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A nadie nunca le han gustado los chivatos.

Pensaba que tenía claro cuál era la única norma para sobrevivir en Milton.

Pero me equivocaba.

La primera regla conllevaba una segunda:

Si ves algo que no te conviene, guarda silencio.

Las navidades se acercaban a Milton. Alice se levantó más alegre de lo usual, pues hoy traían a la biblioteca el último libro de su saga preferida, Las aventuras de Tea Stilton, que contaba las aventuras de un grupo de amigas en distintas ciudades del mundo.

Se preparó a toda prisa, y tras desayunar, salió disparada a la biblioteca. Una vez allí, saludó a Rose con la mano y se perdió entre las estanterías para buscar el libro. Cuando llego a la sección de aventuras, lo distinguió por su portada colorida y nueva. Tras mirarlo durante unos segundos, se dirigió a la recepción con el abrazo a su pecho.

Se lo entregó a Rose, que la miraba con una tierna sonrisa, pues la enternecía ver como se emocionaba por los libros, como se pasaba las horas en la biblioteca leyéndolos. Tras teclear su nombre para buscar su ficha, frunció el ceño.

—Alice, cielo —lo leyó de nuevo, para comprobar de que estaba bien —. Aquí pone que la semana pasada sacaste dos libros a la vez, ¿es cierto?

Asintió. Se había enganchado a los libros de Katy SuperBruja, y tras descubrir que los dos últimos era una continuación, los pidió para leérselos de golpe.

—Me temo que tienes la cartilla llena, cariño —le dijo Rose mirándola con pesar —. Tendrás que esperar dos semanas para poder sacar un libro de nuevo.

La sonrisa de Alice se desvaneció. Miró a Rose y la hizo un gesto señalando una de las mesas, indicándola si podía leerlo en la biblioteca.

—Tampoco, cielo —le respondió negando levemente con la cabeza —. Pero te prometo que no se moverá de aquí.

Alice se despidió de ella, volviendo a las estanterías para dejarlo en su sitio. Cuando iba a hacerlo, se quedó mirando la portada durante unos segundos.

Lo medito durante unos segundos. Alice se puso de lado su mochila, y con cuidado metió el libro dentro. En cuanto lo leyese, lo devolvería.

¿A quién se le ocurre poner un límite de libros? Era una locura, pensó.

Salió de la biblioteca con gesto apresurado y se marchó a sus clases para comenzar el día.

Cuando llegó la noche, momento que había estado esperando Alice con ganas, se metió dentro de la cama, y se perdió entre las sabanas con el libro y una linterna para no molestar a sus compañeras.

Página tras página, no podía parar hasta llegar al final. Era emocionante, y las horas empezaron a pasar, una tras otra.. Con una sonrisa enorme, Alice se durmió, pensando en lo emocionante que sería vivir aventuras así.

La mañana siguiente se levantó contenta, pese a las pocas horas que había dormido a causa de su lectura.

Hasta que unos minutos más tarde, Mary entró con el semblante más serio que la había visto en todo aquel tiempo junto a Rose.

Un escalofrío la recorrió de arriba abajo, sobre todo cuando vio que se acercaban a ella.

—Alice —dijo Mary con suavidad, pero con firmeza —. ¿Hay algo que quieras decirnos?

Se apresuró a negar con la cabeza, pero lo meditó durante unos instantes. No valía la pena mentirles, así que sacó el libro de debajo de su almohada y se acercó a ellas.

El hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora