19: Algo más que el mejor guerrero

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Aixa

¿Qué sucede contigo? ¿Por qué actúas tan frío conmigo? ¿Es qué no me conoces?

Eran las preguntas que no me atreví a formular. Darius tenía la mirada distante y no volvería a fijar esos bellos ojos azules en los míos.

La saliva era espesa y amarga en mi boca. Quería llorar, pero no tenía permitido hacerlo. ¿Cómo podría derramar lagrimas por alguien que no me quería?

Mi tonta imaginación me había jugado una muy mala pasada creyendo que Darius me recibiría con los brazos abiertos después de contarle que esperaba un hijo suyo. ¡Ja, pobre diabla!

—Tus deseos serán órdenes entonces —lo pinché para ver si aún así no respondía. No lo hizo. En su lugar asintió sutilmente, señal de que me había oído. —¿No piensas volver a dirigirme la palabra?¿Así es como va a terminar esto? —tuve que morderme con fuerza los labios para no ponerme a llorar ahí mismo.

Darius exhaló cansado, harto de todo... y de todos. Lo que me incluía.

—¿Qué quieres de mí, Aixa? ¿Qué más tengo que humillarme para que me dejes en paz?

Eso. No. Podía. Ser. Cierto.

Mi temperamento estalló.

—¿Disculpa? —sisee sintiendome provocada como una serpiente. —¿Yo te estoy humillando? ¿Es acaso una humillación tan grande el hecho de que este esperando un hijo tuyo? —el veneno fluía por mi lengua. —Disculpame entonces por humillarte al envolver tu pene con mi vagina. ¡Pobrecito de ti que tanto lo padeciste!

Darius se enderezó y me miró desde su altura con el ceño fruncido. Enojado por mis palabras. Bueno, pues al demonio. ¿Quién se creía este idiota?

—Sabes que no es eso a lo que me refiero.

El desgraciado tenía el descaro de parecer herido por mis palabras.

—No, Darius no tengo la más mínima idea de a qué es lo que te refieres —rebatí con enojo. —Quizá si alguna jodida vez fueras honesto conmigo, entendería a que demonios te refieres —estaba comenzando a hiperventilar y mis gritos seguramente harían que todos los demas guerreros se enteraran de nuestra trifulca. —Pero claro, como yo no soy esa zorra de cabello pelirrojo que te hizo sufrir, jamás tendré chance de conocer la verdad que ocultas en tu corazón.

El vampiro guapetón contuvo el aliento.

—¡¿Por qué siempre tienes que nombrarla a ella?! Ni siquiera la conociste, Aixa. Deja su maldita memoria en paz. Livet nunca te hizo nada.

Ah, con que esas teníamos.

—¿Sabes qué? Pedazo de idiota descerebrado —lo pinché con fuerza. —Haz lo que te plazca. Si quieres ganar el maldito torneo hazlo, y si quieres perderlo pues me da igual.

—¿Qué? —sus ojos se volvieron brilloso y toda la rabia desapareció de allí para darle lugar a una profunda tristeza. Darius miró de reojo mi vientre y no tuvo que hacerlo dos veces para que yo entendiera hacia donde viajaban sus pensamientos.

... Lo que solo me enervó aún más. ¿Cómo atrevía a pensar que dañaría algo tan... nuestro?

—¡Agh! Eres un imbecil —reclamé enojada. —Deja de mi mirarme como si fuese una potencial asesina de bebés, este niño es tan tuyo como mío... y lo quiero tanto o más que tú.

Bueno, esa era una revelación que me alegraba de hacer.

—¿Qué?—él se veía reacio a creerme. —¿Entonces por qué quieres mi fortuna a cambio de su bienestar?

¿Ah? ¿Cómo que su fortuna? ¿Darius tenía algo como eso? Yo siempre lo había visto como el amigo mantenido y medio muerto de hambre del marido de Thara. 

Estaba a punto de preguntarle a qué diablos se refería, cuando fuimos interrumpidos. Mi madre eligió ese mal momento para volver a entrar a su... celda.

—Aixa, es hora de irnos. La Gran Madre quiere vernos. 

Miré por última vez a Darius, pero antes de que pudiese decirme algo más le regalé un hermoso gesto con mi dedo medio. 

Mi madre practicamente me jaló por el pasillo con rumbo a la sección donde la Gran Madre tomaba el té. Antes de que llegaramos allí me detuve y me zafé de su agarre.

—¿Por qué Darius me preguntó por su dinero, mamá? —enarqué mi ceja. —¿Te atreviste a pedirle algo a cambio de la noticia de que yo esperaba un hijo suyo? —ella parpadeó pausadamente, respondiendo solo con gestos a mi pregunta. Esa... maldita arpía. —¿Cómo pudiste? ¿Qué sucede contigo? Mi hijo es tu nieto, mamá. ¿Por qué dañarias a su padre... o a mi?

Mi madre endureció su rostro, enojada con mis reproches. 

Y aquí ibamos de nuevo, pensé con tristeza. 

—Aixa, siempre he sido paciente y considerada contigo a pesar de que eres la vergüenza de nuestro Sabbath —comenzó diciendo con tanta dulzura que llegué incluso a creer que me imaginaba esas palabras agrias. —Esto es importante para mi, y no quiero que lo arruines. No esta vez. Ya lo has hecho antes y jamás te dije nada, pero esto es distinto. La Gran Madre quiere vincular a todos los aquelarres del mundo y establecer a solo uno como el central. El nuestro. 

La realización de los últimos hechos se abrió paso en mi cabeza dura.

—Tu mandaste a Pablo detrás de mi —murmuré. —Siempre supiste lo que hacía y con quien —mis ojos ardieron. —Creíste que me acostaba con Darius para convencerlo.

Ella suspiró.

—No te juzgo, solo el cielo sabe lo que las mujeres tenemos que hacer para conseguir lo que queremos —mamá acarició mi mejilla tocando uno de mis blancos mechones. —Eres mi única herramienta útil para convencer a la Gran Madre de que soy la mejor opción como su sucesora, y ya me has fallado antes al no formalizar nada con su hijo. ¿Por qué soy la villana de esta historia al pedirle al tipo que te preñó un poco de ayuda para criar al niño en tu vientre? ¿Me hace eso una mala abuela? 

Mi voz tuvo el descaro de desaparecer. 

Me sentí herida e insultada a un nivel que jamás había imaginado. 

—Tengo náuseas —dije de pronto, queriendo zafarme de la reunión. Sin embargo los planes de mi madre eran otros. 

—Pues te las tragas y pones tu mejor sonrisa para ver a la Gran Madre, Aixa.

 ***

En la soledad de mi habitación me permití flaquear y derramar las lágrimas que me venía tragando desde que viera las dos líneas en el test de embarazo que me hice días atrás, cuando mi madre me exigió saber si estaba o no embarazada.

Ahora el miedo, la ansiedad y la esperanza bullían en mi interior haciéndome sentir toda clase de emociones. Yo siempre había sido lo peorcito, una vergüenza y la niña que todos apartaban, ¿era esa una señal de la terrible madre que sería?

Acaricié mi vientre pensando en la vida que allí crecía. Sin embargo, ningun sentimiento de inferioridad me llegó. Yo sería la madre de ese pequeño, uno que me vería como su conexión con esta tierra, una vida que se me habia sido confiada y entregada incluso cuando ni yo misma me creía capaz de poder ser madre...

Sonreí por la ironía.

Demasiado confiado de mi parte creer que solo volvería con el mejor guerrero para nuestra familia. Yo me había conseguido algo más, algo que en exactos ocho meses estaría bebiendo su alimento de mi senos.

Un... hijo. De Darius...

Un picor molesto se instaló en mis fosas nasales, distrayendome de mi pseudomiseria. Levanté la vista y recien ahí note como la cortina que cubria la ventana de mi habitación se movía.

—¿Qué carajos? —me levanté aireada, y pensando en el pleito que tendría con mi madre por invadir mi privacidad, cuando vi a otra mujer ingresando a mi habitación. Ella se asomaba con curiosidad y cautela. —¿Melissa? —Jadeé al verla sonreirme en reconocimiento. —¿Qué mierdas haces tu aquí?

TIERRA EN EL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora