Haciendo historia

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La tenue luz de las velas iluminaba el pasillo de la biblioteca del palacio, el que a esas tardías horas de la noche se encontraba deshabitado, pues la gente estaba durmiendo, a excepción de cierto personaje que deambulaba por los rincones.

Una pequeña figura se movía con timidez por la biblioteca, caminando en puntillas para no causar ruido. Se trataba de Hylia, la segunda hija de Link y Zelda, quien solo contaba con tres años. A pesar de su corta edad, la niña mostraba una inteligencia asombrosa, la cual en muchas ocasiones se confundía con la de una mayor edad, pues hasta físicamente la aparentaba.

La pequeña siguió con sus andadas hasta que llegó a cierto sector de la biblioteca, en la que muchas veces vio a su madre o Impa leer. Aquella sección se trataba de la historia de Hyrule en cada una de sus eras, donde se narraba la vida del héroe elegido por las Diosas y la Princesa del Destino, la que en el inicio de los tiempos llevó su segundo nombre.

Hylia tenía un único interés en dicha sección, y era ver dibujos del héroe rescatando a la princesa de los malos, y como al final se casaban y vivían felices para siempre. Su inocencia añoraba descubrir aquellas imágenes.

Entre todos los libros, encontró el último que su madre había leído, en el cual imaginaba las figuras que quería ver, pero el problema es que estaba muy alto, por lo que tomó un banco para poder alcanzarlo. Sin ningún problema se subió, mas sus deseos se frenaron al sentir que era tomada de la cintura, y al darse la vuelta descubrió de quién se trataba.

- Mami...

- ¿Y se puede saber qué hace la señorita aquí? – preguntó, fingiendo enojo.

La niña no supo qué decir, mas solo sonrojarse por haber sido descubierta por su madre. Zelda cargó a su pequeña y la mantuvo en sus brazos para tenerla a la misma altura.

- Respóndeme, Hylia. ¿Qué haces aquí?

- Bueno... es que... quería ver si encontraba dibujos del héroe y de la princesa de los libros que siempre lees.

Zelda se sorprendió ante la respuesta de su hija, mas no pudo evitar sonreír al escucharla. Al parecer, Hylia había estado bastante atenta en todo lo que ella hacía o decía.

- Querida, primero necesito que me prometas que no volverás a intentar alcanzar cosas que están muy altas. Puedes lastimarle. – pidió, preocupada.

- Está bien, lo siento...

- Y sobre la historia, recién estás aprendiendo a leer, por lo que no entenderías mucho. Además, que... hay cosas que solo vas a comprender cuando seas más grande.

- ¡Pero si ya soy grande! – exclamó, indignada.

- Lo sé, mi vida... pero debes serlo un poquito más. – respondió con cariño.

La niña se decepcionó ante la respuesta de su madre, pero los motivos de esta por reservar la historia se debían a que no todo lo que rodeó a ella y a su amado fue hermoso, pues también hubo dolor y tristeza. La inocencia de la niña le hacía ver que todo se trataba de cuentos de princesas, héroes y castillos, y la realidad eran muy distinta y cruenta, por eso deseaba reservarlo hasta que Hylia tuviera el criterio más formado.

- No estés triste, linda... talvez por ahora no puedas leer, aparte que los libros solo cuentan con ilustraciones muy básicas... pero yo sí puedo contarte cosas, incluso muchas de ellas ni están en los libros.

- ¿De verdad?

- Así es, puedo contarlas todas las noches para ti... pero solo si prometes que no volverás a venir sola a la biblioteca.

Por siempre almas unidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora