12: ¿Qué es lo que te pasa?

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Aixa

La reunión con mis clientes anteriores, a los que les había prometido las pócimas de magnetismo, fue un fiasco. Primero, porque me acobardé y no pude volver a engañarlos con mi magia, decidiendo a último momento confesar la verdad sobre el hechizo ya inservible. Y segundo, porque Darius me obligó a resarcir económicamente a los clientes y tuve que hacer una especie de mea culpa frente a él por jugar con un aspecto tan serio como lo era el amor.

Una de sus condiciones para quedarse conmigo había sido que dejara de comercializar con pócimas inofensivas, ¡ja! Ni loca, ese era mi único sustento cuando no quería dar mi brazo a torcer y pedirle dinero a mis padres.

Darius condujo su auto en silencio ya que yo me había negado a ser la misma idiota parlanchina de siempre y secretamente tenía la esperanza de que él comenzara una conversación entre nosotros.

Nada de eso sucedió y tuvimos que viajar simplemente con el sonido del motor entre nosotros.

Al regresar a la casa de Thara y Märco nos llevamos la sorpresa de que ella se encontraba en las últimas instancias de su labor de parto y que necesitaba ayuda. No de cualquier persona o su esposo, quien puso el bebé en su vientre si somos honestos. No, Thara necesitaba la ayuda de otra mujer.

Inmediatamente, y tras una serie de palabras por parte del guapo vampiro al que quería impresionar con mi calidad como humana, reuní los pocos gramos de coraje que tenía y me puse manos a la obra.

Fue horrible, un suceso espeluznante y por lejos, evitable.

No tenía otras palabras para describir lo que la imagen de un parto natural trajo a mi mente. Toda esa sangre, los gritos y la vagina de la "hermana de mi hermana" expandiéndose para dar paso a la cabeza de su bebé, provocaron que deseara coserme la mía sin detenerme a pensarlo.

¿Por qué una mujer se sometería de manera voluntaria a algo como eso? ¿Era el amor tan grande aspecto como para querer gestar y parir a otro ser?

—Gracias, Aixa —escuché que Thara me decía mientras pegaba a su pequeña a su pálido seno y ella comenzaba a succionar. Su bebé, la bella Aurora, había nacido en excelentes condiciones. Claro que, contaba con la ventaja de la naturaleza sobrenatural de sus padres y un poco de ayuda de mi parte. —Has sido de gran ayuda.

Sonreí con calidez. Thara y su hijita se veían contentas y no tenían por qué ensuciar sus oídos con mis quejas idiotas sobre la maternidad.

—No fue nada —me acerqué un poco más para pasar un paño húmedo por la frente de Thara y a acomodar su cabello. —Te felicito por tan arduo trabajo. Tienes una hermosa familia.

El resto de las horas las pasamos en una atmosfera de alegría y calma. Para mi sorpresa, el niño Stefano se comportaba de las mil maravillas alrededor de su hermana, y parecía todo un príncipe cuidando de su madre.

Lo miraba entretenida, cuando la figura de su padre se colocó justo frente a mi.

—Quiero hablar contigo, bruja. ¿Me das un minuto?

Darius

Tres días después miraba la fachada de la casa de los Wellton mientras ellos se despedían de nosotros. Aixa y yo comenzaríamos nuestro viaje de regreso a España y utilizaríamos mi auto para llegar hasta allí. Era la manera más adecuada que había encontrado para que Thara y Märco no se preguntaran por mi. La bruja me había dicho que cuando les notificara de mi muerte adaptaría la historia para que fuese creíble con algún accidente automovilístico.

Al menos debía agradecerle que protegiera mi honor hasta el final.

—Nunca podré agradecerte la cantidad de cosas que has hecho por mi y mi familia —comenzó diciendo Thara y mordió su labio intentando retener las lágrimas. —Eres un ser excepcional, Darius. Por favor, sé muy feliz.

La despedida de la familia Wellton estaba resultando más dura de que imaginaba. El pequeño cuarteto se veía tan desamparado al verme partir, que por un minuto estuve tentado a arrepentirme. Pero, ¿Dónde quedaría mi honor como guardián si me echaba para atrás?

Aixa se mantenía, misteriosamente, en silencio y ninguno de sus desubicados comentarios jocosos salió a relucir para quitarle un poco de hierro al asunto. Sabía, por boca de Märco, que él mismo había hablado con ella, no obstante, él me dijo que lo que charlaron no era de mi incumbencia y que si quería saber de qué trataba debería preguntárselo a ella.

—Cuida muy bien de él, Aixa —Thara sonrió volviendo a abrazarme. —Te lo ruego.

La bruja no la miró. Ella simplemente asintió algo ausente.

Al subir a mi auto e informarle a la bruja por nuestro siguiente destino, el mutismo reinó en el interior del vehículo.

Sospechoso.

—¿Qué te sucede? —pregunté ya harto de esos cambios radicales en su conducta. Desde que pasamos la noche juntos en la posada, sentía que ella no era la misma conmigo y que por más que lo intentara, no lograba convencerme de que todo estaba bien. —¿Si pregunto, vas a decirme que fue lo que hablaste con Märco?

—Él me dijo que le contase sobre tu trabajo conmigo, los beneficios y desventajas de viajar a España —dijo de manera monótona. Como recitando un discurso ya practicado. —Me habló de tus incontables habilidades.

—¿Te tocó? —inmediatamente se giró a mirarme con cara de pocos amigos. —Es decir, ¿él te interrogó teniendo contacto con alguna parte de tu cuerpo?

Ella lo pensó un par de segundos, que a mi parecer fueron eternos, y terminó por negar.

—Le dije que era un servicio especial para mi familia. No mentí. Representaras al Sabbath Casabella, ese será tu trabajo. Ganarás para mi y yo podré recuperar a Melissa.

Su tono frio y distante no era normal en su tono de voz. ¿O quizá era yo demasiado acostumbrado al desgarbo de la bruja?

—Sí...

—Que la paga sea tu muerte, ese es otro asunto —sentenció.

Ambos nos quedamos en silencio que era camuflado por el sonido del motor del vehículo. Aixa se mantenía distante física y mentalmente.

—¿No has pensado en cambiar de parecer, Darius? Puedo darte lo que más anhelas —propuso seriamente después de largo rato en silencio. —Puedo devolverte a Lizeth, cuando tú quieras y cómo quieras...

Lo único de lo que ella fue consciente fue la inercia de su cuerpo al sacudirse por el brusco movimiento de los frenos accionados.

—Su nombre es Livet —confesé de una vez por todas. —Pero no es importante, ahora dime ¿qué te hace pensar que eso es lo que anhelo?

Diablos, que imagen tan deprimente debía tener a ojos de la bruja.

Ella se encogió de hombros.

—Es la mujer de tu vida y parece que jamás podrás superarla. Te ofrezco la única cosa que podría hacer tambalear tu lealtad hacia nuestro acuerdo —dijo desinteresadamente con una expresión neutra que me extrañó. —Lo peor de todo es que no sé porque aún lo haces... ¿por qué no puedes superarla?

Una alerta se encendió en mi cabeza.

—Porque la amo, Aixa — interrumpí antes de que sus labios desgraciaran nuestra mañana. —El día que mires más allá de tus narices entenderías de lo que hablo... Ah cierto, una persona como tú jamás sabrá lo que es eso.

Y ahí estaba yo, haciéndome responsable directo de la desgracia de ese día.

TIERRA EN EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora