El desquicio de mi deseo

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Desde aquel día no hay noche en la que la tormenta no se desate indomable y con crueldad desmedida, expresando en su ínfima forma el verdadero dolor que yace en mi corazón. Las horas pasaron a desgarradores días, hasta que estos se transformaron en largos e interminables meses, misma cantidad de llagas que se habían formado en lo profundo de mi alma debido a la soledad que me condena. Siendo tú, el autor de la misma.

¿Cuánto tiempo más me harás pasar por este calvario? ¿Qué tanto estás esperando para regresar a mi lado? Que traigas la noticia que siempre hemos anhelado para poder estar juntos y cumplir con este sueño que tenemos desde tiempos inmemoriales.

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Asomada por mi ventana, observo como las gotas de la torrencial lluvia la empapan, asemejándose a las lágrimas que derramo todas las noches desde tu tortuosa ausencia. Me encuentro contemplando la lejanía, pensando que en cualquier momento te veré llegar con aquella sonrisa que tanto me gusta, con la que me conquistaste el día en que me encontraste en mi jardín secreto; sin haberme imaginado que la imagen de mis sueños se iba a hacer realidad.

¿Habrá sido buena idea el haber permitido que te vayas? ¿Será acaso la solución para poder estar juntos sin barreras que nos lo impidan? Desde hace tiempo me cuestiono aquello, sobre todo desde que empezaron a atormentarme horribles pesadillas, donde veo que te desvaneces como agua entre mis dedos. El terror me invade hasta el punto de salírseme del pecho, deseando que estos infernales sueños no sean más que el producto de la ansiedad de verte, pues si estos llegan a cumplirse, simplemente mi vida no tendría sentido alguno; la que, pare ser sincera, dejó de tenerlo desde que te marchaste por la puerta de nuestro lugar secreto, donde juraste regresar por mí para cumplir nuestro mayor anhelo.

Solo quiero que regreses... no te pido más. Que así como manipulaste el tiempo a tu antojo y voluntad, hagas lo mismo para acelerar tu retorno, y a la vez disminuir mi tortuosa agonía.

Me despego de la ventana, deseando ya no encontrarme más con aquella espantosa escena, como una manera de escapar de mis propios tormentos. Me asomo en el espejo para ver la patética imagen que me caracteriza, la que solo está cubierta por la palidez y la penumbra desde que la luz dejó de iluminarme; claro está, siempre mostrando la máscara que desde siempre he portado, la que desde que salí del vientre de mi difunta madre se me impuso por el legado al que he pertenecido... al que desprecio por ser el culpable del dolor más grande que he experimentado, el único que casi se ha igualado al que sentí cuando perdí al hermoso ser que me dio la vida, siendo tan solo una niña.

Y otra vez regresa aquella punzada de dolor que tanto me mortifica, la que no es otra que la somatización de todo el tormento que me carcome lentamente el alma.

Ya no lo soporto... ni un minuto más.

Coloco una mano en mi pecho, recitando en mi mente aquella oración que cumplirá con lo que deseo, para luego sentir cómo el fragmento de mi mano derecha se ilumina con intensidad desmedida, brillo que cubre la totalidad de mi cuerpo hasta hacerlo desaparecer.

Voy a un sitio que no espera mi llegada...

...

Las hojas de los frondosos árboles pasaron al olvido con la torrencial lluvia, desparramadas en el suelo por el que camino, como si de una alfombra se tratara, llevándome por el sendero que de ninguna manera pensé de nuevo recorrería... pero lo recordaba como si se tratara de la palma de mi mano, acordándome de los momentos en los que me escondía entre las sombras, pero siempre con mi mirada fija en él... y nadie más que él.

Doy unos pasos en medio de la humedad de la hierba. Mi vestido se arrastra hasta el punto de enredarse con mis zapatos, pero poco o nada me importa, pues lo único que deseo es que mi petición se cumpla... mi más grande deseo desde que me dejaste sola llevando la dolorosa carga de no tenerte, de no verte más.

Por siempre almas unidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora