Salvando el uno al otro

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El día había comenzado con un sol radiante, con la brisa fresca y las aves cantando, lo que era disfrutado por todos los habitantes de la ciudadela y del palacio de Hyrule... o al menos eso parecía.

La princesa se encontraba caminando por los jardines del palacio, sin compañía de nadie más que ella misma... o más claro, del pequeño ser que se encontraba creciendo en su vientre, su primer hijo. Ya habían pasado tres meses desde que el reino había vivido la época más violenta y oscura causada por su legendario enemigo, el Rey del Mal, en la que, a pesar de haber salido triunfantes, perecieron múltiples personas y familias enteras, además de los importantes daños materiales y económicos de los que costaría recuperarse, por más que reinos vecinos, sobre todo Ordon, estuvieran ayudando sin esperar nada a cambio.

La futura madre se sentía tranquila de saber que no habían sido abandonados a su suerte, mas eso no reducía la dolorosa herida que se había formado en su corazón, y la que aún no mostraba ningún signo de sanar. La terrible imagen de su amado asesinado frente a ella, la atormentaba terriblemente, a tal punto que todas las noches tenía pesadillas en donde estaba sola, sin él, mientras presenciaba su muerte. Además, debía someterse a la oscura contraparte de este, quien con sadismo y deleite observaba la muerte de su retoño. La joven era consciente que todo era producto de sus temores, de la depresión que aún no podía alejar de su alma, pero todo era complejo y lastimero.

Los hechos vividos se convirtieron en un trauma en su diario vivir, la tristeza y la culpa sus compañeras.

¿Culpable? ¿Qué motivos habría para que ella sienta culpa? Si tan solo fue una víctima más de las circunstancias. Para ella, el motivo se resumía en su existencia, en las que arrastraba a su amado, a su familia, amigos, habitantes, y por poco a su hijo, a quien estuvo a punto de perder por las agresiones del ente oscuro. Además de eso, Link, prácticamente, había muerto por haberse interpuesto entre ella y el ataque de Ganondorf, salvando así a su futura familia.

- Como siempre dispuesto a salvarme... a todo por mí. – expresó con suma tristeza.

Muchas veces se planteó cómo sería la vida de sus seres queridos sin su existencia. Talvez llena de paz, pues sin la Diosa con la sangre sagrada, o la típica princesa que el malvado siempre quería capturar, no tendrían que pasar por ninguna agresión, peligro o humillación. Incluso, se convenció de que su hijo estaría mucho mejor con una madre normal que no arrastre maldiciones del pasado, sin importar si nacía de una princesa o una campesina.

¿Y su esposo? ¿Qué sería de Link, el hombre que amaba? Talvez no estaría en riesgo con una mujer que lo había arrastrado a su destino, pues en el inicio de los tiempos ella fue la que lo escogió.

Lamentaba enormemente que su maldición haga pagar a los que más amaba... no podía salvarlos de eso.

Sin poder evitarlo, empezó a llorar desconsoladamente, esforzándose para que sus sollozos no se escuchen, a pesar de que a la vista no se encontraba nadie.

- Todo sería mejor sin mi existencia...

Siguió llorando sin mostrar intenciones de detenerse, mientras tomaba su vientre para que su bebé no se mortifique, motivo por el que también se sintió culpable.

Mientras seguía hundida en sus pesares, la regente no notó que su esposo había llegado a los jardines llevando un ramo de rosas, amarrado con lazos celestes y rosados, y una caja de bombones, los cuales había comprado para consentir a su amada. Los sirvientes le habían dicho que su esposa estaba dando un paseo, motivo por el que el joven no tuvo que adivinar en dónde se encontraba. Sin embargo, su sonrisa por la sorpresa que tenía preparada se desvaneció al haberla encontrado llorando, por lo que rápidamente se acercó a ella.

- ¡Zelda, mi amor! ¿Qué te pasa?

La princesa se limpió las lágrimas rápidamente, mientras Link dejaba a un lado los regalos y se arrodillaba frente a ella. Preocupado, tomó su rostro y secó con sus dedos el poco rastro que quedaba de su tristeza, ansioso por saber qué la había atormentado.

- Link...

- Dime qué tienes... por favor. – insistió con tristeza.

Zelda dudó en hablar, mas deseaba con su alma ser consolada por el único que era capaz de hacerlo, con quien se sentía protegida y salvada.

- Por nada que no conozcas... pero aparte de eso, porque la culpa me atormenta. – respondió, dolida.

- ¿Culpa? Pero si tú no has hecho nada, mi vida...

- He hecho mucho daño por el simple hecho de existir, pues mi presencia, mi maldición, los ha arrastrado al dolor y a la muerte... sobre todo a ti. Link.

- Pero...

- Yo fui quien te escogió al inicio para empezar con este legado, y siempre te estás arriesgando por mí, salvándome una y otra vez, lo que reafirmaste tres meses atrás. ¿De qué me sirve ser quien soy si siempre va a ser así?

Link se quedó analizando en completo silencio cada una de las palabras de su princesa, entristecido de que pensara de esa manera. Dispuesto a sacarle tales ideas, se acercó a sus labios para besarlos con dulzura, para después hacer lo mismo con su pequeño y abultado vientre. Por más que por dentro estuviera tan o más destrozado que ella, le mostraba una auténtica sonrisa.

- Escúchame bien, princesa... si para algo vivo y renazco, una y otra vez, es por el deseo de mi corazón de volver a tus brazos, de crear una nueva historia contigo. No me arrepiento de haberte salvado, lo haría miles de veces, pues si las cosas, hace meses, hubieran sido contrarias, créeme que no hubiera sobrevivido, sería algo impensable; mucho más ahora que vas a darme un hijo... Zelda, soy yo el que te debe la vida.

- ¿Qué...? – preguntó, incrédula.

- Así es, pues de no haber sido por el inmenso amor que me tienes, por el bebé que tanto ansío conocer, yo no hubiera escapado del infierno en el que estuve cuando mi alma deambulaba en las tinieblas. El sentido de nuestra vida consiste en salvarnos el uno al otro, como almas afines que somos.

Ante las palabras de su amado, la princesa volvió a derramar lágrimas, pero esta vez de alegría. Link tampoco pudo evitar que sus ojos se humedezcan, pues a pesar de que él también estaba pasando por terribles momentos, ninguno se comparaba con el ver a su amada feliz, de deleitarse con las pocas sonrisas que conservaba para él.

- Gracias por todo. – dijo Zelda, abrazando a su esposo.

- Gracias a ti por existir... en eso se resume todo lo que siento.

Una vez separados de su abrazo, volvieron a besarse, pero esta vez de una manera un poco más apasionada que la anterior. Después de eso, Link tomó los regalos que había traído para su esposa, los que causaron en ella una alegre expresión.

- ¡Qué hermosas! ¡Muchas gracias! – expresó, tomando el ramo y aspirando su aroma.

- Son las más grandes y perfumadas que encontré. Casi me peleo con otro para poder comprarlas. Ya estaba alistando la espada para un duelo a favor de ellas. – dijo el príncipe con picardía.

- ¡Ay, Link! Nunca cambiarás.

- Las decoraron con lazos rosados y celestes por nuestro bebé. Como aún no sabemos qué va a ser, pedí que utilicen los dos colores.

- Muy creativo de tu parte... – dijo la princesa, riendo a sus adentros, mientras tomaba con sus dedos uno de los lazos celestes.

- Y los bombones los busqué por varias tiendas, pero al final pude hallarlos. De ninguna manera iba a dejarte con antojos.

- Vas a provocar que engorde más de lo que ya lo he hecho. – comentó, avergonzada.

- Nada de eso... tú eres hermosa. Ahora más que nunca.

- Gracias... y tú, mi dulce héroe, el que siempre me cuida.

- Y tú la Diosa que siempre protege mi camino.

Luego de sus palabras, la pareja se retiró de los jardines, reconfortados de saber que siempre estarían salvándose el uno al otro.


Por siempre almas unidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora