8: Hay cosas de las que es mejor no hablar

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Aixa

No supe si lo que me hacía sentir reconfortada era el calor del interior de nuestra habitación o mi propio torrente sanguíneo hirviendo de deseo por Darius.

Bueno pues, pronto lo averiguaría.

—El efecto se detendrá cuando tengamos sexo —confesé cabizbaja prestando demasiada atención a la manera en la que su suéter húmedo se pegaba a sus pectorales. ¿Sería pura masa de musculo si lo apretaba? ¿y si lo lamía? —Es una fórmula de magnetismo.

—¿Qué?

Bueno, había decidido callarme la parte de que el hechizo estaba potenciado en casi diez veces su efectividad a causa de las hierbas que Pablo me reclamaba. ¿Una mentirilla blanca no empeoraría la situación, cierto?

—No dormiré contigo, Aixa —sentenció Darius a duras penas. Retruqué su enunciado diciéndole que yo tampoco pensaba "dormir" con él y me miró enojado. —Sabes a lo que me refiero, no sé cómo le harás, pero quiero que encuentres una forma de deshacerte de este hechizo.

Por poco y me largo a llorar ahí mismo. ¡No es como si yo hubiese confiado ciegamente en mi propia pócima! Simplemente había creado un hechizo de magnetismo cuya eficacia se difuminaría rápido. Algo así como la esencia de un perfume barato, esos de imitación. Como los que yo usaba.

No divagues, Aixa. Me recomendé.

Me separé del lado de Darius, enojada también. Yo no era la única responsable de todo este lio. Nadie le pidió a él que se lo bebiera.

—¿Por qué te bebiste esa poción? —medio grité ofendida por su rechazo. ¡Caray! Que yo sí tenía un poco de autoestima y mi corazoncito se hacía trizas con su aversión a acostarse conmigo. —Te advertí que convertiría en una "bestia" a cualquiera que lo bebiese.

Él entrecerró sus ojos.

—¿Una bestia? ¿Estas bromeando ahora conmigo, bruja?

—No —suspiré. —Pero estas actuando como si la culpable solo fuese yo, como si lo ocurrido hubiese sido a propósito. Mi magia no era para ti, tu solito te metiste en eso.

Darius murmuró algo como "olvídalo" y me dio la espalda. Instantáneamente mis alocadas neuronas imaginaron cuanto tiempo me tomaría rasguñarla toda. No obstante, dicha fantasía duró poco. Darius se metió al pequeño cuarto de baño y desde allí sentí el agua de la ducha correr.

—¿Puedo darme un baño contigo? —pregunté con cautela. Y como toda respuesta, sentí el pestillo de la puerta cerrarse con fuerza. —Bien, imbécil. Tú te lo pierdes —la última parte la murmure. A mi cerebro le faltaban un par de vueltas de tuerca, pero no era tonta. Lo que menos deseaba era cabrear aún más al vampiro sexi que me ignoraba.

Suspiré con derrota. Al menos Darius se lo había tomado relativamente bien. Él no me gritó o me insultó, mucho menos sacó a relucir mis falencias, menospreciándome. Miré detenidamente la puerta y coloqué mi mano sobre mi corazón. Tontos latidos apresurados, ¿Qué hacían apareciendo ahora?

***

Daba vueltas en la cama sintiéndome dolorida y necesitada. No ayudaba de mucho ver la silueta del vampiro sentado a oscuras en una silla frente a la ventana del cuarto. Él había cerrado las cortinas y se mantenía inmóvil allí sentado.

Tragué grueso y armándome de valor me decidí a flaquear.

—Darius... ¿puedes...? ¿puedes ayudarme? —sentí su profunda inhalación incluso desde el otro lado de la habitación donde la cama se encontraba. —¿Me dejas frotarme contra ti? —pedí mordiendo mis labios para no arrepentirme. A esta altura estaba desesperada y el cuerpo me dolía. — Lo haré rápido, créeme. No necesito mucha inspiración para llegar allí. Tan solo ser que consciente de que eres tú y...

TIERRA EN EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora