi se le caía el vaso con agua en el que se encontraba bebiendo.

Midoriya se mantuvo en silencio mientras devoraba los alimentos con tranquilidad, mientras que su madre se sentía un poco incómoda con el aire que se encontraba entre los dos: Sentía que su hijo la despreciaba y ya no la veía como una madre, sentía que ya ni siquiera quería seguir llamándose "Midoriya".

Sentía que la odiaba, pero de cierta manera estaba justificado: Le guardó un secreto muy importante durante más de catorce años enteros, como si eso fuese a arreglarse tan fácil como sí nada.

—¿No... No te lo llevarás a tu habitación? —preguntó Inko, tratando de romper el hielo y queriendo saber el porqué de su silencio. El muchacho dio un mordisco a su comida para luego beber de su agua.

—N-No... Debía salir tarde o temprano de allí, ¿no? ¿Acaso te molesto...? —cuestionó de manera inocente.

—¡N-No! Nunca... —cerró bruscamente la frase, siendo que se encontraba insegura de sí seguir diciéndole hijo sin lastimarlo.

Izuku Midoriya: El Primer MestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora