3. La seducción del destino

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La cristalina agua del Lago Hylia se encontraba regalándole a la luna el privilegio de reflejarse en su superficie.

Una carroza, manejada por dos caballos, se encontraba recorriendo los caminos del lago, y en su interior estaban dos jóvenes, específicamente una pareja de recién casados, pero en vez de escucharse risas adentro, situación normal debido a las emociones de su unión, solo se escuchaba el perpetuo y desgarrador silencio, y por unos pocos segundos, un apenado suspiro.

Enmudecido, Link observaba a su ahora esposa sentada frente a él, quien simplemente tenía la mirada perdida en el horizonte, mostrando seriedad y tristeza en su semblante, o más bien resignación.

A decir verdad, el príncipe sentía lo mismo, pero todo entremezclado con una mezcla de frustración, impotencia e incredulidad. Desde muy joven tenía la convicción de que el matrimonio debía darse únicamente por amor, el auténtico nexo capaz de unir dos almas necesitadas la una por la otra. Sin embargo, ahí se encontraba él, con tan solo horas de casado, con una mujer que solo tenía un mes de conocer. Ni siquiera podía entender cómo no logró rebelarse ante la imposición de sus padres... y todo aquello ocurrió desde el mismo día en que cruzó su mirada con ella.

¿Por qué no hizo nada para evitarlo? ¿Qué había causado la mujer para que no se queje por eso? ¿Sus encantos? ¿Su belleza? ¿Sus misterios que, por algún extraño motivo, le atraía y tenía enormes deseos de descubrir? No lo entendía, simplemente no lo comprendía. Él, que siempre había luchado por las causas justas, incluso por sobre la furia de su padre, obedeció sin quejarse mucho, como si algo en el fondo de su alma le indicara que talvez estaba haciendo lo correcto.

En ese momento fue Link quien se puso a observar el horizonte, mientras que el turno de Zelda por posar su mirada sobre él había comenzado. Al igual que su esposo, los sentimientos de impotencia la invadían, pues al final terminó haciendo lo contrario a sus convicciones; no casarse nunca, vivir y crecer cerca de un desconocido con quien, sin lugar a dudas, tendría que compartir el mismo techo y cama, lo cual significaba abrir las puertas de lo que para ella era completamente desconocido, y que por el bloqueo de su corazón no tenía deseos de conocer. Talvez, de más joven, sintió crecer dentro de ella la curiosidad de descubrir los entresijos de la sexualidad, o hablando rudamente, lo que sería sentir a un hombre encima de ella, devorándola y deleitándose con cada parte de su cuerpo... pero todo eso se había opacado con aquel episodio que vivió una persona muy cercana a ella, demostrándole que el amor no era más que una pantalla, el disfraz de la burla a los sentimientos más hermosos que alguien podía sentir.

- ¿Qué es lo que estoy pensando? No es correcto. – pensó para sí misma, avergonzada.

Inmediatamente desechó aquellos pensamientos. ¿Cómo pudo visualizar aquellas imágenes? Era algo vergonzoso y de muy mal gusto. Ella era una princesa, debía comportarse como tal , no haber caído en un estado de regresión y recordar la curiosidad que algunas veces le dio en su adolescencia, mucho menos ahora que el amor había pasado a un plano muy apartado de sus aspiraciones. Así estuviera casada, para ella no era más que una imposición social, una obligación igual a las que estaba acostumbrada. Solo iba a aceptar su destino.

Unos minutos después de que los recién casados salieron de sus consternaciones, la carroza se detuvo. Llegaron a la cabaña perteneciente a la familia de Zelda, la cual había sido elegida para que pasen su noche de bodas. Sin decir palabra alguna, la pareja entró al sitio, mientras que el cochero y un sirviente ayudaban a entrar sus pertenencias, para luego retirarse y dejarlos solos.

Largos minutos pasaron en los que la pareja no pronunció palabra alguna, hasta que la princesa se encaminó a una habitación en particular, lo que causó que Link la siguiera por inercia, pues al no conocer la casa no quería quedarse solo. Talvez otros hubieran pensado que el trato de su esposa era poco cortés, pues debió, al menos, enseñarle el lugar o decirle algo, sin embargo, no la cuestionaba en lo absoluto, pues comprendía que estos momentos eran sumamente difíciles para ella, al igual que para él. Le aterraba imaginarse cómo iba a ser la convivencia de ahora en adelante.

Por siempre almas unidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora